En una dramática determinación postrera el general Hernán Ramírez Rurange, ex jefe de la Dirección Nacional de Inteligencia del Ejército (DINE), optó , a sus 74 años, por el suicidio para evitar a pasar los últimos años de su vida en una prisión y condenado a la vergüenza de 20 años de cárcel por un crimen miserable, del cual afirmaba no ser responsable, pero que debía avergonzarle.
No fueron precisamente las exigencias del honor militar las que lo llevaron a tan drástica determinación. Fue, por el contrario, la certidumbre del deshonor , el haber sido comprometido en una operación gansteril, forzado a ser cómplice de una ejecución mafiosa y el haber sido abandonado a su suerte, sin que los que dieron la orden de matar, dieran la cara, reconocieran la orden innoble y artera, o , al menos, asumieran su responsabilidad de mando.
El mismo lo dijo al ser interrogado por el juez Alejandro Madrid : fue personalmente el propio dictador, Augusto Pinochet que ostentaba el cargo de Comandante en jefe del Ejército en 1991, el que en plena “transición democrática” el que , en presencia de sus generales más cercanos, le dio la orden de sacar de la circulación al agente de su Gestapo, la DINA, Eugenio Berríos.
La orden fue escueta, pero suficientemente perentoria y clara: ·” Usted debe sacar de Chile, llevarlo y protegerlo en Uruguay , a un ex agente de la Dina…se llama Eugenio Berríos”.
Este sujeto, fue químico de la DINA, elaboraba sustancias letales utilizadas para la eliminación de opositores de la dictadura, trabajó junto al estadounidense Michael Townley y es sindicado como participante en el asesinato del ex presidente Eduardo Frei Montalva., elaboraba la llamada cocaína negra, indetectable incluso para los perros.
Cuando Pinochet y sus más cercanos deciden la suerte de Berríos -¡ en democracia!- lo hacen porque suponen que este pueda hablar de sus tareas criminales, cuando éste es requerido por los tribunales para interrogarlo en el marco del proceso por el asesinato en Washington del ex canciller chileno y ex ministro de Defensa, Orlando Letelier y su secretaria Ronnie Moffit,, en el cual está involucrado su compinche Townley.
Para eludir el brazo de la justicia, Berrios es sacado clandestinamente de Chile, a fines de 1992 por el Paso Monte Aymond, en el extremo austral de Chile y luego instalado en Uruguay. El episodio, en que se vio comprometido el general Hernán Ramírez Rurange, culmina en abril de 1995 cuando el cadáver del químico chileno aparece en la playa El Pinar, cercana de Montevideo.
El general Ramírez según consta en sus declaraciones de julio de 2006, ante el Sexto Juzgado del Crimen de Santiago, colaboró con la justicia chilena, confesando las circunstancias de su involucramiento en la ejecución de Berríos, dejando un testimonio irrefutable de la responsabilidad directa de Pinochet, y el martes 11 de este mes la Corte Suprema confirmó la condena de 20 años y dos días, en calidad de autor del secuestro de Berríos y de asociación ilícita en su asesinato.
La historia es, como se puede ver, objetivamente sórdida e inmoral.
No hubo aquí un combate , un enfrentamiento en defensa épica de la Patria,una acción digna que la historia pudiera recordar con orgullo, un acto de heroísmo donde hubiese puesto en riesgo su propia vida, en fin una anotación honrosa en su hoja de vida de soldado.
Al c0ntrario fue un ”arreglo” entre bandidos, cómplices, utilizando la lógica delictual para borrar huellas y eliminar testigos molestos, en relación a crímenes de la dictadura, ejecutados por sus agentes, en Chile, Argentina y Washington.
Nada más alejado de la realidad la interpretación de que el suicidio de Ramírez Rurange, en palabras del ex guardaespaldas de Pinochet y hoy político derechista, Cristián Labbé, sería expresión de “la desesperanza de los batallones olvidados”, a consecuencia de ”la injusticia y el odio”, o por “una sensación de venganza o de persecución·”, a lo que agregó una frase para el bronce, cuyo sentido no viene al caso, que los militares “o vivimos con honor o morimos con gloria”.
En cierta manera el general es también, una víctima de la dictadura. Tras haber sido comprometido en un hecho deleznable, como se sabe en la institución y en el ambiente judic ial, fue además víctima del rechazo y del aislamiento de sus ex compañeros de armas, que no le perdonaron haber roto el pacto de silencio, responsabilizando en tribunales a Pinochet de sus órdenes criminales. Obviamente su vida en Punta Peuco iba a ser una tortura, que se sumaría a la depresión que le atormentaba.
Su vida y su muerte develan además los mecanismos perversos y degradantes de la dictadura, los métodos para comprometer en sus crímenes, corroer la moral e imponer lo vínculos de complicidad , el manchar a muchos con la sangre de las víctimas, para adormecer conciencias y asegurar los pactos de silencio, la complicidad y el encubrimiento.
Es probable que por ello, su nombre y su verdadera historia hayan desaparecido de los medios de circulación nacional a menos de tres días de su desaparicíón física.
En su caso no hubo ni honor ni gloria. Pagó el general Ramírez Rurange con su vida el deshonor
militar.
Hay muchas maneras de asesinar, y la dictadura y la Derecha han dado pruebas suficientes de ello.
Por Marcel Garcés, Director de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 17 de agosto 2015
Crónica Digital