Unir a la izquierda es una aspiración que habitualmente plantean quienes asumen tal posición. No obstante, la historia señala que no hay una aspiración más traicionada por los mismos que la promueven. La izquierda parece tener la vocación de dividirse más que unirse, incluso cuando su contrincante, la derecha, esté en crisis.
De hecho, cada vez que se constituye una nueva fuerza de izquierda, trata a sus congéneres de izquierda que la precedieron con más inquina y saña que lo hace con sus contrincantes de clase. Y a poco andar comienzan las divisiones y subdivisiones, que no parecen tener fin, por razones que cuesta muchísimo dilucidar.
Si uno mira hoy el cuadro de “la” izquierda en Chile puede llegar a contabilizar 25 organizaciones diferentes entre partidos formalmente constituidos o en formación, movimientos, mesas, grupos, plataformas, etc. Esto, sin contar con las numerosísimas organizaciones territoriales, muchos de cuyos dirigentes se definen también de izquierda, pero que en general no reconocen militancia en ninguna de las 25 organizaciones existentes y que, más bien, las rechazan, obviamente. Cuando se logra desentrañar el ideario de estas decenas de expresiones orgánicas de izquierda, las hay cuyos planteamientos ideológicos van desde visiones del comunismo clásico prosoviético (sin URSS) hasta el anarquismo, pasando por un grueso y variado contingente de organizaciones socialdemócratas, que a su vez muestran un arco de posiciones que van desde un neoliberalismo remozado hasta la aspiración a un capitalismo a la escandinava, en sus diferentes versiones.
Chile vive una de sus crisis más profundas, exceptuando las de los años 70 y bajo la dictadura. Hoy se juntan la crisis política y social que tuvo su expresión en el estallido social iniciado el 18 de octubre pasado, con la actual crisis sanitaria y económica, que multiplica su repercusión y costos entre los que menos tienen, que fueron los que más se movilizaron durante el estallido. En este cuadro, la profunda incompetencia del gobierno de la derecha ha terminado por hacer estallar su propia coalición de gobierno. Pareciera que esta crisis de la derecha no es sólo coyuntural sino que se anuncia como una crisis que pudiera ser estratégica.
Lamentablemente, no es la izquierda la que la capitaliza esta crisis de la derecha y del bloque en el poder y no concita el apoyo popular, por su fragmentación, su incapacidad de haberse hecho parte protagónica de las grandes movilizaciones desencadenadas con el estallido social. Incluso el Frente Amplio, que surgió como fuerza contestataria de la “entregada” izquierda tradicional ha quedado fuera del cuadro. Su propia división permanente ha ido dejando un FA cada vez más desprovisto de sus expresiones más de izquierda, para irse quedando con su núcleo socialdemócrata, “los hijos de”, que ahora buscan aliarse con los otros socialdemócratas, sus “papás” de la izquierda tradicional, para enfrentar mejor los próximos desafíos electorales. Y algunos de la izquierda tradicional rompen con sus partidos para buscar alero en este Frente Amplio socialdemocratizado para re-legitimarse desde allí, como si eso pudiera acercarlos a “a calle”, a quienes se rebelaron, olvidando que el mismo FA ha sido rechazado por “la calle”. Todos estos ires y venires políticos son, sin embargo, de los núcleos dirigentes, que siguen en su burbuja; no son de la sociedad, no del pueblo, que mira desde fuera ese verdadero “baile de máscaras”.
El panorama, lamentablemente, no es bueno para la izquierda, en un contexto económico, social y político que le podría resultar altamente favorable. A su fragmentación eterna suma la carencia de liderazgos, por lo que en cuanto surge alguna figura que dice un par de cosas sensatas, todo el mundo corre tras la ilusión de que sea el “mesías” que tanta falta hace. Pero los liderazgos que se necesitan no son individuales, nunca lo han sido, en realidad. Los liderazgos son colectivos, como siempre lo son los liderazgos eficaces. Los liderazgos eficaces son los que mejor logran interpretar en un momento dado la expresión de un núcleo direccional de fuerzas sociales. Si no, no tienen la fuerza para estructurar proyectos que deben ser la expresión de esos intereses colectivos y no de un grupo de seguidores entusiastas. Candidatos o candidatas para una elección siempre habrá, pero líderes como los que se necesita, difícil. Será tremendamente difícil gobernar el Chile de los próximos años y para eso se requerirá liderazgos potentes y colectivos.
La izquierda no se va a “unir” sólo porque un grupo de dirigentes, en los que además la gente de la calle ya poco cree, se unen para enfrentar mejor las próximas elecciones. Ese es un tema de ellos, no de la gente de la calle. Y quizás hasta les vaya bien, que logren ser elegidos en las elecciones que se vienen, pero lo más probable es que serán elegidos por contingentes cada vez menores de votantes. Pero, al parecer, lo único que interesa hace rato a quienes participan en ese “baile de máscaras” es ser elegidos, no importa si cada vez por menos gente. Esa es la debilidad de nuestra democracia: a quienes son elegidos ya no les interesa representar, sólo estar en la política de la burbuja.
Esta es una hora especialmente favorable para profundizar y perfeccionar nuestra democracia, en el marco del proceso constituyente que está ad portas. Es por allí donde las fuerzas de la izquierda, aunque sigan orgánicamente fragmentadas, debieran levantar al menos una plataforma básica y común que recoja esas aspiraciones y las oriente en contenidos a introducir en la nueva Constitución. Es lo mínimo que la izquierda le debe a los chilenos que buscan cambiar sus condiciones de vida.
La izquierda unida, hermosa y necesaria aspiración, pero al parecer lejana realidad. Por eso es que, pese a su actual crisis, es posible que las próximas elecciones presidenciales las gane un candidato de derecha, con muy poca gente votando. A menos que, a menos que…
Por Germán Correa Díaz
Santiago de Chile, 24 de julio 2020
Crónica Digital