Por Raúl Acevedo: El valor del trabajo

En tiempos de incertidumbre nuestras mentes ponen en duda muchos preceptos considerados verdades inamovibles en condiciones de normalidad. Cuestiones tan asentadas como el amor que nos profesamos con mi esposa, por la convivencia forzada 24 x 7, literalmente hablando, languidece debido al exceso de convivencia, a la falta de espacio íntimo para digerir adecuadamente los sucesos de la vida diaria, sumadas a la tensión a la que nos somete de la situación general que enfrentamos.

La cesación del trabajo de cientos de miles de personas por varios meses sin siquiera, en muchos casos, tener la oportunidad de hacer algo para buscar uno nuevo, lleva a las personas a una dinámica mental de deterioro no sólo de sus certezas, sino también de sus emociones, al endeudamiento más allá de los márgenes prudentes, al empobrecimiento multidimensional, al deterioro patrimonial, a la degradación personal, social y económica. Se configura una condición ideal para someter a un gran número de personas a las formas de vida que determinen los grandes tomadores de decisiones de nuestra sociedad.

Quedarán numerosas personas sin ingresos para la subsistencia, sin una orgánica social que ayude a movilizar recursos para quienes están viviendo al límite de la inopia y a la vez que desarrolle acciones transformadoras para llevarlos de sujetos de asistencia a sujetos políticos que defienden sus intereses y los de sus semejantes. Así la desesperanza tomará el timón de las cabezas de los aproblemados y los obligará a resolver con celeridad, como dicta la desesperación. Habrá muchos tratos y/o contratos laborales miserables. Los precios relativos en el mercado del trabajo cambiarán. Las tarifas se reducirán de manera diferenciada, mientras más cerca de la gerencia menos cambiará la remuneración, los que están más lejos sufrirán las mayores reducciones.

En el confinamiento ha quedado claro que la economía no es nada sin el trabajo humano. Los pronósticos oficiales situaban la reducción de la actividad económica en torno a 4%. Seguramente será más del doble, quizás el triple o más, pues tanto las ventas al exterior como la demanda interna se verán mermadas por al menos cinco y tal vez hasta diez meses, aunque de modo distinto a medida que pase el tiempo. Nunca el gobierno dirá esto porque en sus cabezas hay modelos macroeconómicos con expectativas de los agentes económicos que pueden llegar a transformarse en profesías autocumplidas, según creen.

Algunas escuelas económicas, como la de Chicago, ven al trabajo como un factor productivo más sometido al libre mercado. El ex ministro Foxley, hace muchos años, ironizó sobre tal postura comparando el mercado del trabajo con el mercado de las papas. Otras escuelas lo relevan como el factor fundamental que permite la realización de actividades para permitir la satisfacción de necesidades humanas.

El mercado no es más que un espacio de encuentro entre agentes económicos. Ahí se ponen de manifiesto las características de los distintos agentes económicos, pues su quehacer se enfrenta al de los demás a través de una relación cuantitativa: el precio que expresa lo fundamental del valor de cambio del producto con que se concurre. ¿Y cuál es el valor del trabajo?

¿Por qué se reducirá el valor del trabajo en relación al pan o al celular? Ya no se trata sólo de precios relativos. Se trata del poder de mercado. Sí, del mismo poder de mercado que hizo la colusión de las grandes cadenas de farmacias para subir los precios de los medicamentos. Sí, el mismo poder de mercado que se puso de acuerdo para sacarles más dinero a las personas que compraban pollos y un montón de cosas más en los supermercados que la fiscalía nacional económica dejó fuera del juicio. Sí, el mismo poder de mercado que tienen las AFP para traspasar a los afiliados las pérdidas y ellos quedarse con las utilidades. Un largo etcétera.

Lo que espera el gran capital es poder incrementar su posición dominante en la economía succionando todo lo que sea posible. Para ellos el mercado no tiene rostro, es impersonal, y si lo tuviera, mala suerte. Una rebaja general de remuneraciones sería un tremendo aporte a los intereses del gran capital y una desvaloración del trabajo más abajo aún de su real valor y más cercano a la línea de subsistencia de los trabajadores y sus familias.

En un panorama tan desolador la manera de enfrentar los hechos por parte de quienes sufren los estragos de la pandemia y de la crisis socio-política es el factor desequilibrante. Este problema económico se resuelve en la esfera política porque es una cuestión colectiva, macro, no individual, se resuelve entre muchos, pues cuando delegamos en unos pocos la defensa de nuestros asuntos mayoritarios, le regalamos al gran capital la posibilidad de comprar la opinión y el voto de los delegados de muchos. Organizarnos, coordinarnos, construir pliegos reivindicativos y salir a la calle en el momento oportuno y de la manera más efectiva para defender el valor justo de nuestro trabajo es deber de cada uno que esté sufriendo una catástrofe laboral o de aquellos quienes consideran que la pueden llegar a vivir, porque la rebaja salarial de muchos será una inmensa presión para que los demás también la sufran.

El valor del trabajo no es sólo lo que cada trabajador requiere para subsistir, no, esa es una noción de la época de los esclavistas. El valor del trabajo es lo que se agrega a los nuevos productos y servicios generados. ¿Por qué los empresarios tienen derecho a quedarse con la diferencia? Los últimos ciento cincuenta años hubo una fuerte disputa por la repartija del diferencial entre subsistencia y valor agregado, dejando una tremenda enseñanza sobre la necesidad de cooperar organizadamente por parte de los trabajadores.

Esto se refleja en las Cuentas Nacionales en la llamada distribución funcional del ingreso. Hoy en Chile (2017, la última disponible) es 43,5% para el trabajo y 56,5% para el capital. En tanto en 1970 la distribución tenía un balance diferente, 52,5% para el trabajo y 47,5% los excedentes de explotación. El conjunto de trabajadores perdió nueve puntos porcentuales que pasaron a manos de los empresarios. ¿Puede un trabajador por si sólo aumentar su remuneración? Sí, puede, pero debe ser extraordinario. ¿Cada trabajador individualmente puede incrementar su remuneración? No, sólo si actúan organizadamente lo lograrán. La negociación en solitario es un espejismo.

Lo que se viene es la disputa por el pago de la crisis. ¿Habrá capacidad para hacer que los ricos paguen la misma proporción de su patrimonio que están pagando los pobres? ¿Por qué el capital debe tener un trato distinto al trabajo?

Por Raúl Acevedo
Economista

Santiago de Chile, 1 de julio 2020
Crónica Digital

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