Por Omar Cid*
El domingo en la noche, será el espacio de los tecnócratas de la política. Tales personajes, se tomarán la pantalla de los medios de comunicación, para celebrar el ritual del voto y comenzar a (re) instalar el mito de la institucionalidad puesta en cuestionamiento, por el acto de negación al libro sagrado del orden neoliberal, de sus sacerdotes esparcidos en la geografía política y de todos sus fetiches (Banca, AFPs, etc.) que exigían reverencia y sumisión.
Los ateos de la totalidad administrada por mercachifles, en un acto profético se instalaron el 18 de octubre en las calles del país, para reafirmar su crítica y destruir las imágenes del dios que ha cobrado la vida de tantos ciudadanos con zonas de sacrificio, sueldos y pensiones de hambre, entre tantas otras miserias y desigualdades.
No estaríamos donde estamos, sino fuera por esos profetas tanto desarmados, como armados de modo rudimentario. ¿Escandaloso? ¿Un atentado contra la paz? ¿Existirá algo más violento que salir a las cinco de la mañana, para esperar una locomoción incómoda, insegura, en pandemia -o sin ella- para volver hecho bolsa? ¿Habrá algo más violento que vivir la tensión diaria de parar la olla? ¿Podrá existir armonía, cuando una de las sacerdotisas enclaustradas en El Vaticano del modelo, afirma que, para obtener pensiones pichiruches, se necesita trabajar hasta los 103 años?
Se dirá que son unas elecciones históricas. Es cierto. Se afirmará que lo decidido el fin de semana, sentará las bases para a lo menos por 40 años, lo que es relativo. Los partidos del orden, dependiendo de los votos que obtengan, nos señalarán que los chilenos son razonables, responsables y confiados en su sistema político. Ese será parte del negocio discursivo, la astucia de acarrear agua a su molino; ignorando como lo han hecho la mayoría de las veces, las aguas turbulentas de un mar que no encuentra calma.
Bajo la mesa y con las planillas de cálculo a la vista, los mercaderes del templo, sacarán las cuentas costo-beneficio. Se alabará a los aspirantes protegidos por su triunfo a la segura, elaborarán el relato de que se trató de una elección complicada, para sacar lustre a la victoria. Todo el dispositivo ritual, se pondrá al servicio de un escenario cuyo fin, es que los descreídos sientan culpa y vuelvan al rebaño, a la comunión de los civilizados. De los que duermen tranquilos, porque los cuida el estado de derecho, pensado y administrado por una élite sabia, meritocrática, incorruptible y solidaria que los espera con las puertas del templo abiertas.
Como es sabido por los lectores de La Biblia, los profetas pagaban muy caro su crítica al culto de los ídolos de barro, siendo asesinados de la peor manera. Hoy, nuestr@s profetas ateos del dios dinero y sus sacerdotes que ponen en el centro la economía, la producción, el desarrollo y la seguridad interna a costa del ser humano: sufren las consecuencias de su osadía.
Los profetas de este tiempo, cargan con la infamia de romper las tablas de la ley, han sido mutilad@s, abusad@s. encarcelad@s, por manifestar su ateísmo, ante los símbolos del dios liberal, eurocéntrico, blanco, patriarcal, racista, clasista y genocida. Los profetas de ayer como hoy, son la voz que clama en el desierto. Son, el gesto incorruptible que estará marcado a fuego en las conciencias de quienes escapan del ruido de la ciudad, de los carteles, de los jingles publicitarios, de los pequeños regalos y favores a cambio de reafirmar las condiciones de injusticia.
Escuche bien, los, las profetas de ayer y hoy, saben que su destino será trágico, porque la totalidad no acepta su alteridad: la encierra y elimina. No puede convivir con ella, por eso persigue con todas sus fuerzas a quienes pretenden vivir y sentipensar de manera distinta. La diversidad, es el gran espejismo de la época.
Vivimos un proceso cruzado por una crisis civilizatoria, de rechazo a la totalidad neoliberal. Poco durará, la fiesta donde el “becerro de oro” enarbolado por las élites atávicas, pretenden auto-legitimarse a costa de quienes se dejen engatusar, por la idolatría de un poder que no tiene otra manera de ejercer su dominio, sino a través de identificar enemigos; calificándolos de delincuentes y alienígenas.
Los idólatras de la institucionalidad, la noche del domingo, el lunes y los días y horas que consideren necesarios, volverán con el discurso negacionista de Caín, dirán que el Abel de las transformaciones está desaparecido: porque no se expresó con claridad en las urnas. Reforzarán la invención que el sistema político, tal cual como está, ha sido validado [divinizado] -por tanto- el altar y sus ornamentos restituidos con pulcritud. Aun así, el ateísmo destituyente, sigue dispuesto a saltar los torniquetes.
*Escritor
Subdirector de Crónica Digital
Santiago de Chile, 14 de mayo 2021