En 1973, el lema de Chile signó el quiebre democrático donde se restablecía por la fuerza el orden en nombre de la razón. El orden de la dictadura. La razón del modelo neoliberal. Lo ocurrido en las últimas semanas, será recordado como un intento del presidente Piñera de mantener ese modelo, declarando una “guerra” en nombre de lo que él mismo define como “oasis” de América Latina.
Pero hoy, la razón es democrática y la fuerza emana del pueblo. Semanas después del inicio de las manifestaciones, se consolida un movimiento, se construye una democracia más allá de lo procedimental, se apela desde la ciudadanía a la garantía de los derechos sociales. De Atacama a la Patagonia, se extiende el sentimiento de no vivir dignamente. Ese despertar al sonido de las cacerolas no debería sorprendernos dado la acumulación de años de injusticia. A pesar de las voces que venían alertando sobre la gravedad de los niveles de desigualdad, algunos prefirieron hacer oídos sordos.
Hace casi diez años, la Plaza Tahrir en Egipto era el lugar símbolo de la primavera árabe. Hoy desde la Plaza Italia de Santiago las chilenas y chilenos han captado la atención mundial y transformaron ese lugar en un punto determinante para todos quienes creen en la justicia social. Gracias a la movilización, Chile está ad portas de abrazar una oportunidad histórica para acabar con una transición iniciada hace 30 años. Sin desmerecer la fuerza del No a Pinochet, la vida del pueblo chileno sigue siendo regido por una constitución no democrática. Estamos viviendo el segundo tiempo tras varias décadas de injusticias sociales impuestas por un modelo sellado al antojo del sector más conservador del país. Cabe recordar que entre el año 2014 y 2018, la agenda de reformas estructurales propuesta por Michelle Bachelet fue una de la más transformadora desde 1990. Reformas que fueron torpedeadas sistemáticamente no solo por la oposición formal, sino por un espacio transversal que incluía a los “próceres” de la Concertación, que finalmente estaban cómodos con el sistema, haciendo que cada proyecto fuera atomizado, reduciendo los posibles efectos de la agenda progresista de la ex presidenta.
Muchos -y me incluyo- pensábamos que para cambiar el sistema, Chile requería de un cambio generacional y solo podía suceder con el peso del tiempo. Pero no podemos olvidar las señales previas como la revolución de los pingüinos en el 2006, la revolución estudiantil del 2011, las marchas contra las AFP. La pregunta que hoy muchos se hacen es cómo salir de esta encrucijada. Existen tiempos para los procesos y más aún cuando estos tienen su origen en la movilización social. El desapego de la ciudadanía es el resultado de los abusos, de la indolencia de las élites frente al peso de la desigualdad. Un poco más del 10% de la sociedad no está dispuesto a ceder, escondiéndose detrás del miedo irracional a la equidad y a la necesidad de un nuevo momento constitucional.
Haber convocado el COSENA es un verdadero insulto para la ciudadanía, es el delirio de la resistencia de un presidente contra su pueblo y traduce la incapacidad política de la autoridad. Si el Gobierno persiste en su ceguera negando los anhelos expresados por una amplia mayoría, la renuncia del presidente Piñera consistiría un paso importante para iniciar un proceso constituyente y disminuir el nivel de polarización política. Cómo un mandatario, habiendo declarado un estado de guerra contra su propio pueblo y teniendo responsabilidad política en las violaciones de los derechos humanos podría iniciar un proceso constituyente? Algo de legitimidad se requiere para que esta nueva etapa se desarrolle en las mejores condiciones posibles.
La desobediencia civil es fuente de esperanza, permite romper con el diseño perfectamente delimitado e impuesto en dictadura, permite abrir nuevos caminos para conseguir un nuevo marco constitucional que sea el reflejo de la sociedad actual. Cada día desde el 18 de octubre, se siente esa adrenalina de la fuerza popular, la razón apasionada y legítima de un pueblo que durante varias décadas el sistema neutralizó, subordinándola al mercado.
Pero marchar en Chile tiene un costo elevado. Las violaciones a los derechos humanos cometidas generan un sentimiento ambiguo. Por un lado, la alegría y el alivio de sentir el despertar ciudadano, y por otro, la consternación frente a la brutal represión, en un país donde las heridas de la dictadura Pinochet no han sanado, donde la justicia aún se hace esperar para numerosos familiares de detenido(a)s desaparecido(a)s.
Es primavera. Los cabildos ciudadanos brotan en esta tierra fértil y andina de Parra, Neruda, Mistral y Zurita. Son millones de chilenas y chilenos, como las estrellas de un firmamento azulado, que escriben su propia historia mostrándole al mundo que nada es imposible para alcanzar ese derecho de vivir dignamente, en paz y alejarse del autoritarismo neoliberal.
Por Pierre Lebret
Santiago de Chile, 8 de noviembre 2019
Crónica Digital