Consternación y dolor provocó en todo un país el asesinato de la periodista Francisca Sandoval, joven reportera del medio comunitario Señal 3 de la Victoria, por un disparo mientras reportaba la marcha del 1 de mayo por el día del trabajador, en las cercanías del barrio Meiggs, en Estación Central. Un asesinato a sangre fría que enlutó no solo a la prensa, sino que a la democracia, donde una de sus principales características es velar por la libertad de expresión y el libre ejercicio de la profesión. Expresarse de manera libre, sin obstáculos y sin censura previa es esencial en un Estado democrático. Es el sello de una sociedad que facilita el ejercicio del cuarto poder: la prensa. Con el asesinato de Francisca Sandoval, se hiere la vulnerabilidad que sienten los ciudadanos, porque quienes tienen el deber de cuestionar a las instituciones, al poder e investigar, son vulnerados, dejando en desprotección a quienes acuden al Periodismo, para transparentar lo que ocurre en las calles, en los salones del poder y los conductos que facilitan la corrupción. Lo más probable es que sus asesinos fueran delincuentes comunes, quienes cada día tienen más poder y más motivos para temer a una prensa inquisitiva.  Son urgentes las medidas para garantizar la protección de los periodistas en el ejercicio de sus funciones, porque facilitar su trabajo, no solo enaltece al Estado, sino que pone en primer lugar un derecho fundamental, que es cuestionar y relevar las principales preocupaciones y problemas de la sociedad, que son las labores que cumplen los medios de comunicación. Medios que también debemos cuidar y vigilar, para que nuestra democracia funcione. Ahora que algunos periodistas chilenos están cubriendo la guerra en Ucrania, arriesgando su vida para mantenernos informados, no puede ser que en una calle de Santiago, se corra el mismo peligro que en la periferia de Mariúpol. Mostrar la realidad puede ser peligroso, y hay que valorar el esfuerzo que los periodistas hacen, por visibilizar lo que otros desean esconder a toda costa. ¡Transparentar  hasta que duela!

“El papel principal de la economía dominante en nuestra sociedad es proporcionar una apologética para un orden social criminalmente opresivo, insostenible e injusto.” Jeremy B. Rudd, Federal Reserve Board*, September 23, 2021 Esta notable cita reciente de un respetado asesor del banco central estadounidense, parece venir como anillo al dedo a casi todos los economistas que han intervenido en el debate de pensiones en Chile desde el 11 de septiembre de 1973. En este país, los economistas defensores del ahorro forzoso son legión. Encabezados por quienes fungen de ministros de hacienda y directores del banco central, secundados por otros en cargos públicos menores, los que alternan con altas posiciones en los principales organismos financieros internacionales.  No es bien visto tampoco, que se abstengan de dirigir o dictar cátedra en las principales universidades del país y, uno que otro, por qué no, en alguna de prestigio mundial. No pocos rotan asimismo en directorios de grandes empresas privadas, y varios han ocupado cargos en el mismísimo y trístemente célebre sistema chileno de AFP, o en sus nuevos apéndices que ellos mismos han inventado en el ejercicio de su servicio público. La fortuna no es verdadera si no llama a la fama. Así, no hay día en que la machacona y omnipresente propaganda del sistema privado de pensiones chileno, de muy lejos el mayor avisador del país, no tenga a alguno de tales sabihondos entre sus invitados de privilegio, entrevistas que matizan con intervenciones en el Parlamento y bien pagadas conferencias en selectos foros empresariales.  En sus peroratas olvidan los fundamentos de su propia ciencia. Confunden la obvia igualdad de ahorro e inversión con supuesta causalidad de la primera sobre la segunda. En sus cálculos omiten la mitad de los datos si la otra mitad les da la razón. Dicen que devolver el fondo dejará al sistema sin dinero para pagar pensiones, pero ocultan que en cuarenta años el único beneficio que ha salido de ahí son los retiros, los demás se han pagado con subsidios y parte menor de la recaudación corriente. Alardean de ganancias olvidando descontar de las mismas las suculentas comisiones y primas que cobran. Afirman que anticipar el pago de pensiones contratadas afectaría el patrimonio de los contratantes, olvidando que dicho desembolso de caja cancela una deuda de igual monto. Olvidan que la inflación no es cualquier alza de precios sino aquella generada por emisión exagerada de moneda que la envilece.  Hacen campaña del terror, como reconoció uno de ellos. Exageran, como tuvo que venir a reprenderlos uno de los baluartes morales de esta ciencia en el país. Bueno, pero para eso están. No sólo olvidan los fundamentos de su ciencia sino además los imperativos de la razón. Nada les produce mayor éxtasis que el equilibrio de las cuentas públicas. Ya han conseguido elevar tal exigencia a los mayores niveles legales, incluyendo prohibiciones al propio BC que han hecho crisis en la reciente crisis. No importa, para ellos este sagrado principio debería quedar grabado en la constitución y ojalá […]

El 11 de septiembre de 1973 la Revolución Chilena sufrió una derrota espantosa. A manos de generales traidores digitados por una potencia extranjera. Su contrarrevolución sanguinaria restauró en el poder a la vieja oligarquía agraria, más bien a sus vástagos ansiosos de revancha, los “Hijos de Pinochet” disfrazados de “Chicago Boys”.  Acabada la dictadura por la Rebelión Popular de los años 1980, una nueva y masiva intervención extranjera, con la complicidad de parte de la oposición a la dictadura, permitió que la restauración se prolongase durante otras tres décadas bajo gobiernos democráticos, un “tiempo en que el dinero se adueñó de la política (Stefan Zweig)”.  Como dice un periodista talentoso aunque lamentablemente reaccionario, el 18-O finalmente está acabando con lo que se inició el 11 de septiembre de 1973. Este fue nuestro equivalente, alejado en el tiempo y el espacio, a la derrota atroz de la Revolución Francesa en Waterloo, que restauró a los nobles y al rey. Dicha restauración sólo acabó décadas más tarde, tras las sucesivas revoluciones de 1830, que relata el gran Víctor Hugo en Los Miserables, y la Primavera de los Pueblos de Europa en 1848, que en Francia describe Gustave Flaubert en su entrañable Educación Sentimental.  Sólo entonces la moderna república reconoció en la Revolución Francesa a la madre que la parió, y trasladó a sus héroes al Panteón que les construyó, con el honor y gloria que se merecen.  El 18-O está culminando la Era de Revoluciones de Chile, que se inició a mediados de los años 1960 y acabó para siempre con el régimen secular de inquilinaje y latifundio, y nacionalizó el cobre, sentando así las bases irreversibles para la modernización de la sociedad chilena. En la vieja Europa, Eric Hobsbawm fecha este período de la transición a la modernidad precisamente entre 1789 y 1848. La historia avanza de este modo, en una tensión contínua entre el pueblo trabajador y las élites, en el curso de la cual el primero irrumpe a cada tanto masivamente en la escena política, para hacerse respetar y resolver las constantes pugnas al interior de los de arriba, en favor de las fracciones dispuestas a realizar las reformas necesarias en cada momento, para que la sociedad continúe su curso de progreso.  Así ha sido a lo largo de milenios, como confirman desde las clásicas novelas chinas hasta la sociología e historiografía del siglo XIX. Ésta lo resumió en la famosa formulación de Marx que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases.  La caída de los socialismos reales, por su parte, reafirmó lo que viene a continuación en dicha formulación clásica, es decir, que los pueblos hacen la historia, pero no como les viene en gana. En otras palabras, que sólo pueden llevar a cabo las reformas que en cada momento resultan necesarias para el modo de vida y trabajo de cada sociedad.  En Chile, el pueblo trabajador es muy paciente, pero a cada tanto pierde la paciencia. Ha irrumpido masivamente en la […]

Durante el estallido social fueron quedando en evidencia, día tras día, manifestación tras manifestación, casos de violaciones los Derechos Humanos por parte del gobierno y sus policías, hacia la ciudadanía en medio de legítimas protestas que se desataron desde el 18 de octubre de 2019. El acceso a internet, teléfonos con cámara y las redes sociales, facilitó la visibilización de tales lamentables sucesos y, fue tal el ruido que causó, que el mismo presidente Sebastián Piñera se vio en la incapacidad de negarlo. Ello, en el contexto del día internacional de los Derechos Humanos, cuando el ejecutivo ante una rueda de prensa en el Palacio de La Moneda, el día 10 de diciembre con motivo de dicha conmemoración, señaló que hubo “atropellos a los Derechos Humanos”.  Tal reconocimiento ocurrió luego de una fase de negación por parte de la autoridad e incluyó un “plan integral de recuperación ocular”, algo que suena muy decoroso para lo que fue la mutilación sistemática de manifestantes, con distinto armamento y tipos de proyectiles en manos de Carabineros y las FFAA.  Perder uno o ambos globos oculares, perder uno de los sentidos, de por vida y de forma irreversible, tal como fue en caso de Gustavo Gatica, sólo demuestra que en Chile se reprime de la forma más cruda y avasalladora las protestas que forman parte de la declaración universal de los DDHH. Es decir, ciudadanos manifestándose legítimamente.  Gustavo Gatica es uno de los tantos ejemplos, un estudiante de psicología que a sus 21 años recibió disparos de balines en sus ojos y ese fue el mismo desenlace para otros cientos de ciudadanos. Algo que me tocó ver de cerca cuando a un amigo muy cercano recibió en total tres perdigones, distribuidos en sus dos manos y que lo llevó a una operación de urgencia. Hoy soy testigo de la investigación de ese caso en manos de la PDI, uno de los tantos casos de mutilación que protagoniza la policía chilena.  Siendo ese el escenario, uno en el que la misma ONG Amnistía Internacional (AI) catalogó en un informe como “la peor crisis de derechos humanos desde la dictadura de Augusto Pinochet”, sólo queda en evidencia el actuar dictatorial y sometedor, de un presidente que presume la idea de la criminalización de la protesta y avala el legado militar. La admiración de Sebastián Piñera al ex dictador no es un secreto. De modo consecutivo Chile, azotado por la violencia del actuar policial encabezado por el exministro de Interior y Seguridad Pública Andrés Chadwick, se enfrenta a una pandemia que se venía incubando en China desde diciembre. Mes en el que nuestro país austral, paralelamente, aún reclamaba sus demandas y reclutaba alrededor de dos millones de personas en Plaza Dignidad (ex Plaza Italia). En diciembre nada hacía presagiar que lo que se venía para Chile y el mundo, iba a ser la evidencia y profundización de tales demandas. Covid-19 muestra la realidad chilena Tristemente la pandemia llegó para agudizar el desamparo de los pobladores de Chile, […]

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