Por: Pablo Salvat* Uno de los términos que ha hecho fama desde los ochenta en adelante, ha sido el de posverdad. Es uno que viene acompañado de otro: las mentadas fake news (noticias falsas). Es decir, el entronizamiento del neoliberalismo en Occidente, y de las derechas que lo ensalzaron y promovieron globalmente desde fines de los años 70, se acompañó de la imposición y difusión urbi et orbi de divisas tales como: no hay más verdades; no hay más proyectos de sociedad ni posibles ni pensables; no hay más grandes relatos ni narraciones; menos aún, ideologías. Todas esas cuestiones se presentaban como investidas de pura “metafísica”. Se inauguraba así el tiempo de la tecnocracia y el nuevo individualismo: propietarista, narcísico, autista social, calculador. No realizaron esta tarea política solos. Se vieron acompañados por ejemplo -sin quererlo- de algunas corrientes filosófico-culturales que enarbolaban a todo lo alto el prefijo: post. Pos-capitalismo; pos-humanismo; pos-ilustración; pos-socialismo; pos-modernidad, y así en más. No hay más realidad histórica; ella ha sido disuelta; por ende, tampoco hay más posibilidades de transformación. Tanto la posverdad como sus aliados circunstanciales terminaban coincidiendo en su lectura del derrumbe de los socialismos históricos, y abriendo paso, a lo que alguna vez dijo (y después se retractó) el señor Fukuyama: estaríamos, con ese suceso, llegando al final de toda historia y por tanto, a la eternización de un capitalismo globalizado y su expresión política en las llamadas “democracias” liberales. Sin embargo, ya vemos como las realidades históricas han ido respondiendo a esos supuestas proyecciones y deseos. La posverdad, vino siempre de la mano -como no podía ser menos- de su uso en el campo político-comunicacional. Como no es posible distinguir lo verdadero de lo falso; las informaciones que son tales, de la mera manipulación de los hechos; como lo que importa no son las cosas dichas, sino quien y como las dice, entonces, rápidamente la posverdad hizo alianza con las fake news, y con ello puso en juego el engaño, la manipulación de las emociones, los sentimientos, las conciencias de los ciudadanos y los pueblos. Desinformación + emotivismo ético y político. Van de la mano entonces: posverdad y fake news. Y de la mano, ambas, están al servicio incondicional de las elites de poder neoliberales a nivel global y sus expresiones políticas (partidarias e individuales). Estas elites, no dudan en usar todos los medios a la mano para prolongar su dominación e imposibilitar democracias reales. No tienen proyecto, sino el de prolongar su propio poder y la hegemonía de sus intereses particulares, clasistas (véanse las expresiones de un W.Buffet al respecto). Usted me dirá ¿dónde se traduce o ejemplifica eso? Pues en el uso que se da a los medios de comunicación y redes digitales. Allí, invierten también capital e influencia las elites que asumen la posverdad. ¿Objetivos? Pues, desinformar, manipular, torcer situaciones y hechos; entronizar el temor, el miedo, la confusión emotiva, para que nadie ose creer, inclinarse y/o votar por proyectos de país alternativos. La mantención del poder de […]