Me decían que la fiesta había terminado, pero queda el desconsuelo del sábado con más lágrimas que glorias, aunque se discuta el tercer lugar de la Copa Mundial de Fútbol.
Luego está el domingo, el espléndido día en el cual dos grandes guerreros del deporte de las multitudes, dos de los elegidos para conquistar los cetros universales del balompié, disputen el honor del título: Alemania y Argentina.
Europa-América, una constelación, resumió las emociones del duelo el muy lacónico Joachim Low, el director técnico de los teutones que no es capaz de esbozar ni siquiera una tímida sonrisa aunque le propine una soberana paliza a Brasil.
Precisamente el ritmo de samba, los cadenciosos compases del bossa-nova languidecieron después del Mineirazo del martes en Belo Horizonte con el lapidario 7-1, que enterró los sueños de la canarinha de lograr su sexta Copa del orbe.
Aniquilados, con una humillación en casa de la que todos hablan -mientras buscan la manera de pasar la página lo antes posible-, ese mismo Brasil del vilipendiado entrenador Luiz Felipe Scolari tendrá que salir a la cancha el sábado.
En Sao Paulo, en la Arena Corinthians, la misma que ovacionó a la verdeamarela en el debut el pasado 12 de junio contra Croacia. Y ahora, tras el fracaso demoledor, a luchar por la honra, si es que existe, frente a Holanda.
Tampoco la tropa de Louis Van Gaal llega enchufada. Demasiado mezquina en su apuesta defensiva, pagó su dibujo de Naranja Mecánica del catenaccio con la derrota en la lotería de los penales ante Argentina.
Un graffitti displicente, sin pasión, se antoja la propuesta del Brasil-Holanda. O quizás por aquello de la vergüenza y la razón de un gigante sudamericano que ha sido el paradigma del Jogo Bonito en la historia, la batalla sea atractiva.
La oportunidad in extremis de disfrutar, ojalá, del verdadero rango de Oscar, Hernanes, Ramires, Marcelo, Willian, David Luiz y Thiago Silva, ante la velocidad y el virtuosismo de Arjen Robben, junto a la calidad de Sneijder, Van Persie y Depay.
Y de agradecer, eso sí, al Brasil hospitalario que regaló un evento de alto vuelo y permitió admirar la belleza de su extraordinario territorio.
Empero, las cuentas claras se hacen para una sola ocasión y esa será el domingo. En el mítico Maracaná, a las 16:00 hora local, en la imponente capital carioca de Río de Janeiro.
Con el Pan de Azúcar, el Cristo del Corcovado, Copacabana e Ipanema, testigos mudos de un partido seguramente vibrante en emociones, Alemania-Argentina, el duelo repetido de dos finales de México 1986 e Italia 1990, con división de honores.
Por Michel Dalí
Río de Janeiro, 10 julio 2014
Crónica Digital / pl