Tomás J. Reyes, escritor nacido en Talca, cuyas referencias iniciales lo vinculan a la poesía, se abre paso en el terreno de la prosa, luego de ser publicado por la Editorial española SELEER, integrándose a su catálogo de autores acompañado de su primer trabajo en el género novela titulado: “Sombras de papel”. El logro es particular, cuando se trata de escritores ubicados en la provincia, la mayoría de las veces alejados de las redes literarias.
La pasión, la locura abrazada a los libros y la literatura, como una especie de demonio que acecha, es un tema ya esbozado por la tradición literaria desde Cervantes, para el autor se trata de un tópico constante en su trabajo, ya instalado en alguno de sus poemas y desarrollado de manera superior en su primera novela.
“Mi enemigo no tiene brazos/ ni manos escamosas/ ni cuerpo objetivo/ Se disfraza/ puebla mi mesa de manjares/ deambula por libros y periódicos/ se instala en mis zapatos/ en mi camisa importada / Monstruo ambiguo/ Multiforme” (Enemigo Cósmico 1997 EN LOS CAUDALES DE LA MEMORIA)
De ahí entonces que Gabriel Santillán, el personaje principal (casi único) posea antecedentes previos, siendo parte de la cosmovisión del autor, fruto de una propuesta existencialista, arraigada en lecturas variadas como: Nietzsche, Sábato, Faulkner y cómo no Borges. Santillán no es un personaje antojadizo. El personaje toma forma y va absorbiendo al lector, quién se pregunta cada cierto tiempo ¿en qué momento este tipo se fue envolviendo junto a los libros?
“Siguiendo las instrucciones del doctor, hoy me siento frente al escritorio vacío y las murallas repletas de libros. Partiré señalando que mi nombre es Gabriel Santillán y que fui un muchacho como cualquier otro hasta que mis padres me dejaron. Allí comenzó todo”.
La ausencia de los padres, transformada en una especie de abandono provocado por el destino, cuyo símbolo, nos acerca a nacer de nuevo, envolviéndose en la soledad, la náusea.
El relato tiene consigo un aire claustrofóbico, donde la economía de lenguaje, un cierto minimalismo propio del género, concibe el ambiente preciso, el tono necesario.
“Volví a la lámpara asignada por la voz. Me sentí atrapado o más bien encarcelado entre pasadizos de libros y más libros. “Son todos tuyos”, dijo la voz, pero esta vez me pareció que no tenía origen definido, que era la voz de la biblioteca, de un dios malvado que residía allí o peor aún, que provenía del interior de mis oídos y que iba a volverme loco”.
Si Santillán es enigmático, R es un misterio por resolver, una ventana, una escalera que nos sitúa en un viaje ilimitado, por personajes librescos, donde el propio R puede ser entendido como uno de los dispositivos de la técnica del flujo de conciencia.
Es sugerente, como en este contexto el territorio, la memoria tiende a jugar un papel significativo; el barrio Edén ubicado en la ciudad de Talca: en un giro de infancia. La vieja sede sur de la Universidad, colmada de pedagogías y que tantos dolores de cabeza, causara a las autoridades de turno bajo el régimen de facto.
Santillán, en esos momentos toma las riendas del testigo. Giorgio Agamben nos recuerda la acepción griega de la palabra: se dice martis, trasladada a la tradición cristiana como mártir, de ahí entonces el término martirium, para clasificar a los perseguidos y muertos por la fe. Desde esa lectura, el camino de Santillán es torcido, la memoria desolada trazada en sueños. Es curioso, como el autor escoge dicho recurso literario, para esbozar trazos de una historia suprimida por los especialistas de la memoria reciente. La gesta de cientos de hombres y mujeres en rebeldía contra la dictadura en las provincias, silenciada por El gran Santiago:
“Escocían las fosas nasales y la garganta. Veinte o treinta defendíamos la barricada, unos cuantos neumáticos quemándose frente a la puerta de la universidad. Por primera vez me sentí un defensor de Troya asediada. Llegaron dos micros con policías y salieron más estudiantes a defender la posición. Escuché lacrimógenas cortar el aire y golpear seco contra los muros. Yo sabía que soñaba, era imposible que estuviese participando en la batalla”.
Tomás J. Reyes, usa todos los elementos de la autobiografía: transgresiones de tiempo y espacio, flujo de conciencia, sumado a otros recursos retóricos cuyo objetivo es mantener la tensión necesaria, lo hace con inteligencia, ironía y concisión.
“Los libros crecen cual enredaderas por los muros, cubren hasta el cielorraso y abarrotan las vitrinas”
Omar Cid
Crónica Digital
Santiago 2 de enero 2017