Me ha conmovido profundamente la noticia del fallecimiento del periodista y académico cubano José Antonio de la Osa Cao, quien destacó por su labor en el periodismo científico y la actividad docente. Tenía 81 años. Es de esas muertes que te estremecen, que te llevan hasta el pasado y te hacen recordar cuán cerca estuviste de una persona y que ya no está.
Dudo que alguno de quienes fuimos sus alumnos de Periodismo en la Universidad de La Habana no lleve aún una huella suya de esos preciosos años de estudios, cada uno con sus propias vivencias.
Ocupó la responsabilidad de presidente de la Sección de Comunicadores en Salud de la Asociación Médica del Caribe (AMECA) y fue autor de diversos libros sobre personalidades de la ciencia. Sin abandonar el ejercicio del periodismo, ejerció la docencia en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, impartiendo clases en el curso regular diurno, y de posgrado sobre técnicas periodísticas. Fue creador de un método de taquigrafía audiovisual dirigido a los comunicadores.
Tuve yo el privilegio, además, de ser alumno ayudante junto al profesor durante más de dos años, inolvidables, de aprendizaje diario, no solo de taquigrafía. Él tenía un manual para la vida, que podrías compartir o no, pero merecía la pena escucharlo y extraer lo mejor. Llevo conmigo sus innumerables anécdotas, su histrionismo académico sin igual, el énfasis de sus palabras, sus exclamaciones y su particular sonrisa, en ocasiones muy irónica, pero siempre muy oportuna.
Llegué a alcanzar una gran velocidad en la taquigrafía, al punto que me invitó a ser alumno ayudante. Independientemente del esfuerzo personal, esa gran velocidad la alcancé gracias a la motivación que generaron sus clases en mis compañeros y en mí. Algunos me leerán, y saben que es así.
Recuerdo una anécdota: una vez escribió en la pizarra un trazo caligráfico, se volvió hacia el grupo y dijo: “¿Qué dice ahí? Como decimos en Cuba, todas y todos estábamos “botados”, meditando. Por esas cosas de la vida identifico la palabra, levanto la mano y me dice: “¿Lo sabes, Enriquito?, Na”… Y se ríe. Le digo: “¡sí, lo sé!”. Me responde: “No lo digas”.
El grupo seguía en silencio, y volvió a preguntar, y nada. Al final me dice que diga la palabra. Le digo: “misógino”. Llegó hasta donde yo estaba y me dio la mano.
Cuando terminó la clase, me llamó a una esquina y me dijo: “Enriquito, ¿cómo descubriste la palabra? Espero que no seas misógino”, y me tira el brazo por encima del hombro. Le respondo: “La verdad, verdad profe, esa palabra no la conocía, la descubrí hace apenas unos días en un texto que leí”, y le aseguro que no tengo nada de misógino.
Su labor profesional trascendió más allá de las fronteras de Cuba. En 1994 se editó en Argentina su libro “Para evitar la meningitis y otros males”. Al año siguiente se publicó también su obra “Artesanos de la Vida”, presentado en Chile, Argentina y otros países de América Latina, en que exponía la actividad científica emprendida en el Centro Internacional de Restauración Neurológica. Luego vio la luz en España, en 1996, su trabajo “Desafiando lo Incurable”, sobre las innovaciones en el tratamiento del vitíligo.
Pese a la cantidad de años transcurridos, a veces tomo notas en el trabajo y entre palabra y palabra se me escapan gramálogos que me enseño el profesor De la Osa. Cómo olvidarlo, si aún nos acompaña. Comparto nuevamente una de las fotografías que se tomó con mi grupo de Periodismo, tal como hacía con cada graduación.
Abrazo eterno.
Por Enrique Torres. El autor es periodista formado en la Universidad de La Habana.
Santiago, 20 de abril 2021.
Crónica Digital