Tenía 14 años y disfrutaba de estar con él y recorrer esos conjuntos de casa nuevas que aparecían entre los sembradíos empujando el límite de la ciudad. Llegábamos con nuestros extraños productos, y pasábamos casa por casa.
Me gustaba ver los campos de maravillas inmensos que se extendían hasta los pies de los cerros. Y me gustaba estar con mi padre.
Por las tardes, los cuatro, con mi hermana y en la medida de nuestras habilidades, hacíamos macramé mientras veíamos la teleserie de las ocho y luego las noticias. Y eso se vendía también en cualquier parte. Y no pasamos hambre. Yo por lo menos.
¿Quedará alguna obra de todo aquel esfuerzo humano? En mi barrio sí, y no sé si alguien lo recuerda: los empedrados que aún subsisten en los accesos de algunas casas. Los viejos picaban la tierra y acarreaban piedras redondas, sin cantear, con las que daban forma a esos accesos, impidiendo de alguna manera el triunfo del barro en el invierno. Con las bolsas para basura, los maceteros plásticos, con la venta de dulces y de colgantes de macramé, mi padre se salvó del POJH y yo me salvé de pasar hambre.
Pero, por lo curioso quizás, me he acordado de una canción de Roque Narvaja, argentino radicado en España, que sonaba mucho en las radios con dos éxitos inolvidables: «Menta y limón» y «Yo quería ser mayor»: Naturalmente esta no la tocaban en los medios convencionales y, a lo más, sonaría en algún programa de la Izquierdacomunistavendidaalosd
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