Por Alvaro Ramis: DON JORGE NO PUEDE QUEDAR EN EL OLVIDO.

El  pasado 5 de diciembre  se cumplió un año más del fallecimiento del obispo Jorge Hourton. Su nombre merece figurar junto a una pléyade de pastores que durante los años 70 y 80 alzaron su voz en contra de las dictaduras militares que asolaron el continente y que se atrevieron a acompañar las búsquedas liberadoras de los pueblos. La Carta a los Hebreos usa una hermosa metáfora para referirse a aquellos que no transaron en su testimonio, aún a costa de enfrentar los más grandes sacrificios y castigos. A esos hombres y mujeres los llama la “nube de testigos” (Hb. 12,1), y los muestra como una densa constelación de héroes y profetas que no se puede dejar de recordar.

Se trataría de obispos extraordinarios como Oscar Arnulfo Romero, en El Salvador. Hélder Câmara y Pedro Casaldáliga, en Brasil. Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz, en México. Leonidas Proaño, en Ecuador. Enrique Angelelli, en Argentina. Y en Chile, nuestros imprescindibles Raúl Silva Henríquez, Fernando Ariztía, Enrique Alvear, Carlos Camus, Tomás González, Sergio Contreras, Carlos González Cruchaga, José Manuel Santos. A los que habría que sumar un número incontable de sacerdotes y religiosas: José Aldunate, Mariano Puga, Rafael Maroto, Blanca Rengifo, Roberto Bolton, Pierre Dubois, Jesús Rodríguez, Alfonso Baeza y, especialmente, quienes recibieron la palma del martirio: André Jarlan, Gerardo Poblete, Antonio Llidó, Joan Alsina y Miguel Woodward.

Jorge Hourton Poisson nació en Francia pero llegó a Chile siendo niño. Junto con su vocación sacerdotal, desarrolló una permanente inquietud intelectual, que marcará profundamente su carácter. Doctor en filosofía por el Angelicum de Roma, propugnará ante todo la fidelidad a la conciencia autónoma del ser humano. En cierta manera, compartirá, desde una perspectiva cristiana, el interés de las éticas laicas por la primacía del sujeto frente a una razón instrumental que parece supeditar la libertad a los condicionantes de la historia. Por este motivo, su biografía es el reflejo de esta tenaz fidelidad a sus convicciones sobre la justicia, el pluralismo y la dignidad humana. Su vivo interés por el diálogo entre los cristianos y los no creyentes, particularmente con quienes adscriben al pensamiento socialista y al humanismo marxista, se inscribirá en esa preocupación.

Tiempos tempestuosos

Comenzó su ministerio como párroco en Renca y La Pincoya. Más tarde fue rector del Seminario Pontificio. Siendo, desde 1970, administrador apostólico de Puerto Montt es designado obispo auxiliar del cardenal Raúl Silva Henríquez en la Arquidiócesis de Santiago, en febrero de 1974. Era un momento de particular tensión política entre la Iglesia y la dictadura. El Comité Pro Paz, fundado en octubre de 1973, había cruzado el Rubicón al iniciar las primeras denuncias internacionales de violaciones a los derechos humanos. El cardenal necesitaba un obispo auxiliar dispuesto a enfrenar las tempestades. En abril de 1974 se produjo la primera reacción pública del episcopado ante la carnicería desatada por Pinochet. Y el Te Deum de septiembre de ese año reveló un quiebre sin retorno con el régimen, reflejado en la homilía del cardenal.

Como obispo auxiliar de Santiago le acompañaban Enrique Alvear, quién se encargará de la zona poniente: Pudahuel y Estación Central. Sergio Valech actuaba como vicario general y don Fernando Ariztía en la zona norte. Hourton asumirá inicialmente la zona oriente, y posteriormente, desde 1975, reemplazará a Ariztía, designado en Copiapó. Hourton se instaló en Conchalí, desde donde teje redes y complicidades: con la doctora inglesa Sheila Cassidy, las hermanas Karolina Meyer y Maruja Jofré, los misioneros de Mariknoll, los Columbanos, los de Québec. Participó en la gestación de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (Fasic) justo antes de la expulsión del obispo luterano Helmut Frenz, del nacimiento de la Academia de Humanismo Cristiano, en 1977, de la Comisión Justicia y Paz y de la Vicaría de la Solidaridad, desde el 1º de enero de 1976.

La dictadura ataca al cardenal

En este contexto su labor adquiere dos frentes. En la zona norte despliega una pastoral de conjunto que busca acompañar la resistencia de un pueblo que siente los efectos de las políticas económicas de la dictadura y se ve atemorizado por la represión. Y a nivel general, Hourton despliega su veta intelectual para responder a los ataques del régimen en contra del cardenal Silva. Este rol lo coloca en la primera línea de combate ante una prensa totalmente supeditada a La Moneda. Las memorias de don Jorge, tituladas Memorias de un obispo sobreviviente: episcopado y dictadura, registran muy bien ese tiempo. Se describe la confrontación de fondo entre Pinochet y la posición del cardenal Silva Henríquez, apoyado por la mayoría de la Conferencia Episcopal pero resistido por una minoría de obispos poderosos y con vínculos directos con el Vaticano. La estrategia de la derecha, especialmente en El Mercurio y La Segunda, consistió en agudizar esta grieta al interior del episcopado, desgastando a Silva Henríquez por medio de la abierta criminalización de la Vicaría de la Solidaridad y de los agentes pastorales que actuaban en los territorios populares. En ese objetivo era necesario que los ataques al cardenal fueran sibilinos, indirectos, con la intención de no indisponerse abiertamente ante los sectores católicos, que no tolerarían un ataque frontal contra su persona. Así Hourton comienza a ser para El Mercurio el “obispo duro”, una especie de bestia negra en la que descargar toda la furia que no pueden expresar directamente sobre el cardenal. 

Hourton recuerda en sus memorias sus debates con los ministros del área económica: Kast, Lüders, Bardón, Léniz. Y la frustración del cardenal por no contar con tribuna ni siquiera en el canal 13. Describe las tensiones vividas a raíz de la captura de la Universidad Católica por parte del régimen, de la mano del entonces presbítero Jorge Medina, designado por Silva Henríquez para representarle como pro-gran canciller con la esperanza de oponer su carácter terco a las pretensiones del rector designado Jorge Swett. También llaman la atención sus referencias a personajes que continúan hoy en la política activa y que en ese momento atacaron despiadadamente a la Iglesia. Por ejemplo, el actual ministro Andrés Chadwick, que como vocero del Frente Juvenil de Unidad Nacional calificaba a Silva Henríquez de “antipatriota”, y de pretender aparecer como “víctima y agredido” cuando en realidad el cardenal era el “agresor” y el “victimario”.

Hourton destituido

En junio de 1983 el cardenal Silva presentó su renuncia en virtud de cumplir 75 años. Muchos analistas esperaban que el Vaticano prorrogara su mandato, tal como ha hecho en muchas otras ocasiones en que la Iglesia atravesaba tensiones con el poder político. Por ejemplo en 2008, el arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz Ossa cumplió 75 años, pero su renuncia sólo le fue aceptada en diciembre de 2010, dos años después. Sin embargo, en este caso la renuncia fue aceptada inmediatamente y se designó en su reemplazo al arzobispo de La Serena, Francisco Fresno. Ese cambio evidenció la voluntad de la curia por restablecer los lazos con el régimen militar. Hourton refleja las reacciones a ese nombramiento: “No era ciertamente lo que esperábamos. La noticia corrió muy rápido y mucha gente se alegró. Doña Lucía de Pinochet expresó la satisfacción del gobierno y exclamó: ‘Por fin han sido escuchadas nuestras oraciones’”. 

Cuando don Jorge debió renunciar por edad a su trabajo como vicario en la zona norte, no le designarán ninguna otra responsabilidad pastoral. Como el derecho canónico no prevé la destitución de un obispo, se le margina de forma oficiosa. No ocupará ningún rol oficial en la diócesis de la cual era obispo auxiliar. Ni durante el episcopado de Fresno ni tampoco en el de su sucesor, Carlos Oviedo. Sólo en 1991, ya bajo régimen civil, Sergio Contreras le pedirá que le acompañe como obispo auxiliar de Temuco y rector de la Universidad Católica de esa ciudad. 

En 1984 Hourton es sometido a una grave acusación ante Roma por una serie de artículos publicados en la revista Cristo dialogante en conjunto con el padre José Aldunate. El tema abordado es la posibilidad y el contexto del diálogo entre cristianos y marxistas. La revista Qué Pasa usó esos textos para aumentar la crítica a Hourton, colocándolo al borde de una sanción canónica. Se impuso así una larga y humillante marginación de Hourton, resultado de la campaña de hostigamiento que la derecha mediática urdió en su contra. Don Jorge llegó a confesar sentirse “cesante” y de haber pensado irse a Francia para abocarse a la atención pastoral de los emigrantes chilenos. Incluso propuso este plan a Fresno, el que lo consideró factible.

Una voz clara

Sin embargo, don Jorge nunca temió estas reacciones, sino que las enfrentó de forma muy directa. Junto con mantener su pastoral en Conchalí va a desplegar su crítica en las páginas de la naciente prensa opositora, como colaborador de Fortín Mapocho, Apsi y Análisis. Va a mantener por más de veinticinco años la “página de don Jorge” en la revista Pastoral Popular, y aportará de forma recurrente en la revista Reflexión y Liberación. Su estilo es muy diferente al que los obispos suelen ocupar. Lejos de los refinados, indirectos y sutiles giros episcopales, Hourton se enfrentó directamente con el poder. Carlos González, entonces obispo de Talca, contrasta estas formas en una entrevista reciente: 
Usted era un operador. 
-No me gusta la palabra, pero algo parecido.
¿Quiénes más lo eran? 
-Alejandro Goic, Sergio Contreras, Carlos Camus, José Manuel Santos. Bernardino Piñera era muy buen negociador. Jorge Hourton no, era muy directo”.(1)

Virtud o defecto, la franqueza poco episcopal de Hourton es un rasgo propio de los profetas. Es cierto que no era una actitud propicia para conducir, por ejemplo, las negociaciones del llamado “Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia”, firmado en agosto de 1985. Sin embargo, era la actitud necesaria para expresar la posición de un amplio sector de los católicos, y más allá, de una ciudadanía que no veía esa fórmula de pacto cupular como la manera más apropiada de reinstaurar la República, usurpada por el dictador. 

Desde su “página” en Pastoral Popular don Jorge fue un vocero informal de quienes buscaban algo más que una restauración cívica en el país y aspiraban a una nueva democracia, que fuera capaz de compaginar el respeto a los derechos civiles y políticos y a la vez, los derechos económicos, sociales y culturales. Ya sabemos que la transición pactada va a frustrar esas expectativas. Los buenos oficios de los obispos, indudablemente bien intencionados, sirvieron para legitimar un proceso de institucionalización del neoliberalismo impuesto a sangre y fuego, lo que a la larga ha conducido al actual momento de crisis de los partidos políticos, del Parlamento y del gobierno en su conjunto.

En sus últimos años en Temuco, Hourton fue testigo de las crecientes demandas del pueblo mapuche y de la crisis del sistema de educación superior. Su rectorado en la Universidad Católica de esa región le mostró las contradicciones casi insalvables a las que se somete a las universidades y lo difícil que resulta dar un carácter social e inclusivo a una institución obligada a autofinanciarse totalmente. Además, fue el único obispo que se atrevió a sostener que los parlamentarios debían votar en conciencia en relación a la ley de divorcio, y rechazó la farsa jurídica de las nulidades por falso domicilio. Sus memorias muestran el sabor agridulce de esas experiencias. Su muerte deja un enorme vacío, especialmente en un tiempo en el que la Iglesia parece inclinada a proteger sus islas de poder e influencia, por sobre su misión de evangelizar la cultura y la política. Tal vez, algunos pocos obispos, como don Gaspar Quintana, en Copiapó y Luigi Infanti, en Aysén, pueden ser herederos de algunos rasgos de su legado. 

¿Surgirán nuevos profetas? Es indudable que sí, ya que siempre habrá cristianos que se atrevan a leer y vivir el Evangelio. ¿Habrá nuevos obispos proféticos? Será difícil, ya que por el momento Roma parece inmunizada a las dañinas influencias de un tal Jesús de Nazaret. Pero el futuro está abierto, y nadie sabe ni el día ni la hora en que un nuevo obispo profético vuelva a hacer temblar nuestra tierra.

ALVARO RAMIS

(1) Entrevista a Carlos González Cruchaga, obispo. En Visión del Maule, 18 de octubre de 2011.

 

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 749, 23 de diciembre, 2011
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Santiago de Chile, 13 de diciembre 2016
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