Las últimas encuestas indican que la desconfianza no ha disminuido. Gobierno y opositores continúan con niveles paupérrimos de aprobación; al analizar la realidad desde los estados de ánimo, se hace difícil pensar el país, sin recurrir a conceptos como: frustración, rabia y en la vereda opuesta la apetecida esperanza. Michelle Bachelet, logró junto a la Nueva Mayoría, canalizar los anhelos de muchos, para volver a instalarse en La Moneda.
Hoy, la situación es distinta. La credibilidad de la mandataria y su administración están en tela de juicio. En ese contexto el anuncio hecho por la presidenta de “jerarquizar y darle mayor gradualidad a algunos aspectos de nuestros compromisos” era esperable. Se trata de bajar las expectativas, la ansiedad. Para los conservadores es el retorno al orden, para otros, es el simple hecho de asumir la conducción que tanto se cuestionaba.
Para los medios uniformados, el anuncio marca el fin de las satanizadas reformas, tal como se habían pensado. Se trataría de un regreso a la “racionalidad económica” a “la política en la medida de lo posible”. En resumidas cuentas, celebran el fracaso del proyecto transformador, cuasi revolucionario, cuyo sostén era el movimiento estudiantil que buscaba cambios relevantes en la educación y otros ámbitos de la vida nacional.
Si la lectura de los hechos fuera así, el empresariado y su sequito de funcionarios a contrata, ubicados en el aparato público estarían festejando con espumante, pero la molestia ciudadana es generalizada, así como el gobierno no pudo administrar la esperanza, los opositores no tienen piso para albergar la molestia que existe, ninguna de sus figuras públicas, puede desplegarse con tranquilidad, sin despertar sospecha, antipatía y desdén.
Se habla del fin de un intento refundacional de carácter estatista, lo que sin lugar a dudas es una exageración, el único espacio que permitiría un cambio de cierta importancia en las reglas del juego, sería alterar la constitución en su sustento ideológico, albergada en sus principios fundamentales, discusión que formalmente no ha comenzado y desconocemos hasta dónde puede llegar. Todo lo demás. Reforma tributaria, educacional y laboral, son meras correcciones, variaciones de la misma melodía, los cambios propuestos no daban ni para llamarlos modificaciones, se trata de ajustes acompañados de discursos pomposos.
En ese tablado, la reacción desmesurada del empresariado, de los partidos de derecha, sumado a sectores de la propia Nueva Mayoría, es uno de los factores a considerar, además de las designadas estrategias de manipulación, desinformación y política del recelo, desplegada por los medios de información.
Otro argumento de este guion, es la crítica vinagre hacia la llamada “G-90” por parte de quienes los reclutaron, formaron y les traspasaron sus modos vivarachos de hacer política, a ellos, los con tejado de vidrio, se les entregó la responsabilidad de gestionar las “reformas” pichiruches, negociadas con elástico en las oficinas de los financistas de la nueva administración. Lo anterior, no aminora las responsabilidades particulares en la aplicación de las correcciones, menos aún, en los casos de corrupción públicamente conocidos.
Lo astuto, es pretender vincular a Rosa de Luxemburgo, Gramci y otros del mismo redil, con maneras tan nefastas de acción política, no se trata de pureza, ni de muestra de religiosidad militante, lo que irrita es la ausencia de lucidez y el narcisismo de algunos liberales con aires de reflexión docta, porque reducen el debate a espejismos o adwere, cuyo objetivo es generar los distractores necesarios para evitar la disputa de fondo.
Lo concreto, lo relevante es la crisis de la élite económica y política. Su quebrantada legitimidad, su pobreza ética, su estrechez de méritos, en síntesis, se trata de una casta lumpenizada, cuya capacidad de encausar la rabia o la esperanza social, se ha desvanecido.
Por Omar Cid
Crónica Digital, 17 de julio 2015
Muy buen análisis, compañero Omar.