Los “países que se salen de las Naciones Unidas”: un peligroso mito de la extrema derecha

Con estupor reaccionó la opinión pública a las declaraciones de Yuyuniz Navas de Caso, una candidata a constituyente por la derecha en el Distrito 9, en el programa “Aquí se Debate” de CNN Chile. Ella había sentenciado en su cuenta en Twitter: “Salirnos de la ONU es lo que se debe y dejar de vender el país. Impresentable e inadmisible”. Frente a ello, la periodista Mónica Rincón le preguntó: “¿Qué país se ha salido de la ONU?”.

Respondió: “Eeeh, mira, no me acuerdo dónde leí, o sea, cuál país se salió de la ONU, que a raíz de eso también me sentí inspirada… No tengo el dato ahora”… Agregó: “Tenemos que mirar el mundo como es, cíclico, que cambia, tiene que renovarse. La ONU en su minuto fue muy importante, pero hoy día no lo es, hoy día está ideologizada”…

También se refirió a la COVID–19: “Yo intuyo y lo que siente mi cuerpo (sic) es que este virus fue lanzado con un interés político y económico. ¿De quién? (…) De China y del gobierno comunista”.

En verdad, no es la primera vez que desde la derecha emergen afirmaciones de ese tipo. El 2018, en el marco de la controversia por la decisión del Gobierno de Piñera de no suscribir el Pacto Mundial sobre la Migración, la diputada de RN Camila Flores defendió la postura de La Moneda, manifestando en el programa Directo al Grano de Radio Agricultura que “los países serios se están saliendo de la ONU”. Junto con ello, argumentó que “sabemos que la ONU es un brazo armado de la izquierda en el mundo”… Luego, en las redes sociales de la emisora se corrigió la primera frase de la congresista: “Los países serios no van a ingresar al pacto migratorio de la ONU”.

Esas declaraciones son expresión de algo más que un par de anécdotas pintorescas. Son la muestra visible de la influencia de un componente clave del extremismo de derecha en los conservadores que adhieren a los partidos tradicionales de la derecha.

UNA FABRICA DE CONSPIRACIONES

Ya en los tiempos de la Revolución Francesa se instaló, en la reacción contrarrevolucionaria, una interpretación conspirativa de su origen, fundamentos y propósitos. Con el transcurso del tiempo esa noción fue mantenida entre los conservadores y extremistas de derecha: la existencia de una conspiración para imponer un gobierno o una dictadura mundial, digitada desde las sombras por una sucesión de enemigos imaginarios: la masonería, los jesuitas, el judaísmo, el liberalismo, el comunismo, la sinarquía (e incluso una combinación de todos).

Desde sus orígenes, fue un relato útil para la oposición conservadora a la democracia (y, por lo tanto, al pluripartidismo y los partidos políticos), y a la existencia de principios universales de igualdad de derechos, como los delineados por primera vez en 1789 con la Declaración de los Derechos del Hombre y Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente de Francia. Fue, asimismo, fundamento clave de los nacionalismos autoritarios o totalitarios que desde entonces han proliferado bajo diversas formas, incluso llegando a conquistar el poder por períodos, y que –en general– expresaban una nostalgia por la sociedad jerárquica y estamental que derribó la revolución democrática, la misma que en el mundo moderno ha continuado su marcha, pese a los obstáculos, desde el siglo XVIII hasta la actualidad.

La versión más conocida, por su dramático impacto, fueron “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, un libelo apócrifo presentado como un plan conspirativo del “judaísmo internacional” para imponer un dominio global, controlando para esos propósitos, y al mismo tiempo, a la “plutocracia” capitalista, el comunismo y la masonería. A pesar de su evidente falsedad, fue determinante como justificación de la persecución que Adolfo Hitler, el nacionalsocialismo alemán y el Tercer Reich desencadenaron contra los judíos. Una invención cuyo carácter fraudulento era evidente a partir del solo examen de los contenidos del panfleto, pero que ofreció soporte discursivo al Holocausto.

En el período de la postguerra, los extremistas de derecha continuaron propugnando esas ideas. Un ejemplo en América Latina y España fue el libro “La Gran Conspiración Judía”, que fue publicado en 1961 y continúa circulando hasta hoy en el mercado, incluso en Chile, pero ahora como “La Gran Conspiración Mundial”. Su autor ha sido presentado desde siempre como un supuesto rumano anticomunista: Traian Romanescu. Su contenido era una especie de actualización y profundización de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”.

Otro ejemplo clásico es el libro “Nadie se atreve a llamarle conspiración”, que fue publicado en Chile en diciembre de 1974, impreso por la Editora Nacional Gabriela Mistral, propiedad del Estado y, por lo tanto, en esos días bajo control de la dictadura. Tuvo profusa circulación en la derecha radical, nacionalista y autoritaria. El libro fue escrito por Frederick Gary Allen y Larry Abraham. Tres años antes había aparecido la primera edición en los Estados Unidos, que en 1972 logró vender cinco millones de copias en la campaña presidencial de John G. Schmitz, quien escribió la introducción.

Con orígenes en el Partido Republicano, Schmitz era candidato del “Partido Independiente Americano”, cuyo nombre devenía de la repulsa de la ultraderecha a lo que denominaban “partitocracia”, es decir, a la democracia y, por tanto, al sistema de partidos políticos.

Aún circula en el mercado editorial. Su “hipótesis” era la siguiente: “Detrás de las acciones del comunismo internacional y participando activamente en cuanta guerra o estallido de violencia existe en el mapa, se encuentran SIEMPRE los ‘súper–ricos’ del mundo financiero internacional (…) Hay una CONSPIRACIÓN entre los ‘súpercomunistas’ y los multimillonarios del mundo. Objetivo: controlar la humanidad e imponer un socialismo en el que los ‘súper–ricos’ tendrían el poder”. La idea es la existencia de una conspiración para imponer un nuevo orden mundial y un gobierno mundial, ocupando como herramienta al comunismo y a todos los partidos políticos, para lo cual pretenderían “eliminar las patrias, terminar con el concepto de familia y destruir la identidad de los pueblos”.

¿Parece delirante? Pues bien, en ese texto están delineados los rasgos fundamentales de la teoría contemporánea de la conspiración, que pasó ahora a llamarse “globalismo”.

Uno de sus blancos ha sido la Organización de Naciones Unidas, precisamente por tratarse de la entidad global más significativa existente, y porque se conformó el 24 de octubre de 1945 luego que la mayoría de los 51 Estados Miembros iniciales ratificaron el documento fundacional, la Carta de la ONU, que ya en su preámbulo reafirmaba “la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana”. Esos principios dieron un salto adelante tres años después, el 10 de diciembre de 1948, con la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

EL FANTASMA DEL GLOBALISMO

No se piense que el “globalismo” es una idea que sostienen solamente grupos marginales de extremistas. El término fue ocupado con frecuencia en los discursos de Donald Trump, mientras ejercía la Presidencia de los Estados Unidos, incluyendo su intervención durante la 73ª Asamblea General de Naciones Unidas, en la que manifestó su rechazo a la “ideología del globalismo” y su adhesión a la “doctrina del patriotismo”. En la oportunidad, señaló que “Estados Unidos siempre escogerá la independencia (…) por encima de gobiernos globales”. Esta idea permitió que se articulara en torno a su figura, más allá de las filas republicanas, un revoltijo diverso de extremistas de derecha.

La postura de la Administración Trump se expresó en acciones concretas como el anuncio del retiro de Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), un organismo de Naciones Unidas, y su decisión de dejar el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Ambas decisiones fueron revertidas por Joe Biden. Trump también abandonó el Acuerdo de París de 2015 para enfrentar el cambio climático; renunció al Pacto Mundial sobre la Migración; e intentó influir en redefinir la agenda de género de la ONU, decisiones en que la Administración Biden también ha anunciado un cambio de la política estadounidense.

Al comienzo de su mandato presidencial, Jair Bolsonaro nombró como canciller a Ernesto Araújo, quien recién debió abandonar el cargo el pasado 29 de marzo, con Brasil convertido en epicentro mundial de la pandemia de la COVID–19. Según consignó el diario español “El País”, las presiones frente a la catástrofe obligaron a Bolsonaro “a ceder y entregar la cabeza del canciller, que lideraba el ala más ideológica de su Gobierno”.

Araújo pensaba que el “globalismo” sería la “configuración contemporánea” del “marxismo cultural”, término inventado por los extremistas de derecha para denominar la forma en que hoy se expresaría el comunismo para efectos de su papel en la conspiración: sería una especie de mezcla de las obras de Antonio Gramsci y de la Escuela de Fráncfort, que habría engendrado lo que llaman la “ideología de género”, otra invención de la ultraderecha y que sostiene que la forma actual de la subversión apunta a la “destrucción de la familia”, a través del feminismo y la agenda de género, la despenalización del aborto y la promoción de los derechos de la diversidad sexual.

La política exterior de Bolsonaro abandonó el tradicional multilateralismo de Brasil, pues ahora suponía que las políticas impulsadas desde la ONU en materia de la salud, agenda de género, enfrentamiento a la crisis ambiental, problemática de la inmigración, no eran sino herramientas de la conspiración globalista.

En la Administración Trump y también en el Gobierno de Bolsonaro se constató la presencia de ingredientes adicionales que se sumaban a la tesis sobre el “globalismo”: la idea de que la pandemia de la COVID–19 sería parte de la conspiración, sobre todo a través de atribuir –en forma infundada– el origen del nuevo coronavirus a una creación de carácter artificial y deliberada por parte de China y su gobierno comunista. Por cierto, para efectos de esta acusación, se subraya que China es comunista, al igual que cuando se refieren a su sistema político, pero esa condición “comunista” es negada cuando se habla de su éxito económico.

Precisamente por esas ideas se consideró, señalaba “El País”, que el canciller Ernesto Araújo era el “responsable máximo” de que el país no hubiera logrado comprar en China y en otros mercados las suficientes dosis para emprender una vacunación en masa que pusiera atajo a la hecatombe sanitaria (y económico–social).

Por cierto, esta pieza de la teoría de la conspiración del globalismo se ha retroalimentado, en la coyuntura de la pandemia, con la alcantarilla de estulticias en que se pueden convertir las redes sociales, en las cuales se habla de una “PLANdemia (es decir, una pieza más de la conspiración); se sugiere la fantasía de que las vacunas tendrían un chip para controlar las personas; que el COVID–19 no tendrían las características letales que se le atribuyen y el PCR sólo tendría el sentido de reforzar la supuesta invención (he aquí el papel de la OMS en la conspiración); y que, en todo ello, junto al comunismo chino, tendrían un papel dirigente los empresarios “globalistas” George Soros y Bill Gates. Para mayor delirio de los que hacen estas aseveraciones, dicen que Soros tiene origen judío y el creador de Microsoft “fama de judío”…

Los que propugnan aquellas ideas descabelladas, sobre todo con fake news, pretenden, en forma adicional, capitalizar la crisis de legitimidad de las instituciones democráticas, sobre todo los partidos políticos, para ganar adhesión a su concepción autoritaria de la sociedad.

GLOBALIZACION Y MULTILATERALISMO

La teoría del globalismo tiene variantes, según el movimiento o corriente política autoritaria que la sustente, y una ambivalencia deliberada, pues generalmente omiten el fondo de esa idea: la noción de una conspiración entre una elite financiera que aspira al dominio mundial en secreto contubernio con las nuevas corrientes de izquierda que ponen énfasis en los derechos humanos y temas como el cambio climático, la agenda de género, la inmigración, que a su juicio no serían más que “excusas” para atentar en contra de la existencia de los Estados nacionales y la familia, suportes esenciales de la sociedad establecida.

Lo que está claro es que no están hablando de globalización, como tendencia del desarrollo de las sociedades y de los mercados, ni tampoco están haciendo un cuestionamiento al carácter neoliberal de la globalización realmente existente, como la que fue planteada en los “Encuentros Intercontinentales por la Humanidad y contra el Neoliberalismo”, así como en las reuniones del Foro Social Mundial. En su lógica conspirativa, embisten contra uno u otro empresario transnacional sospechoso de ideas progresistas y vomitan –sobre todo– contra los organismos internacionales, omitiendo un cuestionamiento de fondo al proyecto y sistema neoliberal, con cuya racionalidad económica parecen sentirse más bien cómodos.

Uno de los principales representantes teóricos de la crítica de izquierda a la globalización fue el connotado economista, politólogo y cientista social Samir Amin, que estimaba que el mundo está compuesto por sociedades desiguales y totalmente interdependientes entre sí, y señalaba que la génesis de la desigualdad hay que buscarla en la propia expansión material del capitalismo, como tendencia del desarrollo del neoliberalismo, y no en una improbable “conspiración”. Señalaba que la respuesta era promover la cooperación entre los pueblos y la democratización de las sociedades, en la perspectiva de otra globalización (de allí nació la noción de que “otro mundo es posible”).

Ahora bien, contrario a los delirios de los extremistas de derecha, el dialogo multilateral y la cooperación internacional, en el marco de la tendencia más reciente a superar un mundo unipolar y establecer mecanismos de integración regionales, han mostrado que es posible dar pasos adelante en contra de la desregulación de las economías y el despotismo de los poderosos. Una parte de las políticas concordadas en la ONU apuntan en esa perspectiva, al afirmar la primacía de los derechos de todas las personas, emprender políticas afirmativas para superar la distribución desigual del poder y los bienes, apuntar a que el crecimiento de la economía tiene límites definidos por la preservación de los equilibrios ambientales y por la inclusión social. El cuestionamiento más bien debería ser si todo ello ha sido suficiente y los resultados completamente satisfactorios.

Para concluir, es menester hacer un conjunto de precisiones para los aprendices chilenos de la teoría de la conspiración globalista:

La Organización de las Naciones Unidas no constituye una entidad que exista por encima de la soberanía de los Estados nacionales, o que vulnere la soberanía de los mismos: es una organización formada por los Estados de las naciones de la Tierra que, en el ejercicio de su propia soberanía, han resuelto formar parte de esta entidad de cooperación y diálogo multilateral, y que tienen derechos y responsabilidades asociadas con su participación. Su financiamiento se sustenta en las contribuciones voluntarias de sus miembros.

Ningún país del mundo, sea considerado serio o no, ha abandonado la Organización de las Naciones Unidas. Al contrario, desde su creación en 1945, con los 51 Estados miembros iniciales y habiendo transcurrido poco más de 75 años, se han sumado 142 Estados, hasta llegar a los actuales 193 miembros, el último de los cuales fue Sudán del Sur hace casi una década: el 14 de julio de 2011. Otros “países serios” que adhirieron recientemente a la ONU fueron Suiza (2002), Serbia (2000) y Montenegro (2006).

Todos los Estados reconocidos internacionalmente forman parte de la ONU, incluyendo, por cierto, a Estados Unidos y Chile, que fueron parte de los 51 Estados fundadores, entre los que además se encontraban “países serios” como Australia, Bélgica, Brasil, Dinamarca, Francia, Grecia, México, Nueva Zelanda, Noruega y Reino Unido. En la Organización de las Naciones Unidas, la condición de “Estado miembro” se refiere a los países que gozan del derecho de voz y voto en la Asamblea General de las Naciones Unidas, su principal órgano, y tienen un embajador permanente en la sede de la ONU en Nueva York.

–Los Estados que permanecen sin integrar aún la ONU son escasos y tienen características excepcionales. En calidad de miembros observadores: el Estado de Palestina, el Estado de la Ciudad del Vaticano y la Orden de Malta. A ellos se suma la República de China–Taiwán (cuyo asiento en la ONU fue transferido a la República Popular China) y el Sahara Occidental, considerado territorio no autónomo de administración española. Hay dos casos especiales: Niue y las Islas Cook, territorios en libre asociación con Nueva Zelanda.

–La concurrencia de los Estados nacionales a suscribir determinados pactos y tratados internacionales promovidos en la ONU, o participar en sus organismos, no transgrede la soberanía de los Estados. Es decisión voluntaria. El mejor ejemplo fue proporcionado por la lucha de Trump contra el globalismo, al anunciar el retiro de los Estados Unidos de la OMS y su decisión de dejar el Consejo de Derechos Humanos. También con su renuncia al Pacto Mundial sobre la Migración: en este caso, Trump ordenó, además, que Estados Unidos no participara en la negociación del acuerdo. Ello, porque ocurre que la adhesión a los pactos y los tratados es adoptada por los Estados luego de tener la libre oportunidad de participar en los diálogos y negociaciones para definir sus contenidos.

El Gobierno de Sebastián Piñera tampoco suscribió el “Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular”, como se denomina oficialmente, a diferencia de la inmensa mayoría de los países de la Tierra que forman parte de la ONU y en circunstancias de que el Pacto no constituye un tratado internacional, por lo que no es formalmente vinculante para los países firmantes y señala, expresamente, que cada Estado es soberano para determinar sus propias políticas en materia de migración.

¿Es serio imaginarse que el fenómeno migratorio puede enfrentarse, considerado su propia naturaleza, sin entendimientos entre los diferentes países?

¿Se considera “no serios” a países que suscribieron el Pacto, tales como Alemania, Canadá, Francia, Japón, Nueva Zelanda, Noruega, Corea del Sur, Suecia o el Reino Unido?

La Canciller de Alemania, Ángela Merkel, pronunció un vibrante discurso en la cumbre de Marrakech, en que se suscribió el Pacto. Hizo una defensa del multilateralismo, subrayando la necesidad de una respuesta global a un fenómeno global. De la misma forma, se refirió a los fake news que circulaban en las redes sociales.

Recordó el pasado marcado por el nacionalsocialismo en Alemania, que trajo un “increíble sufrimiento” a la humanidad, para manifestar que “la respuesta al nacionalismo puro fue la fundación de la ONU y el compromiso de encontrar juntos las respuestas a nuestros problemas comunes”. Recibió una ovación de pie de los asistentes.

Por Víctor Osorio. El autor es director ejecutivo de la Fundación Progresa.

Santiago, 3 de mayo 2021.

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