¿Es la disyuntiva de hoy salvar el sistema político chileno?
La crisis que vive el sistema político chileno al ponerse en evidencia la oscura relación entre el empresariado, el dinero y la política, plantea el tema si la disyuntiva de hoy es salvarlo o francamente encaminarse hacia una reforma sustancial del mismo, impulsada por la ciudadanía.
La interrogante no es ociosa si se escuchan ciertas preocupaciones y hasta angustias que expresan líderes políticos, voceros gubernamentales, directivos de gremios empresariales que cada día asumen más el rol de partidos políticos de la Derecha, o analistas que responden a ciertos think tank, alineados con determinados partidos o grupos de poder.
Se diría que hay un cierto acuerdo tácito de exponentes de la llamada “clase política”, que reaccionan con singular unanimidad en la búsqueda de salvar, dicen, la política, cuando lo que se busca en realidad es salvar lo que hasta ahora se ha entendido como ”política”, la “razón de Estado”, o la “vocación de servicio público” y otras frases hechas , desprovistas de contenido.
Términos que por tanto uso y abuso, han pasado a ser sinónimos de componendas, descaro, intereses espúreos, corrupción, compra de conciencias y de votos por parte de intereses económicos, lo que explica la desafección de los ciudadanos de la política, el rechazo a los políticos y a las instituciones que los agrupan, en el marco de un esquema democrático que por lo mismo resulta también, puesto en tela de juicio.
Lo que se evidencia hoy en la escena nacional, es que la discusión en determinados sectores del poder, y en los medios informativos del sistema, elude, evita o encubre el tema de fondo y se queda en la anécdota de las ramas, que no dejan ver el bosque.
En fin, la discusión de fondo que emerge en la ciudadanía, es precisamente la manera cómo se entiende la acción política.
Lo que la ciudadanía está poniendo en la agenda pública, es precisamente el enjuiciamiento de la forma de hacer política, a la relación incestuosa entre dinero y política, es decir al hecho de que partidos políticos sean financiados por los poderes económicos, las oligarquías financieras, y que se hayan convertido en “un emprendimiento más” de los grupos económicos.
Por ejemplo, la derechista unión Demócrata Independiente (UDI) ha aparecido entre las subsidiarias de Penta, como una empresa más del conglomerado. Pero es que así ha sido siempre: los grupos económicos (latifundistas, las empresas del salitre, las cupríferas, los clanes) financiaron, formaron a sus legisladores, a quienes debían votar a favor de sus intereses, los que cumplida esa tarea, pasaban y siguen pasando, como norma, a los directorios.
Cabe recordar que la dictadura de Pinochet no fue otra cosa que ese modelo llevado a sus límites, cuando se pone descaradamente al aparato militar del Estado, al servicio de un modelo económico, de los intereses de una oligarquía económica y social.
La Derecha no es sino el brazo político de los grandes grupos financieros nacionales y extranjeros. La UDI es un ejemplo concreto de esta simbiosis entre interés económico y práctica política, pero no son los únicos en la historia real de Chile.
El lucro, el afán de ganancia, identifica a ambos sectores, y asi la acción política, la labor de los partidos de la Derecha se convierte en “un bien de mercado”, siguiendo las línea de pensamiento y acción del ex presidente Piñera- que hoy sigue siendo un audaz y ambicioso empresario y político.
La incestuosa relación Penta-Udi, es decir, los grandes conglomerados económicos junto a los partidos y legisladores a su servicio, no es más que el modelo de subordinación del aparato político y del Estado a los intereses financieros y económicos.
En el fondo ésta es la discusión real, lo que trasciende a la cotidianeidad de boletas “ideológicamente falsas”, o la apresurada discusión sobre “transparencia”, la regulación entre política y dinero, ética dictada desde la Universidad a los futuros ejecutivos y empresarios, e incluso a los temas de la corrupción y tráfico de influencias, impuestos eludidos y otros males sociales que han resultado naturales a estos “caballeros”.
Hay que ir más allá del vaudeville, carente de originalidad y de vergüenza, para apuntar a soluciones de fondo. Hoy se presenta una oportunidad. Y los ciudadanos deben hacer escuchar su voz.
Lo central sigue siendo el cambio de esta manera del hacer y del quehacer político.
Por ello surge como indispensable, la tarea estratégica y práctica la reforma del sistema político, lo que solo se puede realizar mediante el cambio en el esquema constitucional vigente.
La ciudadanía tiene derecho a esperar una reforma constitucional, que restablezca las exigencias de moral pública, de ética política, y donde pueda revocar a los representantes y autoridades elegidas, si estos no responden a la dignidad de su cargo o no cumplen con su obligación de responder a los intereses del soberano, el pueblo o al programa por el cual recibieron el apoyo ciudadano. O que se olvidan de esa máxima básica de la representatividad ciudadana, el ser mandatados para servir al pueblo y no servirse de él.
Una nueva Carta Magna, en cuyo marco los ciudadanos puedan ejercer su capacidad de iniciativa de ley, y donde pueda expresarse cotidianamente mediante el mecanismo de la democracia participativa, el plebiscito o la consulta ciudadana.
Nada más, pero nada menos.
Por Marcel Gárces, Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 18 de marzo 2015
Crónica Digital