Edgar Ceballos Jones fue puesto en libertad por el ministro Carroza pues padecía demencia senil. Está acusado de aplicar torturas al General Bachelet y a otros de sus compañeros oficiales de la Fuerza Aérea. Creo que es de interés que se conozca más al personaje que se nos acaba lentamente. Lo conocí en 1974, para el 18. Sus esbirros nos allanaron con escándalo antes del amanecer del aniversario patrio, entraron derribando la puerta de calle y, al parecer, habían estado antes pues conocían la casa y no se tropezaron con nada una vez dentro, pues iban encendiendo las luces, las que estaban a un metro de altura para que los niños las encendieran. Nos apresaron, según me enteré después, porque tenían el dato que allí se ocultaba el Secretario General del MIR, tal vez eso explique que nos encañonaran con bazookas, levantaran con picotas el patio por suerte respetaron el piso del gallinero) y que afuera hubiera una tanqueta. Todo esto en calma, sin gritos, sin vendas, dando órdenes precisas, casi con cortesía, aprovechando el estupor de la sorpresa. Y claro, el miedo es insoportable; creo tener bastante autocontrol, pero mis rodillas se golpeaban descontroladamente y terminé con hematomas. Quien diga que una situación así no siente miedo miente, todos tenemos miedo, pero lo importante es cómo lo procesamos. Llegamos a un lugar que días más tarde sabríamos que era la Academia de Guerra Aérea, y nos dejaron hasta el amanecer sobre unos colchones en el patio, después nos acomodaron en el subterráneo. En el patio se escuchaba transitar a mucha gente que, para entenderse, gritaba ya que se escuchaban tres televisores encendidos sintonizados en tres canales distintos. En el subterráneo se escuchaban menos. En ese lugar estuvimos 48 horas de pie sin poder afirmarnos contra el muro, vendados con un artilugio hecho de género de toalla, color verde agua y bastante grande, Luego nos instalaron en unos pisos sin respaldo, vueltos hacia la pared, sin posibilidad de afirmarse a descansar, también nos entregaron una frazada. Todavía nadie nos preguntaba nada. El tercer día entramos en una rutina que consistía en ir formados al baño, afeitarse, volver, sentarse en el piso y un desayuno de té con una hallulla con algo que no era jamón. Había un almuerzo y una cena bastante frugales. Ese día conocí a Edgar Ceballos, que se hacía llamar Inspector Cabezas y fue desconcertante. Me ordenó que me quitara la venda, el estaba de civil y con camisa blanca y corbata, en un gran escritorio, se incorporó y me dijo, ponte los anteojos y en ese mural dime donde te ubicas tú. Efectivamente, en el muro de su oficina estaba una reconstrucción del organigrama del MIR. En cada lugar que conectaban líneas había recuadros vacíos, otros con nombre completo y otros con nombres políticos. Lo miré con cara de ignorancia total y le dije que no entendía que quería que hiciera si no tenía conexión alguna con esa organización. Su reacción fue divertida, se rió […]