Las vidas del jaguar

Por Omar Cid*

 

“Ahora todos hablan mierda
Ahora no me quiere nadie
Ahora ‘tán todo’ sensible’
Ya no les gusta la calle.”
Pablo Chil-e, Jaguar 

 

Intentar entender las circunstancias y razones que envuelven la opción rechazo del 4 de septiembre, resulta crucial para las medidas tácticas y estratégicas del conjunto de las izquierdas. El abordaje y método no puede ser restringido, como se ha dicho tiene elementos multifactoriales. Por tanto, se necesitan dimensiones holísticas de entendimiento que, ponen a prueba los propios saberes y epistemologías de los sectores antes señalados. El conjunto de experiencias acumuladas por la teoría revolucionaria, nuestra propia historia, se encuentra hoy sobre la mesa como material. Dichas claves de lectura, en sus variantes e interpretaciones pluriversas son hoy necesarias, porque en sí mismas, cumplen la función de ahorrar vidas. Esa es la responsabilidad fidedigna, de los partidos y movimientos transformadores y revolucionarios.

Bajo esa advertencia, quisiera detenerme en cuatro elementos que me parecen necesarios, para abordar los resultados del plebiscito de salida. Cada uno de ellos, podría ser un ensayo y estudio en sí mismo, aquí serán enunciados y expuestos a modo de simples apuntes.

Clave geopolítica

La crisis financiera subprime que se inicia en la potencia hegemónica el año 2008, en términos culturales, simbólicos, es el símil de la caída del muro de Berlín, para el socialismo histórico. Su impacto global y particularmente en Chile, remeció los cimientos del sentido común neoliberal y expuso sus debilidades y limitaciones. Si a ello, sumamos el potencial económico y tecnológico de China, la recuperación de La Federación Rusa como un actor geopolítico relevante, a partir del ingreso de sus tropas en Siria, donde junto a Irán y el propio ejército nacional sirio, generan una derrota de proporciones al intento hegemónico de balcanizar ese país. Se trata de imágenes que, por medio de destellos, comienzan a configurar los cimientos de un nuevo orden mundial. El nacimiento de los BRICS, la reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái celebrada en Samarcanda, donde se abordan temas como el proceso desglobalizador, el impacto mundial de la pandemia, el conflicto militar entre La OTAN y La Federación Rusa, cuyo centro de operaciones es Ucrania, no resultan indiferentes.

La alianza anglófona y su sucursal llamada OTAN, no iban a esperar de modo impávido ser desplazados en los hechos de su espacio de privilegio mundial. Han ejercido a través de su historia, de sus acciones, una ofensiva sistemática contra los pueblos que consideran peligrosos o que pudieran cuestionar su hegemonía: hoy alicaída y puesta en tela de juicio.

En nuestro continente, el accionar político y coercitivo del Comando Sur, con su representante la generala Laura Richardson, no deben ser tomados a la ligera. Salvo excepciones, pareciera que, para nuestras élites, estos temas no tuvieran ninguna relevancia. Un recorrido por los centros de estudios que se precian de tales, marcan la ausencia de los temas geopolíticos en la discusión y en los pocos espacios donde se tratan, se hace de modo unilateral. ¿Desdén, incapacidad, vacíos conceptuales e ideológicos, puro pragmatismo?

En un mundo que se desglobaliza, nuestras élites insisten en la dinámica globalizadora, ante un mundo que busca establecer espacios de protección, tanto alimentaria como de sus recursos, nuestra élite reclama no solo vender rápido, sino por desarmar a nuestro Estado, de cualquier protección ante las corporaciones   transnacionales. A su falta de sentido nacional, las élites antediluvianas, pretenden restaurar al fenecido Consenso de Washington, en su versión sádica y cíclope. Los cancilleres de los 30 años, como si fueran fans de Daddy Yankee, piden a gritos el ingreso de Chile al TPP11, no conformes con tenernos durante décadas en el purgatorio, ahora nos quieren ver en el infierno. ¡Santo cielo, sino teníamos ni mascarillas! ¡Acuérdense quienes nos facilitaron vacunas, ante la catástrofe que vivimos!

El nuevo orden global, se inserta en un proceso de incertidumbre. Tengamos presente que, la pandemia   todavía no se ha terminado de medir y asimilar, uno de sus enseñanzas más notables, es la incapacidad de las economías centradas en el lucro, para enfrentar un fenómeno mundial de esa envergadura. Todavía está en nuestra memoria, la acción criminal del gobierno norteamericano y de la propia Europa, con los países más desfavorecidos, miles de muertos son de su entera responsabilidad, por impedir el libre flujo de medicamentos, e insistir en sanciones económicas. Con esa cuenta pendiente, la oligarquía financiera transnacional desata el abismo de la guerra en Ucrania, al poner entre la espada y la pared a la Federación Rusa. El golpe de Estado global, la doctrina del Shock mundializada, tan familiar para nosotros está en marcha -y sus implicancias para nuestro continente están por verse- de acuerdo a los resultados en el terreno militar, económico, financiero, cultural y de recursos energéticos.

En tiempos de incertidumbre, los pueblos apelan a lo que les da seguridad, el recurso del miedo es antiguo y efectivo para la retórica conservadora. Tómese en cuenta este factor mundializado, para entender en parte el espíritu de época del rechazo en nuestro país.

(re)leyendo el estallido social

La discusión sobre las potencialidades y carencias del estallido del 18 de octubre, cobran mayor relevancia, al alero de los resultados del 4 de septiembre.

Una primera afirmación. Está muy claro que el malestar generalizado expuesto en las calles, era transversal y tocaba todos los estamentos de la sociedad, no solo en clave económica, política, militar y religiosa: por cierto, relevante. Existía un cuestionamiento simbólico, donde no escapaban las organizaciones que históricamente han levantado reivindicaciones sociales relevantes, en la medida que eran entendidas como parte de una élite, con menos capacidad de incidencia, pero perteneciente a un mundo de privilegio por su derecho a voz. En eso, liderazgos personales, muy acotados, podían navegar en ese mar de pulsión impugnadora.

El estallido, no tuvo el tiempo necesario para madurar y transformarse en un proceso de rebelión, lo que tampoco aseguraba gran cosa, el ejemplo español y la propia Argentina, nos dan algunos indicios, incluso indagando en nuestra propia historia, podemos ver las limitaciones de los mismos. No obstante, aportó un elemento imprescindible, remeció la arquitectura política, puso “a la flor y nata” de cabeza y obligó a la institucionalidad a dar un cauce a la crisis: a través de un plebiscito que abrió las puertas a la Convención Constituyente.

Abuso y exclusión, son dos palabras que adquirieron diversas formas y fórmulas de expresión. Ese pueblo que sale a las calles, de manera profética exige no ser más abusado y excluido, el espíritu impugnador genera su espacio simbólico en las Plazas Dignidad de distintos lugares del país. El espacio privado y público se politizó, debilitando la maquinaria tecnocrática de los partidos institucionales y la retórica de los profesionales de la política.

De la irrupción del pueblo en las calles, producto de la pandemia pasamos al encierro, a la muerte en la desnudez pura, en la soledad agobiante. Una experiencia de destierro en nuestras propias casas y departamentos. Parte del daño social y psicológico, se ha visto en los procesos educacionales. Un estallido interrumpido, con un pueblo que resuelve con sus recursos la crisis, a través del 10%, porque el Estado llegó tarde. Un pueblo que entendió que una de las formas de reivindicación, de ajuste de cuentas, era golpear en sus cimientos a las AFPs. Un pueblo que, recibe un mazazo en la cabeza, ante la política continuista de protección de los abusadores, por parte del gobierno entrante.  De modo paradójico, los conceptos de exclusión y abuso, rondan las razones del rechazo. La construcción discursiva discriminadora, apuntando a la ignorancia, la desinformación de los votantes nuevos, cargando únicamente en ellos, la responsabilidad de la derrota, nos interpela en el modo y estilo en que las izquierdas buscan relacionarse con el inmenso espacio vital de los nadie. El estallido no nos pertenecía, el 80/20 del plebiscito de entrada tampoco, eran señales de buenos augurios y nada más. Signos que, se fueron desfigurando con la votación de Kast y los resultados de la derecha en El Congreso.

No es grato, ver el accionar de unas izquierdas actuando como si vivieran en un ghetto, incapaces de conectarse con los condenados a la pobreza de su país. Cuyo discurso endogámico, es la exposición de una disonancia profunda con quienes salieron a la calle el 18 de octubre, estuvieron en las plazas de sus poblaciones y barrios. Ahí, donde el Estado, las organizaciones sociales y políticas son casi inexistentes. Allí murieron de covid19 o esperando una atención que nunca llega. Allí, mueren por una bala loca, por las violencias e indolencias habidas y por haber. Ellos votaron rechazo, porque no detectaron ninguna diferencia real, entre los articuladores del abuso y quienes dijeron que llegaban para realizar algo distinto.

El momento de impugnación del estallido ha golpeado nuestras narices -y el clamor es el mismo. Terminemos con la exclusión, vamos a compartir la vida y la muerte con ellos. Porque sin ellos, perdemos nuestra razón de existencia, en las periferias se cristalizan todas las marginaciones de la matriz de poder existente, sino somos capaces de disputar esos territorios e insertarnos para construir comunidad política, pueblo organizado: la derrota táctica, será estratégica.

En clave cultural

La racionalidad neoliberal, supone una idea de ser humano regida en su totalidad por el factor económico, se trata de un imaginario antropológico donde toda conducta humana está regida por la economía. Instalar ese reduccionismo, es un proceso de conquista y colonización de orden mundial. No podemos medir el impacto de la dictadura cívico-militar en Chile, desconociendo ese objetivo último y necesario: trastocar las relaciones cotidianas de vida. Se usó el terror, la cooptación, la asimilación, para luego obtener la legitimación necesaria de ese modo de existencia. ¿Cuál es el impacto, de habitar en un espacio colonizado por la organización económica? ¿Cuál es el impacto, de habitar en un modelo que anula los aspectos básicos de la democracia como la soberanía popular, interviniendo el lenguaje, las expresiones culturales, las dimensiones educacionales? ¿Es posible, desconocer el peso de casi cincuenta años de implantación del modelo en nuestras vidas? Entonces, nos encontramos con una pandemia que carcome el pensamiento, las costumbres, la organización política, religiosa, militar etc. Nada escapa a su matriz racional, porque su aspiración es religioso-totalitaria.

Nos encontramos entonces, ante un proceso de colonialidad mucho más complejo que el desarrollado por los primeros conquistadores. Somos parte de un conjunto de valores y creencias de un sistema mundo que, se está desplomando. Pertenecemos, al núcleo duro del relato anglófono, eurocentrado y unipolar. Nuestra élite, en un amplio abanico, responde a esa matriz ideológica.

Para la izquierda del siglo XX, el proceso de transformación era económico, la emancipación suponía un cambio en la relación capital-trabajo que, en los hechos tampoco pudo concretarse y proyectarse a través del tiempo, en el mejor de los casos y de manera incipiente, humanizó algunos aspectos de esa relación, siendo rápidamente borrados, por la contra-revolución neoliberal.

El modelo vigente en chile, nos propone una cosmovisión, trabajada con argumentos filosóficos, científicos y teológicos. No se puede menospreciar, el trabajo incesante de los grupos religiosos de carácter evangelista, no sólo instalados en los sectores populares, apareciendo incluso ahora, en las capas medias emergentes. Tampoco debe ignorarse, la posición conservadora, de los obispos de la iglesia católica, con una discursividad a contra pelo de la propia línea instaurada por Roma y el Papa Francisco. La teología de la prosperidad, en sus diversas modalidades, se ha ido imponiendo. Los movimientos populares de resistencia inspirados en la teología de la liberación, vienen pidiendo ayuda desde hace largo rato y hemos sido insensibles. El conservadurismo, acusó recibo de la disputa civilizatoria en curso y están dispuestos a usar sus herramientas históricas, para resolver a su favor la contienda.

En el mismo contexto, el ataque a monumentos que reivindican a las víctimas de la dictadura, los intentos de tergiversar la historia reciente, a través de artículos, libros, redes sociales, donde se ataca la memoria del presidente mártir Salvador Allende, a sus colaboradores, e insisto, caricaturizando a nuestros muertos, hay que entenderla como parte de una cosmovisión que está dispuesta a emprender una nueva asolada colonizadora. La defensa de la Constitución neoliberal, no sólo es una defensa del modelo económico que, por cierto, lo es. Se trata de un modo de vida, por eso adquirió la característica de cruzada.

No podemos ser apáticos, a las corrientes culturales que surcan nuestro territorio, a la disminución de los autores nacionales en los planes y programas del Ministerio de Educación. Por tanto, a la peligrosa instauración de una cultura anglófona euro-centrada. La defensa de nuestras referencias histórico culturales, es la semilla de la soberanía popular, no se trata de una retórica chauvinista, la construcción de un proyecto soberano implica el desarrollo de un sujeto social capaz de sostenerlo. Las bases fundamentales de ese sujeto, están en nuestros referentes históricos, en nuestras luchas, en la capacidad que tenemos de proyectarlas, profundizarlas y re-inventarlas con creatividad y mística.

Lo más difícil en las derrotas, es la re-construcción de la subjetividad y de nuestro sistema de creencias, debemos recurrir a nuestra memoria cargada de resiliencia. Fuimos capaces de sostenernos, ante la operación genocida de una dictadura, resistimos y fuimos un aporte a la construcción de una salida al régimen cívico-militar. Un sector de las izquierdas, resistió el golpe simbólico de la caída de los socialismos históricos. No se puede leer el proceso en curso, desconociendo estos antecedentes. De ahí la importancia, de tener muy clara la envergadura del adversario, en su sentido amplio, no restringido.

Si evaluamos la propuesta constituyente, con esa perspectiva, se tradujo en una propuesta que representó a un 38% de la población, es decir, se transformó en un proyecto político-cultural de un sector social, transparentando con ello, el peso de los valores y creencias del modelo vigente.

En clave identitaria

La instalación de la diferencia como instrumento político, está mostrando sus limitaciones. Algo hay en la exacerbación de la diversidad, tan parecida a la individualidad, a la desigualdad que, dificulta la construcción de una comunidad política. Las izquierdas, han tenido la sabiduría de abrir sus puertas a diferentes corrientes identitarias, todas son un aporte y cooperan a su enriquecimiento político. Sin embargo, uno de los elementos que caracteriza al neoliberalismo, es la exaltación de la individualidad, ante la “cárcel” de lo colectivo.

De modo muy patente, asistimos a un proceso de reafirmación, a partir de las opciones y costumbres sexuales, lo que comemos, la relación o desconexión con lo divino, el lugar donde naciste, el colegio y universidad donde estudiaste, el color de piel, tipo de pelo, apellido, grupo etario al que perteneces etc. Insisto, no hay descalificación en cada una de esas características, el tema es que son parte de una lógica de mercado en competencia, lo que Ramón Grosfoguel llama: las olimpiadas de los marginados.

Esa competencia desmedida, se vivió al interior de la convención, cada grupo exhibiendo su bandera, sus anhelos y expectativas al punto de transformarse en un mall, donde la ciudadanía decidió si adquiría o no ese producto. El resultado lo conocemos.

El tema central es ¿cuáles son los vasos comunicantes que nos unen al interior de un partido transformador y revolucionario? Porque el proceso de la convención se puede repetir al interior de diversas colectividades, generando roces y pugnas impredecibles. Se trata entonces, de situar en un lugar relevante elementos que le den sentido al quehacer colectivo.

Bajo ese horizonte, conviene tener en consideración a lo menos tres categorías recogidas de la experiencia de los pueblos que han decidido disputar las conciencias a los sectores dominantes. Pensando, en direccionar los posibles conflictos que sean expresión de la diversidad existente.

En primer lugar, para las organizaciones transformadoras y revolucionarias, la lucha de clases es uno de los elementos a considerar dentro de la matriz de poder existente, permeado es cierto, por las “capas medias aspiracionales” o sencillamente “clase media” que todo lo envuelve e invisibiliza, En Chile, en concreto ha operado por el manejo del deseo de los pobres, los marginados, las y los trabajadores pauperizados, de pertenecer a un sector social que sirva de escudo protector, ante las acusaciones de: flojo, vicioso, ignorante y abandonado de la mano de Dios. Su presencia, no opaca las otras dimensiones de opresión, más bien las ubica en su sentido práctico material.

Una segunda categoría que, tiende a iluminar el contenido de esta matriz de poder que es racial, eurocéntrica en el sentido de discurso hegemónico, plutocrática, patriarcal, clasista y capaz de poner en riesgo la especie humana, es la de imperialismo. No podemos pretender transformaciones profundas, revolucionarias, sino entendemos a los grandes adversarios, porque los que tenemos aquí son su reflejo colonizado. El poder con pretensión unidimensional, tiene territorio y se ubica en Washington, Londres y Bruselas, poseen su club privado en Davos, su aparato militar en La OTAN y en nuestro continente los hemos sufrido con la sigla Comando Sur. Esta segunda categoría, no implica eximir de críticas a los procesos de transformación en otros lugares del continente. Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia, son parte de la preocupación de toda organización que anhele implementar políticas que cuestionen la racionalidad globalista y neoliberal. Lo que no podemos hacer, es relativizar la ferocidad e inhumanidad del adversario histórico que, no ha tenido, ni tiene, ni tendrá, ningún límite a la hora de concebir sus objetivos. Los ejemplos son visibles, en destrucción y muerte.

Una tercera categoría, subyacente a la anterior, es la de Soberanía: territorial, jurídica, de recursos y alimentaria.

Estos tres instrumentos teóricos, pueden servir de articuladores en la construcción de una propuesta política que nos permita convivir y enriquecernos de cada una de las reafirmaciones antes descritas. De otro modo, se corre el riesgo de extraviarnos como organización, en el océano de anhelos y expectativas.  Todas justas, pero que ensimismadas, favorecen al fortalecimiento de lo que queremos enterrar. El dato de la causa es: el jaguar de América Latina tiene más de una vida.

*Escritor y analista político
Subdirector de Crónica Digital
Santiago de Chile, 3 de octubre del 2022

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