A poco andar, el gobierno de Sebastián Piñera y las fuerzas de derecha muestran un diseño táctico y estratégico que es necesario considerar completamente, y no sólo sobre episodios y reactivamente.
La derecha (como hipótesis de trabajo) parece tener como meta de más largo plazo un segundo gobierno que le permita, en condiciones de correlaciones favorables, una profundización del sistema de dominación neoliberal, basado en la acumulación de capital especulativo-financiero. En el contexto de un debilitamiento del neoliberalismo a nivel continental y global, pero de una muy fuerte resistencia y contraofensiva política plenamente en curso y desarrollo.
En esa dirección ha tomado la iniciativa, y da pasos tácticos sucesivos.
Ante ese empeño, ¿Qué hacen las fuerzas políticas y sociales que a lo menos han expresado sostener y continuar las transformaciones democráticas, y seguir abriendo brechas para la superación del neoliberalismo realmente existente?.
Sólo para tener presente:
1) En medio del fragor de la primera vuelta presidencial, el comando de campaña de Alejandro Guillier emitió una minuta político-comunicacional en donde advertía de la regresión que significaría un segundo régimen de Piñera. Era totalmente esperable la reacción de la derecha. Pero lo más llamativo fue la histriónica y negativa que tuvieron dirigentes y parlamentarios que, transversalmente, se ubican en los territorios políticos de la restauración; de la nostalgia noventera; del gatopardismo a través del cual se estructuró el andamiaje de los consensos y la política de los acuerdos. Y no pocos de ellos se autodefinen “centro-progresistas”. Esos sectores son los mismos que en la Nueva Mayoría y al interior del gobierno, sostuvieron por cuatro años posiciones que relativizaron la intensidad de las reformas; instalaron fracturas objetivas; y siempre presionaron para enmendar el rumbo político-social del proceso en marcha.
2) La historia política chilena demuestra, con creces, que una de las grandes habilidades de la elitista clase política criolla es buscar los astutos caminos para aprobar, y no aplicar; reconocer, y desconocer. En definitiva: Torcer. Esas habilidades las ha demostrado especialmente la derecha y el centro, con simulaciones hasta burdas, como la que pretendió instalar la idea patética de que Chile tenía una nueva Constitución, por el solo hecho que la firmaba un presidente civil. Por eso, es un error de magnitud y hasta una ingenuidad política de marca mayor, creer que porque muchas reformas son leyes, se ha consolidado un significativo proceso de avance democrático. En rigor, este es uno de los espacios, tal vez el campo en disputa en donde se medirán las correlaciones de fuerzas sociales y políticas que intentarán la regresión-restauración, versus la estabilización y realización plena de las reformas iniciadas. Y seguir adelante con otras grandes urgencias sociales que afectan a las mayorías nacionales.
3) Un primer dato básico, y esencial, es reconocer el espesor y la complejidad del escenario político chileno, que también se expresa en la sociedad civil en general. Y que en rigor tiene su causa principal en el reordenamiento de las fuerzas históricas del sistema político del país, cuando se inicia la llamada transición pactada a comienzos de la década de los noventa del siglo pasado. Hay que tener presente que por varias décadas, una parte bien significativa de las fuerzas que lucharon por Democracia y en contra de la dictadura fascista, asumieron la política de los consensos y la autodefinida “democracia de los acuerdos”, para concordar con la derecha una gobernabilidad dominante que mantuvo por décadas una hegemonía, esencialmente, de corte neoliberal. Por tanto, son fenómenos estructurales, que se ubican en la arquitectura del sistema, y también en la subjetividad de las clases sociales de Chile.
4) Del mismo modo, es necesario reconocer que existe un campo de votantes volátil y dinámico, expresión misma de este ciclo histórico, y tildarlo o estigmatizarlo por esa actitud cambiante, es simplemente darle un feroz portonazo a un potencial electoral que es cada vez más determinante en los resultados de las elecciones. Campo amplio de votantes que, legítimamente, expresa sus demandas manifiestas y latentes desde la materialidad de sus formas de vida concretas, individual y colectiva. Incluída la omisión.
Este antecedente objetivo, demostrado por diversos estudios e investigaciones cualitativas, se expresa en sectores socio-económicos bajos, medios, y medio altos, y en un rango etáreo que va desde los 18 años, hasta los 65 años. Son personas que le dan un inmenso valor al sistema democrático; a la pluralidad y a la diversidad; sin tener una predisposición a lo colectivo, sin embargo se reconocen en las expresiones sociales amplias y transversales que son parte, ya, del constructo social chileno, y que han sido la base de los movimientos por educación; medio ambiente; derechos de la diversidad de géneros; Pueblo Mapuche y otros pueblos originarios; sistema de pensiones decente y digno. Este amplio espectro de ciudadanía se expresó claramente con el nuevo sistema electoral, y su comportamiento electoral modificó cualitativamente las representaciones electorales que, analistas añejos, persisten en tratan de codificarlas en los encuadres de “la derecha, el centro y la izquierda”.
Dos son los escenarios (que sólo para efectos metodológicos se pueden separar) en que se jugarán las futuras correlaciones de fuerzas y las eventuales alianzas:
-Las elecciones, que en los años que vienen cambiarán definitivamente el poder y la delegación de poder en cada región del país. Y serán todavía más determinantes en el futuro parlamento y el poder ejecutivo.
-Las expresiones ciudadanas y los movimientos sociales, que en Chile tienen en las últimas décadas un papel clave en los procesos de transformaciones.
Con realismo, si las tendencias en curso se mantienen en lo grueso, el campo llamado “opositor” no tiene ningún destino político si no es sobre la base de una construcción de convergencia, de diseño complejo y todavía más difícil en el proceso unitario. Necesariamente, este proceso debe considerar las variables programáticas; electorales; movimientistas; ciudadanas. Y no hay mucho tiempo político para empezarlo.
La derecha, que ha tomado la iniciativa política; que mantiene un dispositivo de mando y direccionalidad política eficaz para sus objetivos, no cree ni quiere construir movimientos. Su base de sustentación es el andamiaje de sus partidos políticos, y la correlación bastante crecida en el plano electoral, que en definitiva es una delegación de poder y de representación.
En el marco de ambas variables, y considerando una tensión que es evidente en Chile, las fuerzas y las correlaciones enfrentan sus eventuales alianzas.
La derecha, en estos momentos, podría crecer hacia sectores que, políticamente, se ubican en el llamado “centro”, sector cada vez más disminuido en el plano histórico-electoral. Pero todo indica que, por ahora, busca fidelizar su votación reciente en parlamentarias y presidencial. Si la “oposición” sigue fragmentada, la derecha podría ganar casi todas las elecciones de gobernadores regionales futuras, y su base de sustentación sería casi óptima.
La “oposición”, paradojalmente, cuenta con una base socio-política muy significativa: las banderas y demandas sociales que, con mucha diversidad, siguen exigiendo transformaciones sociales bien de fondo. Pero eso no quiere decir que los partidos y fuerzas que se ubican en el territorio de la “oposición”, son identificados por estas expresiones ciudadanas como sujetos e instrumentos del cambio social.
En este cuadro, no es fácil predecir un futuro político en Chile. Hay una objetiva incertidumbre. Pero lo que sí parece claro es que el campo “opositor”, que con una casi extrema diversidad sí está por superar el neoliberalismo realmente existente, tiene poco tiempo político para articularse como alternativa. Y eso sí será determinante en el futuro.
Por Juan Andrés Lagos
Periodista
Miembro Comisión Política Partido Comunista de Chile.
Santiago de Chile, 30 de marzo 2018
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