Por Raúl Acevedo: El progreso y el bien común

Yo no me meto en huevás (perdón el chilenismo). Esta es una frase oída muchas veces en personas renuentes a participar de iniciativas de grupos de interés común: culturales, deportivos, sociales o políticos. Durante décadas y décadas Chile se caracterizó por poseer un denso tejido de organizaciones sociales.

El siglo XIX tuvo iniciativas notables de líderes progresistas que pasaron a la historia como Francisco Bilbao, Fermín Vivaceta, Valentín Letelier, Luis Emilio Recabarren, por nombrar algunos casos notables actuando en momentos donde la mayoría de la población sufría privaciones y tormentos inimaginables para las generaciones jóvenes. Sin sus aportes no habría hoy ni la educación (formal e informal), ni los sindicatos, ni los partidos políticos populares, ni los bomberos, al menos como los conocemos. A contracara ciertas personalidades a las cuales se les brinda mucha pleitesía aún hoy, en la segunda mitad del siglo XIX mantenían posiciones abiertamente contrarias a los derechos de las personas que estaban fuera del círculo del poder económico. Andrés Bello consideraba que la educación de “las clases menesterosas, no debe tener más extensión que la que exigen las necesidades de ellas [básica]: lo demás no sólo sería inútil, sino hasta perjudicial”, Carlos Walker Martínez decía que era un despilfarro crear la carrera de medicina en la Universidad de Chile.

Hay elementos estructurales de la sociedad chilena que no han cambiado mucho desde aquella época. Dos polos marcados; por lo menos uno de ellos siempre ha hecho esfuerzos importantes para alejarse física, económica, social y culturalmente de los demás, pero en particular del polo opuesto. Los ricos chilenos no soportan la presencia de los pobres a su lado y hacen de todo para mantenerse lejos. Cultivan un desprecio hacia ellos, manifestándolo cada vez que pueden. Si consideramos expresiones como “salga de aquí, roto ordinario”, o “fuimos a chulear” (contando una salida a manosear o derechamente a copular jóvenes pobres), podría decirse que se han suavizado en algo antiguas prácticas tan atroces como “el derecho a pernada” o “los castigos en el cepo”, pero se mantiene la violencia de clase desde los ricos hacia los pobres. Somos una sociedad fracturada, pero no reconocemos este quiebre como tal, impidiendo concebirnos como una comunidad. El bien común no puede existir en ausencia de comunidad.

El modelo neoliberal, por lo menos como se ha dado en Chile, no sólo tiene una dimensión económica, además posee dimensiones jurídicas, institucionales, sociales, culturales (filosófica, artística, religiosa). Predomina sin embargo la dimensión económica. Algunas características de la economía chilena se amalgamaron muy fuertemente con este modelo quedando en: extractivista-rentista, cortoplacista, ratera.

Las grandes pesqueras, salmoneras, mineras, los tenedores de derechos de agua, son grupos reducidos de empresas o personas que explotan los recursos naturales de todos los chilenos pagando derechos de extracción irrisorios. Ganan fortunas con una actividad rentista de nuestros recursos naturales que para ellos tiene un valor igual a cero y en un lugar donde además pueden pagar la mano de obra a valores de dumping social, es decir salarios de pobreza y/o miseria. Rentista se refiere a que una parte importante del valor del producto obtenido no proviene ni del trabajo necesario para obtenerlo ni del capital incorporado al proceso productivo, viene de la naturaleza y eso les resulta gratuito, cuando la mayor parte de las veces ese recurso se pierde para siempre una vez extraído o se repone en mucho tiempo o con trabajos enormes. ¿En qué otra parte del mundo se construye la mina más grande del orbe y en dos años sus inversionistas recuperan todo lo aportado dejando para el futuro sólo ganancias? Otros sectores un poco menos rentistas tienen comportamientos depredadores como los complejos maderero-forestales y algunas fruticultoras. La constitución vigente establece que los recursos naturales son de todos al ser de la nación. Un grupo minoritario de compatriotas y empresas transnacionales se apropian de los bienes comunes.

Empresarios promotores del libre mercado, de la flexibilidad de la mano de obra, enemigos de los sindicatos y los partidos populares que atentan contra la necesaria maleabilidad de los factores productivos, según ellos, han ido una y otra vez contra la libre competencia. Sendos fallos condenatorios de los tribunales de justicia por prácticas rateras en contra de un gran número de clientes (haciendo así un gran monto de dinero extra) ponen a las colusiones farmacéuticas, supermercadistas, papeleras, la integración vertical y las alzas de precios de los planes de parte de las Isapres, además del fraude de La Polar como algunos ejemplos de lo hipócrita del discurso libremercadista nacional. El robo hormiga de los empresarios es tan delito como el de aquellas personas que lo perpetran en un supermercado o una tienda.  Sin embargo, el realizado por los empresarios tiene un agravante, ellos tienen algunas condiciones diferentes: una formación mucho más avanzada, un poder directo e indirecto exponencialmente mayor, no tienen las carencias que poseen los pobres. Estas prácticas empresariales resquebrajan aún más el deteriorado panorama social chileno, alejando aún más el bien común.

Hay numerosos otros casos merecedores de juicios importantes, entre ellos las prácticas de las empresas de telecomunicaciones, las autopistas, los bancos, las AFP, las tarjetas del retail (comercio minorista de grandes empresas), las inmobiliarias, las sanitarias, las eléctricas y varias otras.

En su primera acepción el vocablo progreso significa ir para adelante, pero la segunda es la más usada: perfeccionamiento. No podemos aspirar a una sociedad más perfecta si los más fuertes atentan una y otra vez contra los más débiles. Así es imposible esperar progreso y bien común.

Existen amarres jurídicos, hay poderes militares resguardando el poder económico, se observa desunión ciudadana, tenemos cooptación de actores políticos (comprados). Aún así podemos mantener como cierta la posibilidad de construir una sociedad más cohesionada, respetuosa de todos sus integrantes, más equitativa. Configurar una mayoría activa en post de un país digno hacia adentro y afuera es la gran tarea de las organizaciones sociales y políticas interesadas en el progreso y el bien común. También hacer más fuerte y grande la red de organizaciones de base y dirigenciales que luche por el bien común, porque la fracción de la sociedad dominante no accederá a ello por voluntad propia. Hoy cobra vigencia esa frase del presidente Allende en su momento más crítico “el futuro es nuestro y lo hacen los pueblos”.

Por Raúl Acevedo
Economista

Santiago de Chile, 20 de julio 2020
Crónica Digital

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