Califican cambio ministerial en Chile como solo un acomodo de fuerzas

Como un reacomodo de la derecha dentro del gobierno más que como una efectiva rectificación para enfrentar la crisis del país calificaron medios de oposición los cambios ministeriales efectuados hoy en Chile.

Este jueves el presiente Sebastián Piñera realizó un sorpresivo movimiento de ministros en el cual la cartera de la Secretaría General de la Presidencia pasó a Claudio Alvarado con la salida de Felipe Ward, y en la de Desarrollo Social entró Cristián Monckeberg, desde el Ministerio de Vivienda y Urbanismo.

En este organismo ocupa desde ahora la silla principal Ward, mientras que Sichel, que se desempeñaba en Desarrollo Social desde octubre de 2019, salió del gabinete para ocupar la presidencia de Banco Estado.

Muchos recuerdan que Monkeberg hace poco dijo ante el Congreso que  «un altísimo porcentaje de los chilenos tiene una casa, un departamento, una casa en la playa».
Y advierten que una persona que piensa así tendrá ahora la misión de erradicar la pobreza y brindar protección a las personas vulnerables desde el Ministerio de Desarrollo Social.

En tanto, analistas se aventuran a señalar que los movimientos propiciaron también sacar del juego a Sebastián Sichel, luego que este desmintiera a Piñera al señalar que la campaña Alimentos para Chile, lanzada por el mandatario, solo cubriría «al 70 por ciento del 40 por ciento» de los necesitados.

Al respecto, bibio.cl señaló que en una encuesta conocida el lunes último, Sichel era el ministro mejor evaluado del Gabinete, con 50 por ciento de aprobación.

El mandatario recibió una lluvia de críticas de la oposición, que le señala haber desperdiciado la oportunidad para plantear un cambio encaminado a enfrentar con efectividad la crisis sanitaria, económica y social que golpea al país a causa de la Covid-19.

Álvaro Elizalde, presidente del PS, consideró que Piñera solo buscó «compensar a los partidos de la coalición de gobierno, sin hacerse cargo de las áreas críticas en que ha tenido un mal desempeño para enfrentar la emergencia».

Desde la centrista Democracia Cristiana, su presidente, Fuad Chaín, coincidió que la real intención fue «resolver los problemas políticos al interior de Chile Vamos y no los que está sufriendo el país, producto de la pandemia».

Otra crítica reiterada obedece al mantenimiento en su cargo del ministro de Salud, Jaime Mañalich, cuya gestión de la crisis sanitara es ampliamente cuestionada, lo que según el líder del Partido Radical, Carlos Maldonado, resulta «inexplicable».

Santiago de Chile, 5 de junio 2020
Crónica Digital/PL

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Vie Jun 5 , 2020
La tripa vacía es peligrosa consejera. La historia universal del hambre señala que el ruido de tripas es un polvorín social. Sin embargo, el hambre no es necesariamente precursor de revoluciones. La revolución necesita otros factores ausentes de los estallidos de furia de masas famélicas. Si el hambre desatara revoluciones, el mundo ya habría cambiado de faz. La ONU calcula que 820 millones padecen hambre, y 43 millones están en América Latina. Cuando el hambre alcanza el escalón de protestas y saqueos, los gobiernos responden con balas. Masacran masas indefensas. En una revolución, en cambio, las balas de ida también vienen de vuelta. Una revolución no siempre triunfa. Pero incluso cuando pierde convierte a esclavos en héroes. Un ejemplo: la Comuna de París de 1871. Chile hambriento y enfermo, desnudo de los falsos oropeles que el yugo neoliberal ataba a su cuello, se prepara para lo peor. ¿Qué viene? ¿El estallido del hambre y cesantía post pandemia, o la irrupción de una alternativa revolucionaria? El Estado oligárquico tiene conciencia que octubre del año pasado fue el comienzo del fin. No sólo ocurrió un “estallido social”, como lo bautizó la lexicografía mediática. La violencia del 18 de octubre y la marcha una semana después de un millón doscientas mil personas que exigían terminar con la institucionalidad de los privilegios, forman parte de un proceso insurreccional. Se caracteriza por su pluriclasismo y por su prolongación soterrada en el tiempo. Es un proceso al que la pandemia ha impuesto un paréntesis. Pero que sin embargo continúa larvado buscando identidad, programa y una dirección creativa. Mientras organizaciones sociales y políticas continúan divagando en las tinieblas de la confusión, el Estado oligárquico cava trincheras y refuerza sus líneas defensivas. Se incrementan las compras de equipos, armamentos y nuevas tecnologías de inteligencia. Las adquisiciones van desde vehículos blindados para Carabineros hasta fragatas para la Armada. Las cuarentenas sanitarias y el toque de queda se utilizan para afinar los planes de ocupación militar de ciudades. Más de 20 mil efectivos del Ejército, Armada y Fuerza Aérea se han sumado a 60 mil carabineros en el patrullaje del país. En este ejercicio participa la Brigada de Operaciones Especiales (BDE) del Ejército: los temidos boinas negras, también enviados a “pacificar” La Araucanía. Por su parte el Congreso, dócil instrumento del sistema, está adobando una Ley de Inteligencia que legaliza los agentes infiltrados y los soplones tarifados en las organizaciones sociales y políticas. El gobierno aprovecha el estado de catástrofe decretado en marzo para aceitar los engranajes de la maquinaria represiva. Sabe que el proceso insurreccional está latente. La agitación social se mueve en las ollas comunes, en los comprando juntos, en las redes sociales, en las juntas de vecinos, en miles de micro organizaciones populares que actúan bajo la costra institucional. Es el factor subjetivo que produce la masiva desobediencia civil a las autoridades sanitarias, que lamentablemente agrava la pandemia. El pueblo -aún a riesgo de su vida- desconfía de toda autoridad institucional a la que no reconoce legitimidad. Eso […]

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