Economía global entre la COVID–19, los pronósticos y las expectativas

En un mundo donde prima el escepticismo gracias a una pandemia empeñada en desafiar pronósticos y gráficos matemáticos, una de las grandes interrogantes es cuánto demorará el orbe en volver a ser como era.

A juzgar por su duración y por la imposibilidad de erradicarla completamente en corto plazo, para la mayoría de los mortales ya queda claro que el SARS–CoV–2 deviene en una especie de atroz parteaguas.

En el escenario económico, acostumbrado a los vaticinios para futuros planeamientos, la incertidumbre es la peor de todas las amenazas.

Si bien en un principio las afectaciones parecían limitadas a unas pocas semanas al estar ceñidas a la paralización de varias industrias chinas, luego, y ante el avance indetenible de la enfermedad, ganó fuerza la teoría de que a partir de la segunda mitad del año la recuperación acontecería de manera acelerada.

Más tarde, cuando la epidemia ganó fuerza inusitada en Europa, diferentes entidades dedicadas al análisis de la economía comenzaron a crear modelos basados en disímiles y probables escenarios.

Ahora, ante la persistencia del escepticismo, se advierte unos efectos tan duraderos que Latinoamérica, por ejemplo, demoraría varios años en sobreponerse a los estragos de la crisis sanitaria.

Todo el que busque saber acerca de los efectos económicos de la pandemia tropezará, indefectiblemente, con imágenes hiperbólicas conocidas por la mayoría de los habitantes del planeta solo por libros o anécdotas.

Esta, anunció el Banco Mundial en junio, será la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, y la primera vez desde 1870 en que tantas economías experimentarían una disminución del producto per cápita, pues se espera una caída económica del 5,3 por ciento en el orbe.

De acuerdo con la consultoría McKinsey Global Institute, los efectos del coronavirus costarían hasta 30 billones (un millón de millones) de dólares a la economía, el doble de lo que, según la propia entidad, acarrearía una supuesta guerra mundial.

El cálculo determinó, además, que triplica el costo de la crisis financiera de la década del 30 del pasado siglo en Estados Unidos conocida como la Gran Depresión, estimada en 10 billones de dólares, y es 30 veces superior a las consecuencias de un ciberataque a gran escala.

Por su parte, el fondo de inversión de Europa BNP alertó que el globo terráqueo está amenazado por la “madre de todas las recesiones” a causa de los daños acarreados por el virus.

No fue una buena noticia a inicios de año la interrupción de las manufacturas chinas.

Ahora tampoco lo es el descalabro sufrido en Estados Unidos, con un retroceso del 33 por ciento en el segundo trimestre, si tomamos en cuenta su peso para el resto de las naciones.

Las economías emergentes tampoco lo tendrán fácil.

Nótese que justamente los llamados países BRICS, con excepción de China, son los más afectados por la enfermedad: Brasil, Rusia, India y Sudáfrica.

Ante este panorama, abandonaron ya los economistas la tesis de una recuperación en forma de V, para dar cabida a hipótesis de un rebote en forma de U o W sería más probable. La V, sostienen los entendidos, es el modelo producido cuando hay un parón brusco de la economía, pero la vuelta a la normalidad también es rápida. La U está presente si los indicadores tardan más tiempo en llegar a los niveles previos a la recesión, mientras que la W significa cuando entras y sales de la crisis, pero el repunte no se sostiene y vuelves a caer en terreno negativo.

Otros expertos aluden a la L para definir aquella contracción que se produce de forma pronunciada y cuya recuperación es muy lenta, o sea, una caída abrupta acompañada de un estancamiento prolongado.

Para Robert Gilhool, funcionario de Aberdeen Standard Investments, una de las sociedades de inversión más grandes del mundo, no será hasta finales de 2022 que el Producto Interno Bruto mundial recupere los niveles anteriores al coronavirus.

A su juicio, la economía global experimentará una curva en forma de U y evitará la recesión técnica.

La Organización Mundial del Comercio, por su parte, estimó que la solidez de la recuperación del intercambio mundial sigue siendo muy incierta y no se puede descartar una evolución en forma de L, en lugar de V.

Esto, tras divulgar que el comercio global de bienes puede haber registrado una disminución en torno al 18 por ciento durante el segundo trimestre en relación con idéntico lapso del año pasado, o sea, una caída histórica.

Señaló la OMC a los productos de automoción y de transporte aéreo como aquellos más perjudicados.

Lo cierto es que la amenaza para el crecimiento económico estará latente mientras la enfermedad siga viva.

El director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, sin ser economista mostró una claridad meridiana en este tema cuando pidió desterrar cualquier nacionalismo en materia de vacunas y abogó en pos de mayor colaboración para combatir la COVID–19.

“Una reactivación más rápida es una reactivación conjunta, porque vivimos en un mundo globalizado. Las economías están íntimamente relacionadas. No puede haber algunos países seguros que se recuperan. Todos deben recuperarse juntos”, subrayó.

Tras más de 22 millones de enfermos, y cerca de 800 mil fallecidos, pareciera que el mundo ya no volverá a ser como era y, en verdad, no debiera.

Si de verdad las crisis también plantean oportunidades, como suele creerse, después del tremendo azote del virus quizás cabría esperar el nacimiento de sociedades donde la mercantilización ocupe un papel menos importante que la de la vida de los hombres.

Por Ivette Fernández. La autora es periodista de la Redacción de Economía de la Agencia Informativa Prensa Latina.

La Habana, 21 de agosto 2020.

Crónica Digital / Prensa Latina.

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