Luego de seis años de guerra impuesta a Siria, la conspiración para destruirla alcanza formas prácticas bien concertadas desde Washington con ataques directos de Estados Unidos.
El último paso ha sido el bombardeo y destrucción de la base aérea de Sheirat, en la provincia siria de Homs y a 180 kilómetros al norte de Damasco, respaldado por un barraje de declaraciones desde Europa Occidental, Turquía y los grupos de la oposición asentados fuera de este país.
Todos esos factores coinciden en el respaldo a las acciones estadounidenses, dos mil de cuyos militares están desplegados al este de la provincia de Alepo, en las cercanías de las localidades de Al Bab y Manbij, lugares de asentamiento de tropas turcas desde agosto del 2016.
Las dudas se han disipado a pesar de las sensatas posiciones de Rusia e Irán basadas en los preceptos presuntamente establecidos desde Naciones Unidas y que una vez más son ignorados y violentados sobre la base del desconocimiento del derecho internacional.
La agresión directa en marcha tiene de hecho consecuencias imprevisibles y es el preludio de que el espanto y el horror pueden generalizarse en una nación sometida a las más bárbaras presiones políticas y militares.
Lo que no pudieron hasta ahora los grupos terroristas lo está alcanzando en estos instantes la intervención directa de Washington, cuyo cerco abarca no solamente a Siria sino que se convierte en la punta de lanza y presión contra Irán y Rusia.
Desde Jordania, Turquía, Arabia Saudí, Qatar y el sur de Italia, el despliegue logístico estadounidense, coaligado con sus aliados de la Organización del Atlántico el Norte (OTAN), es abrumador desde el punto de vista militar.
Las próximas horas son decisivas y nadie está seguro de que la sensatez y la cordura pueden ganar espacios frente a una agresión directa en marcha.
Por Pedro García Hernandez
Damasco, 6 de abril 2017
Crónica Digital