Por: Pablo Salvat* Pensar es también pensar los límites. Se trata en este caso, de los límites de nuestras decisiones y accionar, de las figuraciones de nuestros razonamientos, de las políticas que se aprueban y de las que no. El dejar hacer en favor de la “mano invisible” del mercado y del capital tiene consecuencias. Y múltiples. Las más están ya ante nuestros ojos y se resumen en una crisis  que muchos investigadores  califican de pluridimensional, sistémica y no coyuntural:  crisis medioambiental; crisis energética; crisis alimentaria; crisis migratoria; crisis  bélica; crisis económica;  y claro, crisis de los derechos humanos ¡  Los banqueros y las elites políticas saben ya de las catástrofes sociales, pero, como bien dice F. Hinkelammert, no ven, pese a ello,  la más mínima razón para limitar el negocio que se está haciendo con la miseria de las poblaciones  y de la naturaleza.  De allí entonces las constantes crisis de los derechos humanos y el intento permanente de las elites por darles una lectura distorsionada. Para cualquier vistazo medianamente serio y crítico sobre el estado actual del mundo, sería difícil negar estas realidades. Esta negación cotidiana es la que ejercen los medios de comunicación, hoy casi todos en manos de sociedades de capital.  Hemos ido derribando límites, y tenemos hoy que afrontar nuevos que no preveíamos a poco. El humano se percibe e imagina como un ser infinito, pero olvida que existe en medio de un mundo finito, empezando por él mismo, aunque quiera ignorarlo inventando nuevas tecnologías.  ( J. Riemann, Carlos Taibo, Miguel Angel Adame, Lester R.Brown , H.Jonas, entre muchos otros). Tenemos tareas entonces, todos y todas. Si no ejercitamos un pensar cuestionador que pueda también hacerse cargo de los limites, es decir, de las consecuencias reales o   eventuales que trae ir más allá y sobrepasarlos, estaremos siempre empujando hacia la barbarie. El problema es que   la adopción impuesta y a-crítica de la ideología neoliberalista trae consigo el fin del pensamiento. Esto es, el fin del filosofar. Por eso nuestra crisis nacional es, también, una crisis filosófica y ético-política. Y esto lo presenciamos hoy con la “discusión” (que, a decir verdad, es cualquier cosa menos discusión) en torno a leyes que den poderes especiales al accionar policial de Carabineros, y, ahora, de las FFAA; propuestas, esas leyes, como una “solución ” a  los problemas de delincuencia y crimen organizado.  Pero, como hoy en día la política ha perdido su esencialidad propia, todo se hace vía los medios e imágenes que tienen que ser algo espectacular, con palabras altisonantes y consignistas, con harta farándula y matinales, para impresionar y emocionar al ciudadano y a la en decadencia “opinión pública”.  Cuidado ciudadanía, es bueno no olvidar. Es útil ejercer el conocimiento y la memoria histórica. Ya hemos conocido a otros que en el pasado se creyeron líderes y fuhrer, iluminados por mitos y mistificaciones, promoviendo “soluciones finales”. Lo razonable y racional hubiese sido, al mismo tiempo que se ven modos de dotar de mejores medios para combatir […]

          Por Pablo Salvat*   Los tiempos de la posverdad y de los fake news (noticias falsas) hacen muy difícil las posibilidades de tener un debate honesto sobre el acontecer, sea nacional, regional, latinoamericano o mundial, a nivel de la economía, de la política o de la cultura.   Chile es un país “ais-lado”, y sus medios de comunicación lo reproducen día a día, informando de manera muy sucinta  y homogéneamente tendenciosa , cuando no desinformando, de lo que sucede más allá de nuestras fronteras. En los medios son “noticia” aquello que ciertas agencias y grupos informativos distribuyen e imponen como tales. Sí estimados lectores que a veces se asoman a estas columnas. Estoy hablando del nuevo intento de asedio digital y mediático  a Cuba; del magnicidio en  Haití, de la represión y la paramilitarización terrible de la política en Colombia.  Del intento de robarle las elecciones a Pedro Castillo en el Perú, con más de un mes que la Junta Electoral allí no da como ganador al ganador porque las elites mandantes  no lo quieren. Estoy hablando del Medio Oriente, de Siria, Irak, Afganistán, Libia, entre otros y del intento de USA y Europa de seguir dominando y mandando allí, de donde ellos no son y a donde ellos no pertenecen.  Para el republicanismo democrático que, en muchos sentidos me representa, libertad no es, como lo pretende el neoliberalismo, hacer lo que a cada cual le de la gana y que nadie lo interfiera en ello. No. Libertad es para nosotros, no dominación. Esto es, capacidad de ejercitar el autogobierno y la autonomía, desde la ciudadanía subjetiva hasta el accionar de un pueblo autoorganizado.  Y esto es lo que está en juego en esta suerte de nueva ola de ataque que algunos designan como una  versión remozada y  privatizada del Plan Cóndor en nuestra América.  Lo que está pasando en la Isla,  Haití, Colombia o el Perú: ¿es pura casualidad?  ¿es pura espontaneidad? Este creo es uno de los aspectos claves en juego: libertad de autodeterminación o neocolonialismo. Una alternativa que ha recorrido nuestra historia latinoamericana desde la primera independencia pues y que no termina de dilucidarse 200 años después ¡  Sería útil preguntarse: por qué cada vez que un proyecto sociopolítico apuesta por la autodeterminación no lo puede llevar a cabo? Usted dirá, pero ¿dónde? Veamos solo algunos ejemplos: uno, la ocupación de la isla cubana por los USA  después de la derrota de los españoles a manos de los independentistas   (1898); dos, lo sucedido en varios países de Centroamérica, ahí tiene R. Dominicana, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua; después, golpes en Brasil, Paraguay, Argentina, Bolivia. Y claro, no podemos dejar de mencionar el caso chileno del Golpe de Estado de 1973, donde se nos ha querido mentir diciendo que fue solamente una acción criolla, espontánea,  para confrontar el así llamado “cáncer marxista”. Afirmaciones contradichas por una ingente información  en sentido contrario (pueden consultar -entre otros- el Informe Church, del senado estadounidense).  Sin embargo, como […]

Por: Pablo Salvat* Uno de los términos que ha hecho fama desde los ochenta en adelante, ha sido el de posverdad. Es uno que viene acompañado de otro: las mentadas fake news (noticias falsas). Es decir, el entronizamiento del neoliberalismo en Occidente, y de las derechas que lo ensalzaron y promovieron globalmente desde fines de los años 70, se acompañó de la imposición y difusión urbi et orbi de divisas tales como: no hay más verdades; no hay más proyectos de sociedad ni posibles ni pensables; no hay más grandes relatos ni narraciones; menos aún, ideologías. Todas esas cuestiones se presentaban como investidas de pura  “metafísica”. Se inauguraba así el tiempo de la tecnocracia y el nuevo individualismo: propietarista, narcísico, autista social, calculador.   No realizaron esta tarea política solos. Se vieron acompañados por ejemplo -sin quererlo- de algunas corrientes filosófico-culturales que enarbolaban a todo lo alto el prefijo: post.  Pos-capitalismo; pos-humanismo; pos-ilustración; pos-socialismo; pos-modernidad, y así en más. No hay más realidad histórica; ella ha sido disuelta; por ende, tampoco hay más posibilidades de transformación. Tanto la posverdad como sus aliados circunstanciales terminaban coincidiendo en su lectura del derrumbe de los socialismos históricos, y abriendo paso, a lo que alguna vez dijo (y después se retractó) el señor Fukuyama: estaríamos, con ese suceso, llegando al final de toda historia y por tanto, a la eternización de un capitalismo globalizado y su expresión política en las llamadas “democracias” liberales. Sin embargo, ya vemos como las realidades históricas han ido respondiendo a esos supuestas proyecciones y deseos. La posverdad, vino siempre de la mano -como no podía ser menos- de su uso en el campo político-comunicacional. Como no es posible distinguir lo verdadero de lo falso; las informaciones que son tales, de la mera manipulación de los hechos;   como lo que importa no son las cosas dichas, sino quien y como las dice, entonces, rápidamente la posverdad  hizo alianza con las  fake news, y con ello puso en juego  el engaño, la manipulación  de las emociones, los sentimientos, las conciencias de los ciudadanos y los pueblos. Desinformación + emotivismo ético y político. Van de la mano entonces: posverdad y fake news.   Y de la mano, ambas, están al servicio incondicional  de  las elites de poder neoliberales a nivel global y sus expresiones políticas (partidarias e individuales). Estas elites, no dudan en usar todos los medios a la mano para prolongar su dominación e imposibilitar democracias reales. No tienen proyecto, sino el de prolongar su propio poder y la hegemonía de sus intereses particulares, clasistas (véanse las expresiones de un W.Buffet al respecto).    Usted me dirá ¿dónde se traduce o ejemplifica eso? Pues en el uso que se da a los medios de comunicación y redes digitales.  Allí, invierten también capital e influencia  las elites que asumen la posverdad. ¿Objetivos? Pues, desinformar, manipular, torcer situaciones y hechos; entronizar el temor, el miedo, la confusión emotiva, para que nadie ose creer, inclinarse y/o votar por proyectos de país alternativos.  La mantención del poder de […]

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