Argentina Campeón: El guion perfecto

 

Por Vicente Vásquez Feres, Periodista.

36 años, 5 meses y 27 días.

Ese tiempo transcurrió entre la celebración argentina de 1986 en el brillante cielo del Estadio Azteca y la cita de la tarde noche en el Estadio Icónico de Lusail. Una final con el mejor escenario posible para el mundo catarí que costeó el evento con petróleo y sangre: Lionel Messi contra Kylian Mbappé, figuras y estandartes del Paris Saint Germain. Y, en la previa, con los pronósticos bastante diezmados desde la fase de grupos, una de las mejores fantasías disponibles para observar. Ciertamente hubo quienes preferían a Brasil por una parte del cuadro o a Portugal en el otro, pero ellos y los demás fallaron cuando no se debía. Por eso el cuadro albiceleste se coronó campeón del mundo.

Cada opinión encontrará fundamentos para justificarse. Que cobraron “penalcitos”, que había coincidencias increíbles e inobjetables de los tiempos maradonianos, que la FIFA lo quería así para Lio, que los rivales “arrugaron”, que el destino estaba escrito. Sin embargo, los trasandinos mostraron temple, garra y mucho pero mucho fútbol cuando la situación lo pidió. Esa inesperada caída ante Arabia Saudita en la primera fecha fue una “trágica” y necesaria alerta. Desde ahí, con la presión de por medio, superaron todas sus pruebas. Incluso con el despedazado México y la discretísima Polonia, Argentina estaba a un simple error de caer al abismo. Mal que mal, traían un tremendo invicto basado en partidos relevantes: la obtención de la Copa América 2021 y la clasificación a Qatar 2022 sin perder ningún encuentro. El cuerpo técnico de Lionel Scaloni, resistido en un comienzo y fortalecido por los míticos Pablo Aimar, Walter Samuel y Roberto Ayala, renovó la fe con trabajo y un proyecto deportivo acorde al fútbol contemporáneo y la historia de la selección. La candidatura era real y merecida.

Así, los octavos con Australia y los cuartos con Países Bajos (u Holanda, como prefiera) demostraron que no se podía pestañear ni un solo segundo. El dominio siempre sería engañoso. Cada segundo fue puro aprendizaje para un plantel completísimo que se fue encontrando conforme venían las pruebas de carácter. Tenían el juego, el despliegue físico, el talento y la confianza para alcanzar la cima; solo podían ser frenadas por la vanidosa impredecibilidad del deporte rey. Una cosa poca. Por momentos parecía que las circunstancias eran más fuertes y en alguna pequeña ventana tumbarían el sueño argentino. Fue ahí que se impuso la convicción, la tenacidad, la madurez futbolística y el barrio.

Durante 79 minutos, Argentina aplanó a Francia y la redujo al mínimo: presionó bien, movió rápidamente el balón, achicó los espacios, recuperó con agresividad, generó peligro cada vez que cambiaba de ritmo en tres cuartos de cancha, dio buenos pases verticales y lateralizó cuando debía hacerlo. En definitiva, un primer tiempo perfecto con dos goles de ventaja y una segunda etapa casi calcada, que, a diferencia de la semifinal con Croacia, careció de esa puntada que no dejaba espacio para ningún atisbo de duda. De todos modos, no se veía cómo Francia lograría meterse en el partido, la diferencia entre los equipos era demasiada para esta instancia. Unos acertaban todo y otros fallaban hasta lo sencillo. No se puede olvidar que los jugadores franceses se fueron bajando de la delegación antes de la cita mundialista y durante la competición. No era el plantel campeón con cuatro años más de experiencia. Aún así, con todas las bajas, es un combinado con muchas opciones y recursos. En esta ocasión y con unos quince minutos por jugar, apeló a lo que más le convenció: empujar, empujar y empujar. Quemaron las naves, exprimieron el duelo individual, desbordaron a punta de velocidad, potencia y fuerza. La primera vez que un jugador albiceleste no pudo estar pegado a su rival como una calcomanía en dos o tres acciones enlazadas, vino el penal de Otamendi. ¿La segunda ocasión? La pared y volea que decretaba el empate 2-2. Messi y Mbappé se jugaban un duelo aparte.

Con piernas apretadas y el pecho pidiendo oxígeno, Francia tuvo un par de minutos para dejar atrás el temor y los nervios que la invadieron en el 75% de la final. Sin embargo, Argentina resistió y entendió que el tiempo extra requería un recambio y una nueva adaptación, a pesar de un grandioso planteamiento del cuerpo técnico y una ejecución excelsa de los jugadores. Se dieron pausas, fueron inteligentes y siguieron creándose ocasiones en ofensiva. Con la batuta de Lionel y un incansable despliegue de los mediocampistas que colaboraban en las arremetidas y en los retrocesos, lograron un 3-2 que se veía como la consagración. Ante la acción llegó la reacción: fuerza, fuerza y más fuerza. Había más espacio y los desequilibrantes en Francia se pusieron la capa. A pesar de haber estudiado la materia la noche antes del examen, encontraron ese penal que dispondría los lanzamientos penales a los ojos del mundo. Después unos infernales 30 segundos que se colaron a la fiesta en los descuentos y casi decantaron la balanza. Lo que se había escrito en un justo 2-0, terminó en un 3-3 gracias al doblete de Messi, el golazo colectivo de Di María y el hat-trick de Mbappé. De nuevo, otra vez a remar tras pegar el primer guantazo.

No sé qué consumió el guionista de la temporada, pero le agradecemos por este capítulo. En los doce pasos estaba la revancha y otra chance más de mostrar ese aguante que los llevó al séptimo encuentro, donde todo el mundo quiere estar. Primero, Emiliano Martínez, quien salvó el cuarto gol francés en el último suspiro, pero con el orgullo herido al recibir tres tantos sin haber tenido sustos en casi todo el partido. Segundo, Gonzalo Montiel, el villano detrás del penal que dejó todo empatado a tres. Y, por último, aunque haya pateado al inicio, Lionel Messi, que se ganó un espacio en el olimpo futbolístico y en paralelo sumó tantas decepciones en su carrera con la camiseta argentina, en este torneo pudo alcanzar su sueño de niño como figura consular. Él, junto a un equipo de obreros talentosos y un staff inteligente que supo leer los momentos y no murió con sus primeras ideas, cambiaron la historia futbolera que se había oscurecido por tantas décadas. Pensar que renunció tras la final de Copa América con Chile en Estados Unidos, cuando el orbe sabía que debía quedarse. Quizás hoy aquellas derrotas valen más para la vereda del frente, aunque también entregan una importante lección: se puede adorar la historia y a la vez cambiar de página. Es sano, te da futuro. Toda esa angustia, esa olla a presión, esas ansias de vencer, esa mochila que perdió algunos kilos con el éxito continental, esa amargura de perder en penales, esa maldición sudamericana de caer ante tanta frialdad europea, esa percepción de lo imposible, terminó.

Solo pasaron 36 años, 5 meses y 27 días.

Crónica Digital, Santiago 18 de Diciembre 2022

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