Por Patricio Hales: ¡Recuperamos lo maternal de la política!

Me reprocho que a veces   simplificamos su  definición  como la “lucha por el poder”;  tan reductivamente, como cuando San Pablo sentenciaba : vita omini militia est.   Sin embargo, en la  atmósfera del miedo de la pandemia, con  la necesidad de ser acogido reaparece el componente femenino con que nació la política. No digo para acunar sino  para crear, con ese sentido concreto y  productivo, tan realista, que es propio de la  mujer. ¡Qué alejados nos comportamos, en la política, de su componente matricial originario! Aquel que la define como la tarea para el bien común. Los políticos parecemos perdidos en el discurso de la esgrima que  araña el poder; ingeniosos para   pelear y no para  proteger.

Así contradecimos la razón de ser de la  política y de las ideologías que  nacieron  como soluciones  sistémicas contra  la adversidad,  para asegurar, cuidar, para mejorar la vida, cultivando esa parte  femenina sensible y acogedora de la política de contener y proponer.  La pandemia debería estimularnos a reconstruir ese  peso maternal de la política porque  el deterioro  económico y social que sufrirán  millones de chilenos por las medidas contra el virus, nos exige reconstruir nuestra conducta política. Porque las tragedias sociales de una economía golpeada por el virus,  en un modelo con un Estado débil, subsidiario, carente de mirada protectora, la situación será muy dolorosa no solo por la enfermedad y la muerte sino para la vida que continuará.

En la izquierda no nos  solazamos por la incapacidad del gobierno. Nos duele. Por eso felizmente, en alguna(o)s reaparece, a veces, la política positiva de cooperación  propositiva, incluyendo la ilusión de la  “cohabitación” a la francesa, que juzgo más positivamente que las  críticas personales con que se se  ha descalificado a su proponente.

Quizás el miedo y el sufrimiento social,  que provoca la peste, nos motivará a  que la política  reestablezca ese orden acogedor,  tanto más genuino y propio de la mujer, que de los alardes luchadores del macho. Esa conducta política    aseguraba la vida, y cuidaba del porvenir,  por sobre la inmediatez. Coincide  que  la contención de la pandemia haya tenido más éxito  en países dirigidos por mujeres, como  Alemania, Nueva Zelandia, Islandia, Taiwán. Deberíamos repolitizarnos  para que los valores de sensibilidad por el bien común, no suelan deformarse en  un pretexto retórico para conquistar el poder sino una necesidad vital: matriz.

La mayoría sufre un sentimiento de indignidad que Chile no merece. El concepto de desigualdad salió de los escritorios a la vista de los cuerpos presentes. Los que conocían la pobreza solo por las estadísticas,  han debido reconocer que descubrieron los nombres tras  las cifras. La peste  les  reveló en carne viva (y muerta) la palabra pueblo. Nuestro orgullo  en la OCDE  y la arrogancia de los “jaguarizadores” se derumbaron como oropel conceptual, de un  pasado del que algunos fuimos tolerantes y otros cómplices. La cuarentena, indispensable, devenga  caída económica. Los cesantes, a Mayo, pasaron de 700 mil a casi 1 millón.  El paso del virus dejará  otro sufrimiento. Algunos  economistas  profetizan que vendrán  10 a 20 años de retroceso en  sectores medios y bajos. Hay familias  a quienes   ninguna “ficha” de encuestamiento social  califica para recibir protección;  ni para una  caja de alimentos, ni para los créditos que recibirán las empresas.

Por esto,  la pandemia, lejos  de distanciar la necesidad del proceso por una Nueva Constitución, la evidencia. Y nos refuerza,   a los que siempre hemos  vivido bien económica y socialmente, el deber solidario con los pobres, por convicción valórica aprendida y compromiso político, para que una Nueva Constitución establezca un Estado protector, solidario, activo, no subsidiario; que la Constitución   garantice  que, si bien somos todos distintos e irrepetibles, debemos ser  todos iguales en el acceso a condiciones de vida materiales y espirituales que otorguen dignidad.

Así nació la politica cuando apareció el(la) sapiens, pensando para organizar al colectivo, para cuidar el alimento  y el fuego de la caverna más allá de lo instintivo. Era la política en su origen maternal,  imponiendo de modo  natural, con   reglas vitales, deberes, derechos y orden en el uso el poder. “Lloré cuando me nacionalicé italiano”, dice  Fernando García de la Sierra, “recité su Constitución, que me protegió toda mi enfermedad”. Es la mamma dice Benigni en su discurso sobre la Constituzione. El pueblo chileno no  puede decir lo mismo.

Antes, durante siglos, junto  al macho cazador coexistió un mando político maternal, antes que las tareas de la política se extendieran  a  guerras que ya no eran solo el último recurso para la supervivencia sino ocultas ambiciones. Los  políticos debemos   tener la humildad de reconocer que los hechos nos enseñan la necesidad de recuperar ese sentido que  hizo que  la política tuviese  un  basamento maternal  fáctico, de reglas para el bien común de la tribu, cuando  la vanidad del aventurerismo del machismo,  aún no conseguía alterar el sustento matricial de la política y San Pablo todavía no reducía la definición de la vida a la lucha.

Por Patricio Hales

Santiago de Chile, 8 de julio 2020
Crónica Digital

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