Por Marcel Garcés Muñoz
Se nos fue Ulín Urrea, Raúl Urrea Bobadilla, compañero de mil batallas políticas, periodísticas, de aventuras, de la resistencia, y de los sueños de futuro, de amor por el ser humano, de esperanzas y utopías.
Sus datos biográficos retratan lo que fue su existencia, sus compromisos personales, sus vicisitudes¨: reportero gráfico de El Siglo, en los tiempos en que soñamos con tomar por asalto el cielo, y construir un país más justo, más progresista, más de hermanos.
Terminó su presencia física a los 82 años, que nos lo arrebató, sin dejarle cumplir su sueño personal, sentimental, profundamente humano: viajar a Ucrania, poder conocer a sus nietos, ver y abrazar a su hija Daniela, depositar una flor y sus lágrimas en la tumba de su hijo Marcelo, fallecido de una cruel enfermedad, lejos de su tierra originaria, en un exilio de dolor y de ausencias de la Patria.
No pudo cumplir su sueño, por el que trabajó duro y planificó su viaje, ilusión que también le arrebató, primero la dictadura y la represión, luego el destierro, y finalmente las carencias y la maldita pandemia.
Lo vimos soñar con ese viaje, emocionarse del posible encuentro, y prepararse para esa cita que no pudo darse.
También esos pesares, esas tragedias personales, están en la cuenta de la dictadura.
Quedaron muchas familias destruidas, separadas por la distancia geográfica, y por las imposibilidades económicas.
Pero Ulín Urrea no perdió nunca las esperanzas. Llegó a adquirir el pasaje necesario, pero vino la oscuridad, la agresión del Corona Virus, las fronteras cerradas. Y Ulin no logró su sueño, que también fue nuestra esperanza.
¿Podrá la dictadura y sus hechores, cómplices políticos y defensores de hoy, entender el dolor de un padre y de un abuelo que solo tenía el anhelo de darle un beso a su hija y conocer a sus nietos?
Esa es también, una deuda con miles de padres, abuelos, abuelas, hermanos, familias, que la dictadura de Pinochet y la derecha económica y política tienen con generaciones de chilenos.
Ulín, partió al exilio, primero a la Argentina y luego a la Unión Soviética, radicándose en Zaparozhye, una ciudad obrera de la Ucrania Soviética, donde tuvo la oportunidad de proseguir la profesión que lo apasionaba, la fotografía, y que ejerció en Chile, en el diario El Siglo.
Hizo un camino al que, se vieron obligados tras el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, con todas sus vicisitudes, dolores, carencias, incertidumbres, esperanzas y frustraciones, hicieron otros cientos de miles de chilenos.
Y como la mayoría de ellos lo hizo pensando en la vuelta. Y sobre todo en continuar la lucha por la democracia y la libertad.
Eso fue lo que hizo.
El exilio fue para él un nuevo escenario para la lucha. Y cumplió con las tareas más modestas y las más responsables que le fueron encomendadas por su Partido, el Partido Comunista de Chile, con una lealtad, una entrega, más allá de sus refunfuños, los menos, y las dificultades, las más.
Cumplió las tareas encomendadas con disciplina y en silencio, como tenía que ser, sin preguntas y sin comentarios, como también era la norma.
Volvió a Chile con sus dolores y carencias personales al hombro. Y volvió a lo suyo: con su cámara, su alegría de vivir de siempre, su actitud crítica, su vocación militante y gremial, dispuesto a reanudar el camino de lucha y el compromiso social, profesional y político.
Ahí nuevamente nos reencontramos en memorables discusiones y alegatos, sueños y botellas compartidas, recordando las anécdotas vividas en El Siglo, el Gobierno Popular, la resistencia, el exilio, la Unión Soviética, Moscú, Berlín, y sus alrededores, los éxitos y la debacle final del socialismo real. Pero sin perder Las esperanzas, los ideales, los sueños.
Aquí Ulin como muchos, se puso a disposición de las nuevas tareas de reconstrucción del tejido social y gremial, pero siempre desde el silencio de su modestia, pero de su pasión transformadora de la sociedad y de las personas que la conforman.
Mucho de lo que sucede hoy es fruto del trabajo de personas como Ulin, y cientos de miles de otros. Y mi homenaje a este camarada, amigo, colega, hermano, tiene mucho que ver con el reconocimiento que le debemos a muchos como él.
Y no podemos dejar de reconocer el apoyo, la paciencia, el cariño de la compañera que lo apoyó, lo reconfortó y lo acompañó, hasta su último instante, nuestra querida Ana Tobar, y su hijo, Carlos Páez, que también lo quiso como padre-amigo.
Quiero decir finalmente que Valentina y yo, Ilia Pinto, la compañera de Rodrigo Rojas: Iris Largo, la compañera de José Miguel Varas, Guillermo Torres Gaona y su compañera Alma Barahona, Hugo Fazio y Cecilia Coll, Erasmo López y su compañera, Estela García, cuyo matrimonio fue inmortalizado en las fotos de Ulin, y tantos otros, todos tenemos hoy un tremendo vacío en nuestros corazones.
La vida sin Ulín, su conversación, sus risotadas, sus observaciones críticas y otras francamente duras, desde la pasión y la lealtad absoluta, ya no será la misma.
Buen viaje, amigo y compañero entrañable.
Santiago de Chile, 10 de julio 2021
Crónica Digital