Las proyecciones para Chile en materia de estructura académica indican que de los actuales 4.600 titulados con el grado de doctor, en las más diversas disciplinas, se pasará, en apenas cuatro años, a más de 8.500 (Journal of Technology Management & Innovation, 2014). El fenómeno es parte del crecimiento inorgánico que, bajo criterios de mercado, ofrece hoy 93 programas de doctorado, de los cuales uno está dedicado a Educación, 12 a Humanidades y Artes, 6 a Ciencias Sociales, Negocios y Derecho, 48 a Ciencias y Matemáticas, 13 a Ingeniería, Manufactura y Construcción, 8 a Agricultura y Veterinaria, y 5 a Salud y Bienestar (MINEDUC, 2014).
Por cierto, tal registro abre serios flancos en el debate relativo a la pertinencia universitaria de dichas especialidades, como flagrantemente ocurre en los casos de Manufactura y Construcción, cuya inclusión en el campus, en materia de postgrados, termina convirtiendo a las facultades en una prolongación de los institutos técnicos. Lamentablemente, ni siquiera es necesario cuestionar las materias a las que la institucionalidad educativa atribuye el más alto grado académico. Es, por sí sola, la existencia de tales plazas, que se duplicarán a 2018, motivo suficiente para constatar la ausencia de los más elementales criterios de seriedad en la apertura de esos programas.
Al respecto, resulta increíble verificar que mientras la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) opta por el silencio, la Corporación de Fomento a la Producción (CORFO), se pronuncia, en cambio, para alertar precisamente del supuesto “déficit” de plazas en Manufactura y Construcción.
La falta total de argumentación académica en el asunto ha terminado por dar tribuna a la presión de los privados por diseñar programas de doctorado cuyos egresados se desempeñen en la empresa privada. En efecto, los particulares consideran un exceso que el 60% de los doctorados ejerza en las universidades, porque lo que les interesa es que el valor agregado, si lo hay, llene los bolsillos (La Tercera, 9 de diciembre). Y subrayamos la expresión “si lo hay”, para hablar de valor agregado, porque ahí recién arribamos al asunto de fondo: Chile duplicará en cuatro años el número de personas que ostenta ese grado y, a la inversa, este país no crea conocimiento, como se desprende de los cuadros relativos al volumen marginal de generación de patentes y, especialmente, el hecho de que la proporción de ellas solicitadas por extranjeros es la que se incrementa, en detrimento de las requeridas por los postgraduados nacionales (Academia Libre, Boletín N° 159). Y es que acá los doctorados no se abren en nombre del saber, sino de una consolidación del negocio de la educación superior que reduce la discusión a número de matriculados y relega el papel de CONICYT, hasta nuevo aviso, a mero registro contable de la historia de la extinción de la investigación local.
Santiago de Chile, 12 de diciembre 2014
Crónica Digital