SIRIA Y LA DOCTRINA WOLFOWITZ

El presidente Barack Obama sigue bajo el paraguas de la Doctrina Wolfowitz iniciada en 1992 y mantenida durante años por sus impulsores George Bush padre e hijo, cuyo objetivo es sostener por la fuerza un mundo unipolar liderado por Estados Unidos e impedir el surgimiento de potencias rivales.

Mucho de cuanto se ha hecho desde la invasión de Afganistán e Iraq, incluidos los golpes de Estado en lugares tan dispares como Ucrania y Honduras, o en temas tan aparentemente alejados del asunto militar como la extracción de petróleo a partir de arenas bituminosas o fracking para colapsar el mercado de crudos, son acciones premeditadas bajo el enfoque de esa doctrina.

Ese pensamiento neoconservador elaborado por un grupo de ideólogos del sistema y surgido meses después de la desaparición de la Unión Soviética y del campo socialista europeo, busca la consolidación de un poder unilateral concentrado en Washington.

Wolfowitz, vinculado durante 30 años al Pentágono, declara sin enfado:

«Nuestro primer objetivo es prevenir el resurgimiento de un nuevo rival que represente una amenaza parecida a la planteada anteriormente por la Unión Soviética, tanto en el territorio de la antigua URSS como en cualquier otro lugar. Esta es la base de nuestra nueva estrategia de defensa regional y requiere esfuerzo nuestro para evitar que una potencia hostil domine una región cuyos recursos, bajo un control consolidado, serán suficientes para generar energía global». Por supuesto que se refiere al Levante.

Desde entonces, bajo la bandera de los Bush, ese pensamiento es como un manifiesto del stablishment estadounidense, y fue ejecutado sin que le temblara la mano por Richard Cheney, entonces secretario de Defensa, y seguida y mantenida por sus sucesores en el Pentágono y el Departamento de Estado, según el destacado analista político estadounidense Paul Craig Roberts.

Su esencia la expuso hace poco el periodista norteamericano afín a esa ideología Charles Krauthammer en The Washington Post, cuando escribió:

«Tenemos un poder global abrumador. La historia nos ha designado como los custodios del sistema internacional. Cuando la Unión Soviética se desmembró, nació algo nuevo, algo completamente nuevo, un mundo unipolar dominado por una superpotencia única sin ningún rival y con alcance decisivo en todos los rincones del mundo. Esto supone un nuevo y asombroso desarrollo de la historia, que no se veía desde la caída de Roma. Ni siquiera Roma es un modelo adecuado para lo que hoy se llama EE.UU.».

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, acaba de denunciar que los exabruptos del opositor Henry Ramos Allup de sacar del hemiciclo de forma irreverente cuadros con las efigies de El Libertador Simón Bolívar y el líder bolivariano Hugo Chávez, forman parte de un plan apoyado desde el extranjero para crear las condiciones que «justifiquen» una intervención militar.

En ese mismo contexto se inscribe el desacato al Tribunal Supremo de Justicia al juramentar en la Asamblea a los tres legisladores impugnados, con lo cual la oposición conservadora desconoce al Poder Judicial.

Ese panorama no es nuevo y está muy bien definido en la Doctrina Wolfowitz bajo la nomenclatura de caos premeditado puesta en escena con un guión muy específico en Libia con el objetivo logrado de derrocar y asesinar a Muammar el Kadhafi y ocupar el país, como denunciara Craig Roberts.

Como este experto reitera, el caos no se instaló en Libia porque los libios no hayan sabido ponerse de acuerdo entre sí después de la muerte de Kadhafi, sino que ese era el objetivo estratégico de Estados Unidos. Nunca hubo una revolución democrática sino un movimiento secesionista en la región de Cirenaica. Nunca hubo aplicación del mandato de la ONU para proteger a la población, sino una masacre perpetrada por la OTAN que costó las vidas de 160 mil libios, de los cuales 75 por ciento eran civiles, según la Cruz Roja Internacional.

Venezuela, por supuesto, no es un hecho aislado porque la doctrina neoconservadora Wolfowitz es global, como lo es también la de Brzezinski sobre la «erosión por dentro», que en su momento le sirvió de base que aún aplica la Casa Blanca y de la cual es una muestra el carril 3 de la ley Torreceli en el caso de Cuba.

La guerra en Siria es la más actualizada expresión de ese pensamiento porque en ese teatro de batalla Estados Unidos tiene una multitud de objetivos geopolíticos que van desde monopolizar para su beneficio la ruta del petróleo y el gas, hasta consolidar el régimen sionista en Israel, cercar militarmente a la República Popular China y Rusia y lograr un control político absoluto de la región.

El criterio para esa estrategia es que, derrotada la URSS la cual había sido el muro de contención del unipolarismo de EE.UU., no es posible permitir que la Rusia del presidente Vladimir Putin asuma el papel de los soviéticos o que China con su sorprendente desarrollo económico también lo haga o se sume a Moscú en una alianza estratégica muy poderosa.

La orden está dada por los neoconservadores: hegemonía mundial por y para Estados Unidos. Tirar a matar en cualquier «rincón oscuro del mundo», como proclamó Bush hijo a raíz de las invasiones en Oriente Medio.

Ese objetivo explica los sucesos de Afganistán e Iraq, la impunidad de Israel en sus crímenes y colonización de los territorios ocupados, las amenazas a Irán, los punibles hechos de Libia, la atroz guerra en Siria, el surgimiento de presuntos grupos fundamentalistas sin orden ni ley, el caos en países de África del Norte, el golpe de Estado en Ucrania, la ofensiva contra la expresidenta Cristina Fernández en Argentina y Dilma Rousseff en Brasil, las presiones a los presidentes de Ecuador, Rafael Correa, y de Bolivia, Evo Morales, el caos en Venezuela, y el bochornoso sometimiento de Europa a Washington.

Venezuela ha accionado las alertas en América Latina, mientras que Eric Sommer, del Global Time, enciende las luces rojas ante lo que denomina proto-guerra de Estados Unidos contra China y el infeliz papel que Washington trata de asignarle a la Asociación Transpacífica (TPP) en ese peligroso juego.

Esa proto- guerra, según dice, parece dirigida a intimidar, debilitar, e incluso posiblemente desestabilizar el gobierno y la sociedad e incluye intentos de cercar y aislar, militar, económica e informativamente a China.

En esa estrategia, Sommer alerta que Estados Unidos considera el TPP como el ala económica de la proto-guerra destinada a rodear China, y lo considera una propuesta de tratado regulador y de inversión regional que excluiría a Beijing de las negociaciones actuales.

Los ideólogos estadounidenses, independientemente de sus preferencias partidistas -Paul Wolfowitz fue primero demócrata y después republicano-, se consideraron vencedores de la guerra fría y proclamaron el fin de la historia plasmado en la obra de Francis Fukuyama como parte de la política de deshistorización del tiempo y el estímulo a la distopía para borrar la memoria histórica de los pueblos.

De esa forma fueron edificando ese muro propagandístico de una pretendida unipolaridad para hacer creer que la historia había elegido el capitalismo como la ideología universal y a Estados Unidos el país excepcional para dirigirlo, es decir la hegemonía real que se gestó en 70 años de postguerra.

En ese contexto algún día se conocerán los secretos de los entresijos de la caída de las torres gemelas el 11 de septiembre -hecho sobre el cual hay muy fundadas dudas- que desbrozaron el camino hacia las desgracias que se viven hoy en el Oriente Medio y la proliferación de organizaciones terroristas como el Estado Islámico, Al-Qaeda y muchas más de génesis tan oscuras.

El golpe de Estado en Ucrania el 22 de febrero de 2014, y las sanciones de Estados Unidos y Europa a la Rusia del presidente Putin, tienen el mensaje subliminal neoconservador del unipoder alegado por los unipolaristas.

Sin embargo, quiéranlo o no, los cimientos de la Doctrina Wolfowitz son poco profundos y el edificio ha sido estremecido por el bloqueo ruso sumamente efectivo a la invasión militar que habían planeado a Siria.

Los neoconservadores lo saben y lo asumen como un fracaso de su doctrina, y eso explica en parte los tumbos que han estado dando Estados Unidos y Europa en su supuesta batalla contra el Estado Islámico.

No obstante lo dicho hasta aquí, Siria sigue siendo la encrucijada que puede llevar a la paz o la guerra en gran parte del mundo. Una paz impulsada por quienes luchan por una responsabilidad compartida en un mundo multipolar. Una guerra como consciente recurso destructivo que lamentablemente pueden utilizar aquellos que siguen obstinados en un control unipolar del universo.

Por Luis Manuel Arce **Editor de Prensa Latina.

La Habana, 14 de enero 2016
Crónica Digital / PL

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