No me gusta que a Universidad Católica los tilden de segundones. Hoy, tras lo ocurrido en el grupo 8 de la Copa Libertadores, la denominación podría ser algo más cercano a misericordia, ‘perdonazo’ o “buena onda”.
Más bien, Católica jugó con corazón, pero de abuelita. Esa señora tierna y sobrecogedora que te da una mano a pesar de todo. No bastó ser incapaz de “matar” a San Lorenzo, y lo clasificó. La situación pintaba bonita cuando Flamengo le ganaba de visitante a los argentinos, y Paranaense reaccionó.
El vaivén emocional no debería dejar un balance positivo. San Lorenzo estaba ‘muerto’ en el torneo, Católica hacía partidos interesantes y parejos con los ‘brazucas’, pero quedó sin pan ni pedazo. Ni siquiera alcanzó para la Sudamericana, en las muchas oportunidades benignas existentes para el cuadro cruzado.
Triunfos morales ya no se aceptan. Y ya es tradición -hace bastante tiempo- avergonzarse del rendimiento de elencos chilenos en competiciones internacionales. ¿Últimos ejemplos? Colo Colo con Botafogo, Unión Española con The Strongest… ¡Ups! La misma Copa Libertadores.
Este aspecto es fiel reflejo de la baja calidad del campeonato nacional. La emocionalidad adyacente no es por un buen nivel, sino la mediocre paridad en la que nadie busca resaltar. Lamentablemente, el cuadro de la franja falló en los momentos claves, aunque la primera vuelta parecía prometedora. Sin embargo, la segunda fue un desastre: ningún punto obtenido de nueve posibles.
Lo peor es que la UC anotó goles en esos tres encuentros, en cada uno de esos cotejos tuvo opciones de algo más, pero no fue suficiente. Nada es suficiente.
Basta de esperar milagros para cosechar alegrías. La solución es invertir -ponerse con plata- en el fútbol joven y no traer “anti-refuerzos”. El antídoto es a muy largo plazo, estamos resignados a conformarnos con más decepciones y un futuro oscuro. Como nunca lo quisimos pero siempre lo supimos…
Por Vicente Vásquez Feres
Santiago de Chile, 20 de mayo 2017
Crónica Digital