Cuando fuimos campeonas: la Escuela N° 4, el CINDEP y el voleibol en Monseñor Larraín y Las Barrancas

Hasta hoy, el voleibol constituye uno de los deportes que más se practica en la comuna de Pudahuel, y también en las vecinas Cerro Navia y Lo Prado. Las tres formaron parte de Las Barrancas, donde a comienzos de los años 70, en un ambiente marcado por los vientos de cambios de la época, se introdujo la práctica de este deporte, que pronto fue adquiriendo masividad.

Uno de sus antecedentes inmediatos fue el Programa de Gobierno de la Unidad Popular, en donde se identificaba que una de las necesidades sociales urgentes de la época era la construcción de infraestructura deportiva en todo el país. De acuerdo a ese diagnóstico, en la página 31 del mismo texto se afirmaba que “la educación física y la práctica de todos los deportes, desde los niveles básicos del sistema educacional y en todas las organizaciones sociales de jóvenes y adultos, serán la preocupación constante y metódica del Gobierno Popular”.

Esta preocupación por el deporte tuvo una referencia explícita en el mismo texto, cuando en una de sus 40 medidas se señalaba que “fomentaremos la educación física y crearemos campos deportivos en las escuelas y en todas las poblaciones” y aseguraba que “toda escuela y toda población tendrá su cancha”.

En ese marco, el gobierno de la época estableció el Plan Nacional de Desarrollo del Deporte y la Recreación 1972/1976, en el que se establecían medidas de difusión y fomento para generar conciencia de la importancia de la práctica deportiva, entendiendo esta como una actividad inmersa en la dinámica y el tejido social. A través de la DIGEDER, se proyectó la creación de una red nacional de centros de iniciación deportiva y recreativa (CINDER) y se creó el Programa “Yo hago deporte”, para fomentar el acceso al deporte de acuerdo a las realidades y contextos locales.

En la populosa zona poniente de la capital, ambas iniciativas comenzaron a tomar forma –con distintos niveles de éxito– en diversos sectores de Las Barrancas, siempre teniendo a las escuelas como polos de desarrollo, en tanto que operaban como un natural punto de encuentro comunitario, en donde era posible involucrar a los estudiantes, a los docentes, a las organizaciones vecinales y a los padres y apoderados.

Entre otras acciones, el despliegue de la política implicó la formación de monitores deportivos escolares, recurriendo a los estudiantes más aventajados o comprometidos. Testigo privilegiado y protagonista de ello fue Francisco Ávila, un alumno de esa época que pronto se transformaría en uno de los talentos del emergente voleibol local. “Yo debo haber estado en octavo básico cuando nos tocó actuar como monitores, enseñándoles a los más chicos”. Los monitores recibían un carnet que los acreditaba como tales, e incluso “una especie de sueldo simbólico, un par de chauchas”, por desempeñar ese rol. En el fondo, se buscaba que se constituyeran en una suerte de modelos o referentes positivos a seguir.

El comienzo de todo

La intervención partió en 1972, a través del trabajo de la Asociación Deportiva Escolar Primaria (ADEP) de Las Barrancas, una coordinación de las veinticuatro escuelas de la comuna, cuyo presidente era José Penela, un joven profesor de educación física de la Escuela N°4. En un documento de esa época, el titular de la ADEP señalaba que la entidad definió como línea de acción “promover y masificar la participación de los escolares en competencias a nivel comunal y nacional, de acuerdo a la política deportiva del Supremo Gobierno”.

Uno de los focos más importantes comenzó a tomar forma en la Escuela N°4, en la Población Monseñor Manuel Larraín, con el apoyo de su director, Sergio Olivares, que organizó una amplia oferta de talleres de iniciación deportiva, conducidos por una pléyade de entusiastas docentes, entre los que destacaban el propio Olivares y la profesora Marta Vallecillo, en tenis de mesa, y el mismo José Penela, a cargo de la rama del futbol.

En el voleibol, la responsabilidad recayó en David Olate, un docente formado en la Escuela Normal Superior Abelardo Núñez, de la que egresó y tituló en 1971. Quienes lo conocieron lo recuerdan como una persona sociable, que disfrutaba escuchando programas de tangos y boleros en la radio, al tiempo que leía la prensa escrita cada día, sobre todo sus páginas deportivas. Desde adolescente se aficionó a los deportes, principalmente al fútbol y al basquetbol, que practicó intensamente durante sus años en el Instituto Alonso de Arcilla, un establecimiento educacional del antiguo Barrio Brasil de Santiago, en el que cursó su enseñanza básica y secundaria.

“Cuando comenzamos, el profe no tenía idea de este deporte, su experiencia había sido en el futbol y el basquetbol. De a poco se fue familiarizando, revisando lecciones, aprendiendo esquemas, creciendo con nosotras”, recuerda Maritza Ávila, entonces alumna de la Escuela, que pronto destacaría como una de las principales exponentes del vóleibol local.

A la par de su rol como docente, Olate presidía el Consejo Local de Deportes de Las Barrancas, desde el cual generó una nueva normativa para los clubes deportivos de la comuna, mayoritariamente formados para la práctica del futbol barrial. La disposición exigió que cada nuevo club que se creara, en adelante, debería contar con una rama de voleibol, como requisito para su personalidad jurídica, un trámite imprescindible para la obtención de apoyos y recursos. De esa manera, se contribuyó a instalar el interés de la comunidad por este deporte, que ya se practicaba en buena parte de las escuelas de la comuna.

Como una forma de proyectar el progresivo interés que comenzaba a despertar el trabajo de difusión deportiva, que se expresaba sobre todo en la promoción del voleibol escolar, con cientos de estudiantes participando y el apoyo entusiasta de la comunidad, Olate y otros profesores de la comuna decidieron crear una organización que pudiera canalizar ese esfuerzo. Así, el jueves 13 de abril de 1972, en una asamblea realizada en la Escuela N° 4, se constituyó formalmente el Centro de Iniciación Deportiva de Barrancas, CINDEP, que trascendería en el tiempo y se constituiría en sinónimo del voleibol comunal. El nombre escogido no fue casual, en tanto hacía un evidente guiño a la reciente y exitosa política de los centros de iniciación deportiva y recreativa promovida por el gobierno, en cuyo marco había empezado la masificación de este nuevo deporte.

¡A Valdivia los boletos!

Uno de los primeros torneos en los que se puso a prueba el nivel de desarrollo del voleibol escolar de Las Barrancas fue el Campeonato Nacional Mixto, disputado en la ciudad de Valdivia.

En el torneo, organizado por la Asociación Deportiva Escolar Primaria (ADEB) participaron 32 equipos de 16 asociaciones locales del país, desde María Elena, por el norte, hasta Puerto Montt, por el sur. Su realización obedeció al plan de difusión del deporte escolar que empujaba la ADEP, y que ese mismo año se tradujo en la realización de múltiples eventos de diversas disciplinas deportivas (basquetbol, tenis de mesa, atletismo y futbol) y en distintas ciudades del país (Tocopilla, Antofagasta, Santiago y Castro, en Chiloé), en tanto que un objetivo secundario era promover el turismo escolar, facilitando que los estudiantes pudieran conocer su país.

Olate preparó un seleccionado femenino y otro masculino, con participación mayoritaria de estudiantes de la Escuela N° 4, y coordinó todo lo necesario para el financiamiento del viaje, a través de algunos aportes del municipio y el Consejo Local de Deportes de Barrancas. También gestionó la gratuidad de los pasajes en tren, ante el entonces Director General de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, Alfredo Rojas Castañeda.

Begoña Bustamante, alumna de la Escuela N° 370 y también integrante de ese seleccionado escolar, recuerda que las incomodidades del viaje -por la larga duración del mismo y porque obviamente no lo hicieron en primera clase- fueron pocas comparadas con la experiencia de salir de Santiago, y de representar a la comuna en lo que más le gustaba hacer: jugar al vóley. Luego de viajar toda la noche, entre guitarreos, algunas pocas horas de sueño y los infaltables huevos duros y termos con café, se encontraron de pronto en la estación ferroviaria de Antilhue. Allí se debía hacer el transbordo a otro tren, para llegar finalmente a la siempre verde Valdivia.

El equipo de Barrancas no disponía de gran presupuesto, y la falta de algunos implementos se resolvió apelando a la creatividad. Begoña recuerda que no contaban con buzos, una prenda necesaria para vestir cómodamente entre partidos, y absolutamente indispensable en una ciudad templada y lluviosa como Valdivia. Uno de sus hermanos, profesor de educación física en la Escuela N° 370, participaba en un conjunto folklórico en el que sus integrantes –fieles al look de buena parte de los grupos folk de la época–, solían actuar vestidos con largos ponchos de lana. No lo pensó dos veces y se los pidió prestados. Así, los ponchos serían la “salida de cancha” y prenda característica de la delegación durante su paso por Valdivia.

La solución generó algunas dudas al principio, pero luego fue adoptada disciplinadamente por toda la delegación, incluyendo al cuerpo de docentes que acompañó a los escolares, desde el propio Olate hasta los entusiastas profesores Henry Martínez, de la Escuela N° 419, Ximena González, de la Escuela N°370, y Luisa Penela, de la Escuela N°419.

En el resultado final, el seleccionado femenino de Barrancas obtuvo el cuarto lugar, en tanto que el masculino se quedó con el noveno puesto en su categoría.

Casi inmediatamente después del torneo de Valdivia, se realizaron las Olimpiadas Escolares de Las Barrancas, que incluyeron a la mayoría de las disciplinas deportivas, y que se efectuaron entre el 30 de noviembre y 1° de diciembre de 1972, en la que sería la última gran competencia de ese año.

En lo referido al voleibol, las cifras de participación del certamen daban cuenta de la masividad que comenzaba a alcanzar. En efecto, solo en la competencia de voleibol participaron 16 escuelas, con un total de 370 escolares en las canchas.

En las finales respectivas, el equipo femenino de la Escuela N° 4 se coronó como Campeón Olímpico de Las Barrancas, mientras que el de varones quedaba en segundo lugar, luego de perder la definición ante la Escuela N°292.

Fiesta del voleibol en Barrancas

Al año siguiente, prosiguió el trabajo de entrenamiento y la participación de la Escuela N°4 y de los equipos de Barrancas en diversos torneos y partidos.

En ese tiempo debutó la que sería la histórica camiseta oficial del equipo, de color amarillo con detalles negros, según recuerdan Maritza y Ofelia Peralta, otra de las alumnas que formó parte de las primeras generaciones.

“Cada una, como pudo, le agregó el número respectivo en la espalda, algunas lo cosieron a mano, no siempre con los mejores resultados. Otras, con mayor fortuna, lograron hacerlo en la máquina de coser de alguna vecina costurera”, recuerda Maritza, riendo. Las camisetas eran de telas de poca calidad y, además, tratándose de pre adolescentes en pleno desarrollo, “pronto nos quedaron estrechas”, agrega Ofelia. El resultado fue el previsible: irritación en axilas y dolor en el busto y en los hombros, por el roce. Por ello, recuerda Ofelia, debieron agregar una suerte de parches o extensiones de tela en las mangas y en los costados “para hacerlas más cómodas”.

Las condiciones del equipo eran franciscanas, considerando la falta de medios y un detalle no menor: la cancha de la escuela, en esa época, era de tierra. Tampoco contaban con calzado apropiado. Ofelia recuerda que ello se revirtió, parcialmente, cuando la empresa Bata les cedió una partida de zapatillas, que usaban con el máximo cuidado, “y luego debíamos devolver, para que las usarán las chicas de los restantes equipos nuestros”.

El entrenamiento cotidiano lo hacían con duras pelotas de plástico y con balones de baby futbol, que “nos dejaban los brazos enrojecidos y los cascos de la pelota marcados en la piel”, rememora Jessica Ramos, otra alumna que se integraría a los equipos de voleibol de la Escuela. Los varones, en tanto, intentando aprovechar al máximo el tiempo, entrenaban con frecuencia de noche, instalando focos en la campana, en una riesgosa maniobra que implicaba “subirse al techo, tirar los cables, instalar las luces, y al terminar, hacer lo mismo para desmontar”, señala Francisco.

En noviembre de 1973, luego del receso que impuso el golpe de Estado, la Escuela N°4 retomó sus actividades con nuevos bríos, como escenario de un Campeonato Provincial Extraordinario de Voleibol Femenino, que se realizó simultáneamente en su cancha y en otras dos escuelas de la comuna.

La competencia fue organizada por el CINDEP y tuvo como protagonistas al seleccionado de voleibol escolar de Polpaico, equipo que, en el anterior torneo, realizado en 1972, se había coronado como campeón metropolitano; a La Cisterna, vicecampeón en ese mismo certamen, a Maipo, Santiago y Renca.  Y al equipo anfitrión de Las Barrancas, que entonces había obtenido el cuarto lugar.

Un reportaje de la época, publicado en las páginas deportivas de El Mercurio, entregaba una panorámica de la importancia que tuvo el torneo realzado en la cancha de Heráldica, al señalar que, entre la amplia oferta de espectáculos deportivos de esos días, “con torneos de atletismo, basquetbol, gimnasia y hockey en patines, realizados en los principales recintos deportivos y colegios del barrio alto, destaca el torneo de voleibol escolar de Las Barrancas, porque no fue la clásica competencia de colegios tradicionales, sino de equipos representativos de las escuelas primarias de las comunas más populares”.

En el mismo reportaje, el propio Olate señalaba cómo se organizó y financió el torneo de voleibol escolar: “Las delegaciones se costean el pasaje y nosotros nos encargamos de la estadía. El costo del torneo asciende a los 100 mil escudos, gran parte de ellos los obtuvimos con rifas, veladas y cooperación del comercio y de los vecinos”.

En lo referido al hospedaje de algunas de las delegaciones, Olate daba cuenta del grado de compromiso que la comunidad de Monseñor Larraín tenía con el desarrollo del voleibol, en tanto que muchas familias locales con hijas jugadoras de la Escuela N°4 “alojaron en sus casas a una y hasta dos o tres niñas de los equipos visitantes”

El campeonato tuvo una final dramática entre el equipo local de Barrancas y Polpaico, en un reñido partido que se definió, tras una hora y media de juego, en favor de las locales. El Mercurio señaló que el torneo fue “una obra de esfuerzo llevada con visión de auténticos paladines y que merece el mayor apoyo de las autoridades, porque centraliza una actividad infantil de vastas proyecciones en un medio donde abundan valores que, bien estimulados, podrían engrosar en el futuro los mejores equipos del país”.

No exageraba el redactor de la nota, porque el torneo permitió el lucimiento de jóvenes promesas del voleibol local, que desde las escuelas pronto se abrirían paso a niveles más competitivos. El equipo Barrancas formó con Maritza Ávila, Begoña Bustamante, Gladys Aedo, Teresa Carreño, Elizabeth Inostroza, Rosa Canales, Ofelia Peralta, Ana Gutiérrez y Magna Laguna. La prensa de la época destacó especialmente el desempeño de “Rosa Canales, una remachadora de gran estilo y potencia”, y de “Maritza Ávila, en la misión de armadora del juego”.

En el mismo reportaje, Olate entregaba pistas de cómo se había desarrollado el trabajo del CINDEP, precisando que “el trabajo inicial lo concentramos el primer año en difusión deportiva, y el segundo año abarcamos el nivel competitivo, primero local, luego interprovincial, para finalmente enfocarnos a nivel nacional. En lo organizativo, además de la Escuela N° 4, existen dos subcentros, uno en el sector Sara Guajardo, con 387 participantes, y en la Población Cerro Navia, con 292”.

También entregaba sorprendentes cifras del gran momento que vivía el deporte escolar en Las Barrancas, y no únicamente en el voleibol: “Hoy tenemos un contingente de 30 líderes en las distintas especialidades. Esto que tiene poco más de 3 años de existencia, ha sido la base para competencias que siempre han contado con el apoyo de estos niños. Poseemos torneos de handball, que se desarrollarán la próxima semana, tenis de mesa, atletismo, que tuvo una legión de más de 3 mil atletas, y ahora este voleibol femenino, que gusta porque en nuestra comuna tenemos excelentes alumnas en este popular deporte”.

Consolidando

A partir del año 74, el voleibol juvenil de Barrancas comenzó a disputar torneos con tradicionales e importantes clubes, como Unión Española y Universidad Católica, y con competitivos equipos del barrio alto, como Las Condes, Estadio Italiano, Instituto Hebreo, Colegio Alemán y Colegio San Juan Evangelista. Fue la constatación de las importantes diferencias sociales presentes en la sociedad chilena, con realidades contrapuestas entre los distintos sectores de una misma ciudad.

Ofelia recuerda que “cuando íbamos al barrio alto nos topábamos con cabras rubias, súper altas, con los medios cuerpazos, y con una infraestructura de lujo en sus clubes, en sus gimnasios. Nosotras éramos más bien bajitas, veníamos de barrios carenciados; ellas tenían todo a su favor, pero igual les ganábamos”.

“Para nosotros, ir a jugar al barrio alto era como ir a otro planeta. Imagínate que para ir al San Juan Evangelista teníamos que tomar dos micros, una hasta San Pablo con Matucana, y de ahí la Colón Oriente hasta arriba”, rememora Francisco. “En otras ocasiones recurrimos a la micro destartalada de un vecino, al que dábamos unos cuantos pesos, y ahí llegábamos metiendo bulla con nuestra barra, que eran nuestras familias. Supongo que a los del barrio alto también debimos haberles parecido de otro mundo”, reflexiona.

Maritza recuerda que el trato que les dieron en el barrio alto con frecuencia rayó en la discriminación: “Nos hacían vestirnos en los baños, no en los camarines, y en más de una ocasión dijeron, burlándose, que habían llegado las picantes de Barrancas”. Por ello, “cuando comenzamos a hacernos competitivas, y a ganarles en sus propias canchas, nos sentimos doblemente orgullosas, porque eso era como torcerle la mano al destino”.

Un refuerzo importante en la progresiva profesionalización de los equipos de Barrancas fue la colaboración del destacado entrenador Claudio Morales, que había formado parte del equipo de la selección chilena de voleibol. Abierto simpatizante del Gobierno de Allende, el técnico fue exonerado de su cargo luego del golpe de Estado. Según Francisco Ávila, Morales llegó a comienzos de 1974 a la comuna, a colaborar con los equipos de varones que entrenaban en la Escuela 4, permaneciendo poco más de un año en esa labor.

“Morales nos mostró las claves y la esencia más competitiva y profesional del voleibol, porque hasta entonces teníamos una mirada totalmente amateur. En su condición de socialista, Morales se quiso reivindicar, poniendo todo su talento y conocimientos al servicio de nuestro equipo, intentando sacar adelante el voleybol de una comuna pobre”, recuerda Francisco.

Por su parte, Jessica Ramos, que pronto se transformaría en una de las jugadoras de mayor proyección surgidas en Barrancas, participó de una extraordinaria instancia de formación, que la orientaría en forma definitiva al voleibol profesional. Mientras cursaba el Séptimo Año Básico en la Escuela N° 4, fue reclutada a la Escuela de Talentos de la Federación de Voleibol de Chile, en la que entrenaban jóvenes promesas del voleibol femenino. La escuela funcionaba en modalidad de internado y como director técnico tenía a una auténtica leyenda de la época: Akira Kato, un entrenador japonés que, años antes, en menos de una década, había logrado transformar al vecino Perú en una superpotencia latinoamericana y mundial en voleibol femenino.

El entrenador nipón tomó las riendas del equipo peruano en 1965, luego de ser invitado por la Federación de Voleibol de ese país. Bajo el brazo traía una receta infalible para alcanzar el éxito, que se traducía en dos palabras: disciplina y trabajo. Sus métodos, que combinaban el juego rápido del vóley japonés con la fuerza del europeo, y el aumento a cinco horas diarias de entrenamiento, pronto darían sus frutos, cuando Perú se impuso en los Juegos Bolivarianos de Ecuador 65. Un liderazgo que reafirmó dos años más tarde, en el 67, cuando su seleccionado femenino ganó a Brasil en el Campeonato Sudamericano, mismo año en que alcanzó el segundo lugar en los Panamericanos de Canadá. De ahí en adelante, uno tras otros se sucederían los triunfos, llegando a alcanzar siete títulos sudamericanos.

El técnico llegó a Chile en 1974, donde replicó el mismo concepto de Escuela de Talentos que tan buenos resultados le había reportado en Perú. El recinto se encontraba en Ñuñoa, y hasta allá llegó, en su primer día de entrenamiento, una expectante Jessica Ramos, acompañada por su madre y por el profesor Olate, en la desvencijada citroneta de este. Allí, el entrenador nipón familiarizaba a las jóvenes en las claves características de su estilo: juego rápido, trabajo defensivo, tácticas complejas de ataque y entrenamiento físico extremo. Hasta hoy recuerda que fueron días extenuantes, con una breve paisa para tomar una frugal colación, consistente en un yogurt, una fruta y un cereal. A diferencia de las otras niñas, fue de las pocas que no pudo alojar, aunque hubiera querido, ya que siendo de Barrancas, y no de provincias, debía ir y volver.

Triunfo en Talca

Entre el 17 y el 24 de octubre de 1976, en Talca, se realizó el Campeonato Nacional de Voleibol Escolar, en las categorías de hombres y mujeres. Meses antes, en cada una de las regiones del país, se habían disputado los torneos en los que se definieron los equipos que irían al nacional en la capital del Maule. El equipo dirigido por el profesor Olate conquistó su cupo en una infartante final disputada con la rama femenina del Instituto Miguel León Prado. Así, los equipos que representaron a la Región Metropolitana en el certamen nacional serían la Universidad Católica, en varones, y el seleccionado del CINDEP/Pudahuel, en mujeres.

El sexteto de voleibol de Pudahuel se constituyó mayoritariamente con alumnas de Octavo y Séptimo Básico de la Escuela N° 4, entre las que destacaron Josefina Narváez, Sonia Matus y Jessica Ramos. Josefina, que había cursado toda su enseñanza básica en la escuela de Monseñor Larraín, recuerda el intenso entrenamiento físico que aplicó el profesor Olate, para hacer más competitivo al equipo, de cara al campeonato de Talca: “Fue una previa muy exigente, muchas vueltas corriendo alrededor del colegio, saltos de vallas, saltos del caballete, mucha práctica de levantamiento con balones medicinales para endurecer los dedos y fortalecer los brazos, practica de saques y remaches… Fue agotador”.

El equipo alojó en un Internado de Niñas, dependiente de una congregación de religiosas de Talca, donde reinaba un silencio sepulcral, que obviamente fue roto por las travesuras de las adolescentes de Pudahuel, muchas de las cuales salían por primera vez de Santiago. Josefina aún recuerda una escena que se repitió las dos primeras noches, “cuando antes de dormirnos, se nos ocurrió hacer una guerra de almohadas, con todo lo que habíamos llevado para el viaje, huevos duros, galletas, hasta que llegaba la inspectora con la indicación expresa del profe Olate de sosegarnos y dormirnos temprano, para poder ver los partidos que venían al día siguiente”…

Jessica Ramos, por su parte, recuerda que una noche hubo una fiesta en la que se agasajó a todos los equipos participantes del torneo, que se realizó en la Plaza de Armas de Talca, a escasas cuadras del internado donde se alojaban. Al evento fueron todas las delegaciones, excepto ella, “las niñitas de Pudahuel”, como pronto las bautizaron los otros equipos en competencia.

El profesor, intentando que sus jugadoras no se distrajeran, prohibió la asistencia a la fiesta, instrucción que las monjas del internado cumplieron a cabalidad, cerrando con llave las puertas del recinto. “Y nosotras, ahí, escuchando la música y las risas, decidimos escaparnos. Con mucho sigilo nos escabullimos, saltando un muro y la reja, porque la puerta estaba cerrada”, rememora Jessica. Cuando ya habían salido todas, oyeron a alguien que pedía ayuda, en forma desesperada. “Era Helvecia, una de nuestras compañeras, que se había quedado atrapada… así que dos jugadoras saltamos hacia adentro, intentando no hacer ruido, y entre las dos, la empujamos para afuera”…

Entre risas, lograron llegar a la plaza, pero fueron divisadas por el director del torneo, y ante el temor de ser acusadas o peor aún, sancionadas por la organización, corrieron de vuelta al Internado. Con la adrenalina a tope y casi sin aire en los pulmones, “saltamos el muro, tiramos a Helvecia hacia adentro y entramos en puntillas al dormitorio”. Una salvada providencial, porque justo se oyeron pasos acercándose desde el pasillo. Era la monja a cargo, que venía con el profe Olate a chequear que todo estuviera en orden. “La monja encendió la luz, echó un vistazo y vio que estábamos todas acostadas. La pobre no levantó los cubrecamas, porque hubiera descubierto que todas estábamos vestidas”, recuerda Jessica, entre risas.

No fue la única anécdota: un día en que tenían agenda libre, la delegación fue invitada a conocer la ciudad. A la hora del almuerzo, fue llevada a un restaurante cuyo menú incorporaba una sopa de mariscos, un plato que no era del agrado de las jugadoras, excepto de una, a la que le encantaba. Las adolescentes comenzaron a pasarle sus platos a la compañera, que los disfrutó con agrado, hasta que comenzó a sentirse mal, con náuseas, vómitos y cólicos. La chica fue llevada de urgencia al hospital regional, con diagnóstico de intoxicación por consumo excesivo de mariscos. El resto del equipo fue castigado y confinado en el Internado, hasta que por fin se supo que la adolescente estaba fuera de riesgo.

En lo estrictamente deportivo, el desempeño exhibido en Talca por el sexteto escolar vino a demostrar la consolidación del trabajo formativo que el profe Olate y sus colaboradores más inmediatos habían logrado desarrollar en el voleibol de esa comuna popular, tanto a nivel colectivo como individual. En efecto, el equipo de Pudahuel se coronó campeón nacional, venciendo al seleccionado de Linares, y Jessica Ramos, por su parte, comenzaba a perfilarse como una joven promesa del voleibol, siendo galardonada como la mejor figura femenina de ese torneo.

Ya en Santiago, las flamantes campeonas fueron agasajadas en una ceremonia con abundantes discursos, canapés y ponche a la romana. Josefina Narváez hasta hoy recuerda que muchas, incluyéndola, no habían probado jamás el dulce y refrescante brebaje, y que, yéndose por lo dulce, “varias terminamos mareadas, y algunas más que mareadas, riéndonos de todo”.

Cruzando la cordillera

A finales de 1976, los equipos surgidos en el seno de la Escuela Co-educacional N° 4, proyectados en el CINDEP, cruzaron la Cordillera de los Andes, aceptando una invitación del prestigioso Club Deportivo y Social CEPADA, histórico referente del voleibol de Mendoza, para disputar un torneo que se realizó entre el viernes 17 y el domingo 19 de diciembre de ese año.

Era la primera salida internacional del joven seleccionado de Pudahuel y por ello, toda la comunidad de la escuela y del CINDEP se movilizó para conseguir los recursos necesarios para financiar el viaje. Así, se realizaron kermesses, completadas y rifas, y se emitieron bonos de colaboración. El profesor Olate, a la sazón presidente del Consejo Local de Deportes de Pudahuel, lograba gestionar apoyos a través de la DIGEDER.

La delegación emprendió el viaje en una destartalada micro de recorrido urbano, en la que –como pudieron– se acomodaron los jóvenes deportistas barranquinos, un par de apoderados, el gestor de la gira y sus colaboradores.

La delegación iba bien provista de todo lo necesario para el viaje, incluyendo mantas, sándwiches, gaseosas, huevos duros. Tampoco faltaron las anécdotas, como el estado catatónico en el que –ya a la altura de Los Andes– quedaron las alumnas que, para evitar los mareos, ingirieron pastillas inductoras del sueño, y las bromas que generó el pánico de las más pequeñas, aterradas ante las innumerables cuestas de la ruta, con el precipicio amenazante al lado del camino.

Ya en Mendoza, CINDEP/Pudahuel compitió en las categorías juvenil masculino y juvenil femenino, enfrentando al anfitrión CEPADA y a competitivos clubes como San Martín, Universidad Nacional de Cuyo, Regatas y Talleres de Mendoza.

Pese a que no se obtuvieron resultados protagónicos, se evaluó positivamente la experiencia de salir a otro país, conocer otras realidades y crecer en competitividad. Luis Aedo, jugador del equipo masculino del CINDEP, resultó distinguido con un diploma al Mérito Deportivo otorgado por la organización anfitriona de Mendoza. El último día, la delegación completa se dedico a pasear por la ciudad y comprarse jeans, aprovechando el cambio favorable, incluso para jóvenes de presupuesto estrecho como ellos.

A esas alturas, el voleibol de Pudahuel, surgido en las canchas de tierra de la Escuela N°4 y de otros establecimientos de la comuna era una realidad concreta, que día a día crecería más, con el protagonismo de decenas de jugadores y jugadoras surgidas de esa experiencia.

Por Juan Azócar Valdés. El autor es periodista.

Santiago, 21 de noviembre 2022

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López Obrador: Cumbre de la Alianza del Pacífico podría cancelarse por ausencia del Presidente de Perú

Lun Nov 21 , 2022
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