Por: Omar Cid*
La Conferencia General de la Unesco en 1995, declaró el 23 de abril como fecha símbolo de los libros y derecho de autor a nivel internacional, dicha decisión se une, al día en que murieron tres protagonistas de la literatura pluriversa como: El Inca Garcílaso de la Vega, Miguel de Cervantes y William Shakespeare.
En un contexto de pandemia, como la que nos azota desde marzo del 2020, prolongándose de manera acelerada y agresiva, con consecuencias culturales, económicas, sicológicas y políticas que todavía no se pueden medir en toda su dimensión. Los libros, como fuente de diálogo e intercambio cultural, pueden jugar un papel insuperable para la estabilidad sicológica, de niños y jóvenes, privados de la sana convivencia entre pares que se da en los colegios y en su cotidianeidad, hoy alterada.
Nuestros adultos mayores, expuestos al bombardeo mediático, impedidos de desplazamiento y reducidos en sus relaciones familiares, con un tiempo libre del que tampoco pueden disfrutar en plenitud, encuentran en la lectura una fuente de salud mental, en la medida que impulsa la actividad del cerebro, fortaleciendo la memoria, la creatividad y la imaginación.
Desde la literatura, situaciones como las que vivimos, han sido abordadas en distintas épocas. Escojo a manera de ejemplo, dos muy conocidas que nos recuerdan la importancia de la ficción y sus limitaciones. El argelino-francés Albert Camus, sostiene en su libro La Peste escrito en 1947 que, en tiempos de pandemias, hay cosas más dignas de evocar que despreciar en la humanidad. El escritor portugués José Saramago, en su obra escrita en 1995 Informe sobre la ceguera, nos relata el desarrollo impetuoso de una enfermedad que comienza repentinamente y sin explicaciones, provocando el temor y desatando todo tipo de prohibiciones. Cada una de estos trabajos, son una reserva de esperanza, un eslabón más en el constructo que llamamos humanidad.
En ese sentido, el escritor a través de su oficio, nos aporta un espacio de reflexión, invitándonos a establecer un diálogo que puede ser imperecedero, dándonos la oportunidad de descubrir las fortalezas y debilidades de la sociedad que nos ha tocado vivir. Leer entonces, se transforma no solo en un acto de salud mental, sino en un proceso colectivo de experiencias que nos permiten generar un espacio resistente y terapéutico, tendiente a calmar la ansiedad y entregarnos esferas de sosiego.
Por alguna razón que desconocemos, la naturaleza o nuestras propias fuerzas desatadas, nos han instalado en un momento histórico, donde nos hemos visto obligados a detenernos. Poseemos una gran encrucijada, intentar sostener una normalidad que se nos ha arrebatado o desplegar nuestro ingenio y capacidad de soñar. De un viejo ímpetu por sembrar testimonio, antiguas civilizaciones buscaron maneras de lograrlo, a través de monumentos, grabados, pinturas, rollos, tablas y por supuesto libros. Es el tiempo de impregnarnos de ese espíritu. Los textos del siglo XXI, recurren a formatos físicos como virtuales, apuestan por lo clásico, lo reciente, lo tradicional o rebelde, atrevámonos a iniciar la aventura infinita de leer.
*Escritor
Subdirector de Crónica Digital
Santiago de Chile, viernes 23 de abril 2021