Reunión en la cumbre: Nicanor Parra y Clotario Blest

La temporada estival del año 1988 era extraña por la atmósfera social que se percibía. La inminencia de un plebiscito, reglamentado por el poder militar desde septiembre de 1980, había modificado el discurso y la estrategia opositora. El hasta hace poco repulsivo dictador, repentinamente mostraba credenciales democráticas que acreditaban que conduciría a un proceso democrático. Para una parte de los contrarios, tal planteamiento fue recibido con una severa reprobación. Uno de ellos fue el fundador de la Central Única de Trabajadores (CUT), Clotario Blest Riffo.

“Tal proposición no creo que sea fruto de ingenuidad. Los políticos son los menos cándidos sobre estos temas… Esto me hace figurar que se está negociando secretamente con la tiranía esta mascarada de tranzar las violaciones a los derechos humanos y consolidar el neoliberalismo económico… Por tanto, hago un llamado ético a abstenernos, ya que optar el Sí o el No, sólo le da legitimidad a la dictadura”, aseveró Blest en la conferencia de prensa, donde puntualizó su postura personal ante el momento que vivía el país. Tal concepción tenía base. Consultado el 23 de octubre de 1999 por el diario “La Hora”, el general retirado Jorge Ballerino, enlace plenipotenciario con la Concertación, sobre si existió algún pacto explícito dirigido a proteger a Pinochet y familia, el uniformado respondió: “Clausula escrita no hay ninguna, porque el General Pinochet se opuso siempre a figurar siendo objeto de protección. Yo sí lo conversé en varias oportunidades, en particular con Enrique Correa, se dio por entendido y de eso surgieron una serie de medidas respecto del general Pinochet”…

–¿Correa aceptó ese acuerdo?                          

–Sí

–¿Cuándo?                          

–Ya no me acuerdo, fueron tantas las conversaciones con Enrique Correa. En todas ella había acuerdos explícitos y tácitos de que no se iba a molestar al general Pinochet.

En otra parte de la entrevista, Ballerino enfatizó: “Eran capaces de aceptar cualquier cosa. Muchas personas pedían conversar conmigo me invitaban a sus casas y hoy se les ha olvidado que estaban dispuestos a dar lo que pidiera el Ejército”.

Durante esa primera semana de febrero un cúmulo de opiniones y cartas que manifestaban su total desacuerdo con lo expuesto por Blest nos tenían agotados. Durante un encuentro con jóvenes libertarios provenientes de los remanentes del RIA (Rebeldes Independientes Anarquistas), aparecido en la Universidad Católica de Santiago, Clotario informó de esa campaña: “Los derechistas me señalan que soy comunista, por no confiar en los militares. Los izquierdistas en cambio, me increpan que por no sufragar por el NO soy proclive a la dictadura”. Concluyó: “Razón tiene don Nica, el poeta, cuando acertadamente sentencia que la derecha e izquierda unidas jamás serán vencidas”.

En días siguientes, dos de los muchachos del RIA, visitaron a Clotario y le expresaron que el día anterior estuvieron reunidos con Nicanor Parra, donde le comentaron la alusión que el sindicalista realizó hacía uno de sus antipoemas y que venían encomendado por el vate, para invitarlo el 12 de febrero, a la cima del Cerro Santa Lucía (Huelén) para refundar Santiago. Como se sabe, el 12 de febrero de 1541, Pedro de Valdivia fundó desde ese peñón a la futura ciudad de Santiago.

Blest entusiastamente aceptó la oferta, sugiriéndole a la vez a Parra, que lo acompañara a refundar a la proscrita Central Única de Trabajadores, creada un 12 de febrero de 1953.

Yo ignoro a que vía se recurrió para sellar el compromiso, cuya única condición fue no convocar a la prensa. “Como todo suceso poético es reflexivo y silencioso. No hay espacios para los poseros”, me cuchichió Clotario.

Cerca del mediodía, el taxi nos dejó en las calles Merced con Victoria Subercaseux, donde una docena de muchachos y muchachas, desconocidos para mí, nos aguardaban. Escoltados por ellos, comenzamos a ascender la empinada escalera de cemento, viendo de pronto a Nicanor Parra en lo alto de la terraza meneando sus brazos y ataviado de un sombrero explorador de jeans azul y camisa de mangas cortas, que mostraba algunas frases en color verde. Su imagen se proyectaba majestuosa en el contraste con la luz del sol veraniego. Tras estrecharse en un abrazo con el sindicalista, Nicanor Parra con frondosa y desordenada cabellera alba, con una pícara sonrisa dijo: “Don Clota. No hay duda que la sentencia de la derecha e izquierda unidas, será un teorema el próximo siglo”. Separándose de la concurrencia que les hacíamos compañía, Parra tomó de un brazo a Clotario mientras caminaban por una serpenteante senda que los transportaba a la cúspide. Aprecié que dialogaban y por momentos carcajeaban, alejándose cada vez más de nosotros.

Encaramados en una torre –muy cerca de la escultura del Indio de Virgilio Arias– encontramos a Clotario y Nicanor. Este, como un director de teatro, dio un guiño hacia algunos miembros de su grupo. Segundos después tres niñas con indumentaria mapuche surgieron bailando en la terraza al ritmo de sonidos monocordes, ejecutados por ellas, de kultrunes, trutrucas y silbidos, como alabanzas a la tierra. Nicanor a la vez sacudió con sus manos, unas ramas de árboles. Explicó que en ese especial día “han concurrido al sagrado Huelen dos senescentes toquis que aman esta cuenca, secundados por sus respectivas comunidades, que aspiran que Santiago sea el sitio ecológico que fue siglos antes. Por estos parajes, eran dueños y señores los cóndores, que desde los cielos eran nuestros custodios. Pero la voracidad de la corona española, por producir descontroladamente trigo, para así superar a su vecina Portugal, trajo el descalabro ecológico en que vivimos”. Agregó que el ecoanarquismo y el taoísmo darán las soluciones que el planeta y la humanidad requieren. Luego de un estrépito de trutruca, Nicanor Parra dio lecturas a uno de sus afamados antipoemas, que no sobrepasó los dos minutos. Aludía a que quizás con una refundación de la ciudad, resurgirá la llanura precolombina libre de iglesias, bancos y cárceles.

Clotario intervino a continuación, reivindicando la formación de la CUT ese 12 de febrero del 1953, y de la cual izquierda y derecha se consensuaron para quebrarla internamente. Comparte con Nicanor que refundar la nueva capital es el comienzo de la creación de un nuevo espíritu. Según Blest, la fuerza de la poesía será la que moverá conciencias para el sindicalismo organizado, leyendo trozos de textos de Thomas Merton, Ernesto Cardenal y Gabriela Mistral, expresando su aspiración de que lleguen “vientos que moverán las hojas de los árboles de la libertad y la justicia social”.

A instancias de Nicanor Parra –el conductor de la velada– todos los asistentes nos tomamos las manos y guardamos algunos instantes un silencio reflexivo, culminando con abrazos.

Cuando descendimos en dirección a la Alameda, Clotario que iba junto a Parra, en un momento me pasó sus hojas leídas, diciéndome: “Incorpórelo a su archivo”.

Traté en ese lapso de tiempo de convencer a una muchacha rubia treintona de acento sajón –que se autoproclamaba “Ayudante del Maestro”– que me proporcionara el texto de Parra, que ella celosamente guardaba en una carpeta, para fotocopiarlo al minuto. Indignada me gritó que qué me creía yo, un simple lego en materia poética.

De todas maneras, tales versos se anexaron al proyecto editorial de Nicanor, “Calcetines Huachos”, un conglomerado de diversas épocas dispersos en artículos o en carpetas en su hogar. Cuando nos despedimos y al contarle a Parra, lo acontecido con su edecana, solo atino a sonreír y levantar sus hombros: “Donde manda capitán, no manda marinero”.

De esta hermosa reunión ya han pasado treinta años y yo me imagino a Clotario y Nicanor compartiendo en una cumbre galáctica fundando reinos sin reyes, sindicatos sin corrupción e ignorando viejas trampas ideológicas.

Por Oscar Ortiz Vásquez. El autor es historiador y fue cercano colaborador de Clotario Blest desde 1970.

Santiago, 27 de marzo 2020.

Crónica Digital.

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