El sábado 21 de junio recién pasado, narradores, poetas, ensayistas y dramaturgos escogieron a quienes dirigirán por los próximos dos años los destinos de la Sociedad de Escritores de Chile, SECH, a la que están asociados. En la jornada resultaron electos, mediante voto directo, los once Directores que, estatutariamente, conforman la plana de intelectuales entre quienes surgirán en estos días los cargos específicos que den conducción a esa sociedad. Nos referimos a un ente cuya importancia lleva a instancias gubernamentales, como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, CNCA, a consultarles sobre materias relevantes para la cultura de nuestra nación y a reclutarles como opinión autorizada para la asignación de fondos concursables.
En un país que parece haber perdido la brújula en materia de iniciativas culturales, donde se ha visto nacer, florecer y morir muchas de ellas, condenadas al cortoplacismo de ímpetus individuales, la vinculación que las organizaciones ligadas a ese ámbito establezcan con el medio social, adquiere una relevancia nada despreciable, pues tienen la capacidad y, por su propia definición, están llamadas a cumplir un rol formativo entre la comunidad, el que ya está en aplicación cuando dicho medio es testigo de la forma en que ese colectivo se da gobernabilidad en las urnas. Y es que no se trata únicamente de entregar conocimientos a través de cursos, talleres o seminarios, los que, si bien son de gran utilidad, tal vez no alcancen la gravitación que tiene en la formación de un individuo, su participación en una comunidad organizada. Así, las agrupaciones culturales cumplen un doble rol en materia educativa, dotando a los depositarios de su quehacer de herramientas teóricas y prácticas en los niveles exclusivamente intelectuales o artísticos, tanto como en los de gestión y participación, entendiendo este último concepto como el eje articulador de, por ejemplo, políticas públicas, mediante el establecimiento de nexos permanentes con el aparato estatal. En tal sentido, no basta con que estas organizaciones existan y sean eficientes en materia operativa, deben trascender su objetivo inmediato e instalarse en el plano conceptual y en el largo plazo, edificando comunidades activas, un semillero de creadores comprometidos que perpetúen no sólo la labor cultural misma, sino también su discusión.
Que las instituciones del Estado consulten a las organizaciones en materia de diseño y aplicación de políticas públicas, no es un desiderátum imposible; es un necesario diálogo que las llevará, a su vez, a dialogar entre sí, con lo cual serán también sus propios actores y no sólo los representantes del gobierno en ejercicio quienes aporten a la construcción de la cultura en nuestro país.
Por Academia Libre
Santiago de Chile, 27 de junio 2014
Crónica Digital