La irrupción en escena del neofascismo o la bestia neoliberal

Aunque pudiera parecer sorprendente, desde las nuevas formaciones de la derecha radical y la ultraderecha se insiste que el nacionalsocialismo fue una expresión de “izquierda”. La base de su argumentación es el componente “socialista” de su identidad política, así como el hecho de que hubiera propugnado formas de intervención del Estado en la economía. El objetivo de ese razonamiento ciertamente no es historiográfico.

Pretenden negar que se les asocie al fascismo, pues –argumentan– son partidarios de una “sociedad libre”; es rigor, adhieren a una concepción extrema del neoliberalismo (que ya es un modo extremo de capitalismo).

No era lo que pensaba el empresario Jorge Alessandri luego que fue derrotado por Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1970, hace medio siglo. “En esta época se dan muy bien los nazis”, le comentó entonces a Jaime Guzmán, en su departamento de la calle Phillips, en el sector de la Plaza de Armas de Santiago. Ese habría sido el origen más remoto del Movimiento Cívico Patria y Libertad, que luego se reconvirtió en el Frente Nacionalista Patria y Libertad, y que en su primera etapa fue integrado en su conducción por el fundador de la UDI y uno de los principales ideológos de la Constitución impuesta por la dictadura.

El diálogo entre el empresario y ex Presidente con Guzmán fue relatado en un informe de la DINA de 1976, que se titulaba “Facetas de Jaime Guzmán Errázuriz” y que fue revelado por el periodista Francisco Martorell en la revista “El Periodista”.

En esta misma perspectiva se manifestó Ramón Callís Arrigorriaga, uno de los fundadores y “Jefe Nacional” del Movimiento Revolucionario Nacional Sindicalista (MRNS) entre 1952 y 1966. Era una de las más antiguas entidades “nacionalistas”, corporativista y autoritaria, se formó en 1947, luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, y se inspiró en la experiencia del falangismo español. En los convulsos años 60, previo a la victoria de la Unidad Popular, sentenció que “cuando a la derecha le tocan el bolsillo, le bajan los humores fascistas”, según consignó el periodista Manuel Salazar en su libro “Guzmán. Quién, Cómo, Por Qué”.

El historiador y politólogo francés Roger Bourderon, que fue catedrático de la Université de Paris VIII Vincennes–Saint–Denis, se refirió al asunto en su obra “Le Fascisme, Idéologie et Pratiques. Essai d’histoire comparée” (1979). Allí muestra que, por el contrario, uno de los rasgos fundamentales del fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán era su negación radical y confrontacional de la izquierda.

Señala que “sus ideólogos practican voluntariamente la amalgama y emplean a menudo de manera indiferente los términos de ‘marxismo’, ‘socialismo’, ‘bolchevismo’, ‘comunismo’, sin distinguir a la socialdemocracia del movimiento comunista”. En el fondo, indica que se trataría de una reacción contrarrevolucionaria total (o totalitaria).

Bourderon cita un célebre discurso de Mussolini, pronunciado el 21 de junio de 1921, antes de la toma del poder, en que la voluntad de destruir a la izquierda “aparece como esencial” de sus ideas: “¡Nos opondremos con todas nuestras fuerzas a las tentativas de socialización, de estatización, de colectivización! Y no renunciaremos jamás a la lucha”. Indica que Hitler explicó, en “Mein Kampf”, su admiración por el jerarca italiano en los siguientes términos: “Lo que colocará a Mussolini en el rango de los grandes hombres de este mundo, es su resolución de no repartir Italia con el marxismo, sino al contrario, querer su destrucción”.

La negación radical de la izquierda que los caracteriza llega al extremo de introducir una concepción apocalíptica en que una victoria del marxismo significaría el fin de la vida en la Tierra. Así, Hitler manifestaba en “Mein Kampf”: “Entonces nuestro planeta comenzará a recorrer el éter como la ha hecho hace millones de años, y no existirán ya hombres en su superficie”.

Bourderon muestra, asimismo, los “fundamentos irracionales” de las doctrinas fascistas y nacionalsocialistas, que era planteado por sus propios ideólogos, como el italiano Giovanni Gentile. Al respecto, indica que éste cuando analizó la teoría del “Estado fuerte”, sostuvo que “no era más que un dogma más o menos intelectual”, pero que, gracias al fascismo, “se volvió una idea–fuerza, se hizo pasión (…) La pasión desembocó entonces en la acción”. Por tanto, “no es, pues, la adhesión razonada a una doctrina (…) La acción proviene del impulso irracional”…

Es indudable que el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán fueron fenómenos de un contexto histórico específico. Pero sus rasgos esenciales bien pueden ser identificados en corrientes políticas de contemporáneas: el carácter de reacción contrarrevolucionaria y autoritaria frente a una perspectiva viable de transformaciones sociales, la negación radical y confrontacional de la izquierda, la fabricación de un enemigo a través de considerar a la izquierda como una totalidad homogénea (omitiendo su diversidad) a la que se atribuyen características apocalípticas, la irracionalidad de sus fundamentos.

Una de las diferencias sustanciales de las nuevas formas de fascismo es que, a diferencia de los fascistas italianos y alemanes de los años 30 y 40, hoy no sostienen pretensión alguna, en el plano del discurso, de posicionarse como una especie de alternativa al comunismo y el capitalismo: ahora han asumido con pasión y desparpajo el paradigma del neoliberalismo y la subordinación total a la derecha estadounidense. “Neofascismo. La Bestia Neoliberal”, es precisamente el título de un reciente libro colectivo publicado por Editorial Siglo XXI, y que fue coordinado por los catedráticos Adoración Guamán (de la Universitat de València), Sebastián Martín (Universidad de Sevilla) y Alfons Aragoneses (Universitat Pompeu Fabra).

La necesidad de diferenciar el fascismo como un fenómeno histórico–concreto de mediados del Siglo 20 y las “políticas fascistas” de la actualidad, es desarrollada por Jason Stanley, Doctor en Filosofía del Lenguaje y catedrático de la Universidad de Yale de Estados Unidos, en su libro “How Fascism Works”. Su hipótesis central es desarrollada a través de exponer los pilares del fascismo, como la exaltación de un pasado mítico; la propaganda (que incluye el uso de información falsa); la apelación a la emoción y a la ira; la victimización; la lucha contra la racionalidad (el antiintelectualismo, que incluye las teorías de la conspiración); la valoración de la jerarquía y el orden público; la ansiedad por la sexualidad (la nostalgia por el patriarcado) y el darwinismo social (o la valoración de la ley del más fuerte). He allí, sostiene, los elementos comunes de la ideología ultraderechista que hoy prolifera.

Señala que el “el auge de las políticas fascistas” se vincula con la existencia de grupos que esparcen miedos irracionales para “presentarse como los salvadores que nos protegerán de esos mismos miedos que han creado”.

¿No dibuja con consistencia los rasgos de los liderazgos de Donald Trump y Jair Bolsonaro, y de los movimientos políticos que han inspirado?

¿No es ello lo que estamos presenciando en Chile como modo dominante de representar la realidad por parte de los partidarios del rechazo en el próximo plebiscito constitucional? Así se observa, a lo menos, en lo que se manifiesta en las alcantarillas del odio.

La opción por rechazar una nueva Carta Fundamental no se basa en defender los contenidos de la actual Constitución, sino por augurar supuestos futuros apocalípticos. No importa su absoluta carencia de evidencias y racionalidad, que llega a la frontera de la estulticia: el proceso constituyente no sería más que una maniobra del comunismo (entendiendo por ello a la totalidad de los partidos, movimientos y grupos a la izquierda del centro político, desde socialdemócratas a anarquistas), para imponer la dictadura del “marxismo cultural” y la “ideología de género”, que quieren destruir la familia y homosexualizar la sociedad (no importa que en verdad ese supuesto marxismo y esa presunta ideología no existan), para lo que han puesto en marcha una revolución molecular y disipada (cuyo domicilio radica en la fecunda imaginación de los que profieren esas tesis insólitas).

Por Víctor Osorio. El autor es director ejecutivo de la Fundación Progresa.

Santiago, 29 de agosto 2020.

Crónica Digital.

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