Piñera ha llevado al país a una situación que avanza sin control. Ha decretado estado de emergencia, toque de queda y ha declarado la guerra contra la población. Una serie de gravísimas torpezas, de nula comprensión de la crisis y de peores decisiones que solo han aumentado el descontento.
Hay más de 23 muertos, y los abusos de Carabineros, que dan cuenta de graves y permanentes violaciones a las normas fundamentales, han sido registradas por el lente del mundo y de los más importantes organismos internacionales de Derechos Humanos, lo que en definitiva violenta e indigna a la ciudadanía.
“Estamos en guerra contra un enemigo poderoso” dijo a través de la prensa el presidente del país, expresión, evaluación o exabrupto que puso a toda la población en la más absoluta perplejidad. Nunca se ha definido con claridad quién es el enemigo. Igual que en la dictadura pinochetista, el acaudalado empresario justificó la represión con el enemigo interno. Hoy, con un extraño informe de la “inteligencia” gubernamental, se responsabiliza a cantantes, deportistas y grupos de rock extranjeros por la crisis social que enfrenta Chile.
Las declaraciones del presidente son una muestra más de la lejanía que tiene él y su clase para comprender los motivos de la crisis. Pinochet culpaba al marxismo internacional y a los terroristas, Piñera por su parte, crea un “enemigo poderoso” con apoyo internacional, altamente sofisticado. Se evita así, interesadamente, mencionar que la explosión social deriva de los efectos de un orden económico y político que ha abusado de la población durante generaciones.
Piñera ha ofrecido ruedas de prensa, y ha intervenido en cadenas nacionales para no decir nada nuevo, la llamada oposición -muy solicita- ha asistido a reuniones para hacerse eco de una campaña propagandística que hasta ahora tiene a la mayoría de los medios de comunicación alineados. El gobierno levanta algunas reformas que ruido, como por ejemplo sobre el sistema de pensiones que, en los hechos, deja intacto.
El mandatario accionista dice que escucha al pueblo, sin embargo la población le pide el término de los abusos, el cambio del orden que ha precarizado la vida de la mayoría, y le responde con más represión y con proyectos que legitiman la violencia institucional. Mientras la mayoría de la oposición, salvo excepciones, apoya esas iniciativas. Las organizaciones demandan estatizar los servicios públicos, nacionalizar los recursos naturales, nueva constitución y asamblea constituyente, y le responden con discursos dirigidos a la “paz”. Pero se debe ser claro, las demandas populares nunca un gobierno neoliberal podrá realizar, ni siquiera imaginar.
Aunque los medios de comunicación insisten que se está volviendo a la “normalidad”, las marchas y protestas han continuado por las principales calles chilenas. Lo que se ha evidenciado en los últimos días es la agresividad de las fuerzas policiales, se ha ordenado el copamiento de la Plaza de la Dignidad, ex plaza Italia, y se ha desplegado un abultado policial, pero como ya es conocido en el plano internacional, esto solo aumenta las cifras de heridos y de detenciones.
Hasta hace pocos días, la bolsa de valores Santiago tuvo una caída de más de un cinco por ciento arrastrada por las acciones del retail, que cayeron un promedio de un siete por ciento. En un día se esfumaron más de siete mil millones de dólares de estos activos en tanto el peso sufría una fuerte devaluación respecto al dólar. Chile, el otrora modelo neoliberal para la región, estaba expuesto a la mirada extrañada de todos los mercados externos y las críticas al gobierno de Piñera fueron directas. El Financial Times de Londres criticó el decreto de estado de emergencia y el toque de queda y The Economist hizo una dura crítica al gobierno a la vez que constata que los disturbios masivos sin duda que dañan la imagen del país.
Le guste o no a la derecha chilena la crisis social también ha estallado en la economía, por ello todas las medidas de emergencia del gobierno apuntan a mantener intacto el modelo económico neoliberal que impuso la dictadura cívico militar de Pinochet y que se mantuvo con la anuencia de los gobiernos concertacionistas y que se mantiene con Piñera.
Las manifestaciones, lejos de disminuir han escalado. Y lo mismo, la represión, que ha sido la única reacción del gobierno. Sin embargo, no hay miedo. Las fuerzas sociales continúan en actividad, no obstante, ellas están frente a un monstruo que “pisa fuerte” y más aún cuando la derecha y los grandes empresarios sienten que hay un pueblo que se manifiesta y protesta. La lucha continúa.
Por Osvaldo Zamorano
Periodista
Doctor en Ciencias Políticas
Santiago de Chile, 26 de diciembre 2019
Crónica Digital