¡Las cosas de la vida! Cuando niño descubrí, entre los papeles que heredé de mi padre, un artículo con fotografías acerca de Montserrat, localidad en las montañas de Cataluña, situada entre espectaculares roqueríos. En ese mismo momento me propuse conocerla, quién sabe cuándo ni cómo.
La oportunidad se dio muchos años después cuando, desde mi exilio en Gran Bretaña, tomé vacaciones en el balneario catalán de Malgrat de Mar. Allí descubrí un tour de un día a Montserrat. Lo contraté de inmediato. Acompañado de mi esposa de aquellos años, emprendimos la subida.
Hermosos paisajes y buena conversa, puesto que conocimos en el bus a una interesante pareja formada por un alemán de unos cincuenta años y una chilena de poco más de veinticinco. Nos contaron toda su conmovedora, trabajosa y, finalmente, exitosa historia de amor. En una folklórica mezcla de español, inglés y alemán, conversamos todo el trayecto.
Tanto el germano como yo éramos aficionados a los vinos, así es que aburrimos a las damas por un rato intercambiando términos tales como Trockenbeerenauslese, Edelfaul, Gewürtztraminer, Bocksbeutel, Müller-Thurgau, etcétera.
Al llegar a Montserrat nos separamos del dúo encantador. Yo había convencido a mi esposa de visitar el monumento a Raimundo Lulio (Ramon Llull), el Doctor Illuminatus, famoso filósofo y teólogo catalán del siglo XIII.
En efecto, allí estaba. Algunos lo llaman “la escala de la creación”, aunque es más conocido como “los peldaños de Montserrat” o el “monumento a Ramon Llull”. Los turistas insisten en escalarlo y más de uno se ha sacado la contumelia. Está prohibido hacerlo, y lo han rodeado de rejas cada vez más altas, pero no faltan las(os) atletas que logran burlarlas.
Se supone que los peldaños representan la jerarquía del universo, con Dios en la cúspide, seguido por los nueve coros angélicos, los santos y mártires, los doctores de la Iglesia y luego una larga lista, pasando por animales y vegetales hasta llegar, en la base, al mundo inanimado.
Me acerqué lo más que pude y vi con asombro que, debajo del monumento, formando una obviamente despreciable infra jerarquía, se asomaban dos viejos y conocidos políticos chilenos. No los nombraré porque sin duda había más de ellos y no quiero discriminar a nadie. Seguro que algunos aparecerán en la papeleta como candidatos a constituyentes, alcaldes, gobernadores o cores.
Después nos dirigimos a explorar los puntos más turísticos: vistas al magnífico roquerío, la basílica, la Virgen Negra, el coro de la Escolanía. En aquellos días les estaba prohibido a los turistas llevar comida a Montserrat, y todos los guías tenían la obligación de dirigir a sus grupos a un gran auto servicio gastronómico donde hasta el agua era cara. Efectivamente, mi pareja y yo hicimos la larga cola, que avanzaba rápido, y compramos dos botellas de agua mineral. Nos sentamos en el rincón más alejado posible de los garzones a devorar los sándwiches de lujo que habíamos preparado en base al desayuno buffet de nuestro hotel. Lo hicimos con la mayor discreción y salimos impunes, riéndonos de la aventura.
En el camino de retorno comparamos experiencias con el dúo germano-chileno. Ellos se habían concentrado en lo más destacado por el guía, así es que no se enteraron de la escala de la creación. En lo gastronómico, cumplieron con las reglas y nos dijeron que la comida había sido buena. Nos dejaron muy invitados a su casa en Stuttgart; lamentablemente nunca encontramos el tiempo para visitarlos. Estoy seguro de que votaron Apruebo/CC.
Ya en Gran Bretaña, al contar nuestro viaje, un amigo relativamente letrado asoció incorrectamente a Montserrat con los Pirineos (quedan unos 100 kilómetros hacia el norte) y me preguntó por la Chanson de Roland. Confieso que mi conocimiento del tema era casi nulo, así es que tomé una guitarra y entoné:
Mocito que vas remando
En tu lancha engalanada
Atrácate para el muelle
Que quiero ver a mi amada…
Es decir, una canción de Rolando… Alarcón.
Bueno, los presentes lo tomaron como una broma, pero ninguno pudo agregar mucho al tema, así es que de vuelta en la universidad me fui de hacha a la biblioteca y busqué en las enciclopedias Británica, Espasa-Calpe y Larousse.
Entonces me enteré de que la Canción de Rolando, canción de gesta escrita entre los siglos XI y XII, relata un episodio ocurrido el año 778 en el paso de Roncesvalles, donde la retaguardia del ejército de Carlomagno, al mando de Rolando (Roland o Roldán) y en retirada hacia la Galia después de destruir Zaragoza, fue atacada por miles de sarracenos y aniquilada. Rolando muere tocando su trompeta Olifante, Carlomagno retorna y derrota a los musulmanes en el río Ebro.
Un detalle interesante es la espada de Rolando: se llamaba Durandal o Durandarte y un ángel la había regalado a Carlomagno. Contenía un diente de San Pedro, sangre de San Basilio, cabello de San Dionisio y un trozo del vestido de la Virgen María. Supuestamente era la espada más afilada que existía. Parece que también era la más cachurera. En la Chanson, Carlomagno regala el arma a su sobrino Rolando, quien, antes de morir en Roncesvalles, la lanza a un acantilado. Una réplica de esta espada se encuentra hasta la fecha empotrada en un roquerío en el pueblo francés de Rocamadour.
De acuerdo a los historiadores, buena parte de la Chanson es fábula: no hubo miles de sarracenos en la batalla sino sólo cientos de habitantes locales tratando de vengar la destrucción de ciudades aragonesas por el ejército del futuro emperador Carlomagno, que en esos días era rey.
Esto me trae a la memoria una ocasión en que, en una fiesta latinoamericana en Manchester, un argentino quiso dárselas de pillo e hizo la siguiente pregunta: “a ver ¿quién de ustedes puede relacionar el día en que el Peñón de Gibraltar recibió su nombre con la navidad del año 800?”.
Nadie pudo hacerlo en ese momento y el argentino se enredó malamente cuando quiso dar la solución (típico), así es que lo tomé como un desafío y me sumergí en la biblioteca. Resultó que a comienzos del siglo VIII (711) los árabes (en sentido estricto, bereberes norteafricanos, súbditos del Califato de Damasco) invadieron la Península Ibérica pasando desde África por las columnas de Hércules. Su jefe era Tariq (Tariq Ibn Ziyad), quien, carente de toda noción de modestia, bautizó al peñón hasta entonces llamado ‘columna norte’ como ‘jabal Tariq’, montaña de Tariq, que con el tiempo se transformó en ‘Gibraltar’. En 725 habían conquistado toda la Península Ibérica y más tarde cruzaron los Pirineos con el fin de anexar el reino visigodo del sur de la Galia.
En el año 732 los árabes fueron confrontados por una fuerza paneuropea al mando de Carlos Martel en la batalla de Poitiers. Fueron derrotados y debieron retroceder. Carlos Martel fue el padre del rey Pepino el Breve y abuelo del rey Carlomagno, quien, como ya sabemos, estuvo involucrado en la matanza de Roncesvalles y fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en la navidad del año 800, fecha fácil de recordar.
A propósito de argentinos lanzando desafíos, vino a mi memoria una ocasión en que fui invitado a una fiesta de estudiantes mexicanos de la Universidad de Loughborough. Tuvieron la gentileza de hacerlo porque yo, que había dejado la universidad un par de años antes y trabajaba en un centro de investigación industrial cerca de esa ciudad, les daba charlas acerca de diversos temas que se me ocurrían.
Esto me recuerda a tiempos juveniles cuando yo hacía clases (“Marxismo de hoy”) en el Instituto de Investigaciones Marxistas (IDIM) en Avda. Brasil y a menudo sonaba el teléfono solicitando servicios de detectives privados, generalmente seguimientos de esposos o esposas por casos de supuesta infidelidad. Por esta razón, al director del IDIM lo apodamos “el agente Maldonado”.
Pues bien, en medio de la fiesta en Loughborough, un chilango (habitante del D. F.; suelen prolongar las vocales) se paró y dijo: “Yooo soy capaz de adivinaaar la personalidaaad de cualquiera de los preseeentes sólo observaaando su vestimeeenta”.
Por razones ignotas, alguien propuso mi nombre y se produjo una sorprendente unanimidad, así es que me puse de pie y el chilango me miró de arriba abajo. Conviene aclarar que yo iba vestido con jeans azules, camisa celeste, sweater grueso azul marino, parka negra forrada y botas de cuero de media caña, que era algo así como el uniforme de los jóvenes universitarios de aquellos tiempos y de aquellos climas. Todo esto yo lo completaba con una boina negra bilbaína con escudito chileno de metal. ¡Un patriota!
Al cabo de unos segundos, el cuate emitió su veredicto: “Pues tú eeeres un acadéeemico, un intelectuaaal ¡y un comuniiista!”
“Close enough!” (anduviste cerca), respondí yo.
Nunca supe si el chilango realmente acertó o si antes de hacer su desafío había hecho averiguaciones con el lote azteca.
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Por (Dr.) Luis Cifuentes Seves
Profesor Titular
Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas
Universidad de Chile
Santiago de Chile, 4 de noviembre 2020
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