La clausura del amor, cuando solo queda la violencia verbal

Por Miguel Alvarado Natali

“La clausura del amor”, del dramaturgo francés Pascal Rambert (Niza, 1962), basada en la traducción de Coto Adanez y cuenta con la dirección de Alfredo Castro se está presentando hasta este domingo en el Teatro Municipal de Las Condes, en el marco del festival de teatro a mil 2022 y con la colaboración de Teatro La Memoria.

De pronto en una pareja de años, con hijos y una historia de amor, es el hombre que inesperadamente decide poner fin a la relación, pero sus palabras y todo su argumento comienzan a derrumbarse frente a la respuesta de la mujer, que a la vez le demuestra lo decepcionada que está.

Su director, Alfredo Castro hace la aclaración sobre los personajes, ya que la única exigencia de su autor Pascal Rambert, es que estos ocupen los nombres originales de los actores. Francisco Melo (Pancho) entonces interpreta a este hombre que se lanza en picada con un montón de razones para separarse. En tanto Daniela Lhorente, (Dany) que a su vez representa a una actriz, es la que se mantiene callada y solo escucha pacientemente. Se ríe a ratos, pero que cada palabra de Pancho la va dejando herida. Aquí no podemos hablar de un diálogo, ni una discusión de pareja, más bien lo que hay son dos monólogos, donde Pancho es el que parte ocupando la mitad del tiempo que dura el montaje. Y luego es a Daniela que le corresponde asumir esta especie de segundo acto, donde hace casi una defensa del matrimonio, pero con descargos que van matando ese ego prepotente de Pancho y que para el espectador viene hacer un planteamiento novedoso de cómo se da la culminación de algo que fue una verdadera historia de  amor y pasión, pero que ahora cada palabra, cada frase, no son balas, pero de todos modos matan.

La escenografía es una sala de ensayo, con un par de cajones y dos sillas en cada extremo. La iluminación está muy bien lograda, creando una atmósfera perfecta de esa intimidad que se da cara a cara en una pareja, pese a que esta sea la clausura definitiva de lo que fue un amor apasionado.

En tanto, hay que entender que estamos en presencia de un montaje que no es fácil de interpretar, primero por la fuerza que cada actor tiene que poner en el escenario – es plantear el resumen de esa carga emocional de años con la misma pareja- . Y segundo la capacidad del público asistente en aceptar una interpretación diferente y no la clásica pelea de pareja. Francisco Melo, no necesita presentación, su talento actoral en este drama sorprende con cambios expresivos notables, sobre todo cuando es él, el que está recibiendo la respuesta por parte de Dany a su Clausura del amor. Por su parte Daniela Lhorente, que la vemos 45 minutos sin decir ni una palabra, irrumpe con una energía desbordante, ella inmediatamente le da un quiebre a la obra, un respiro, donde su brillante actuación conmueve. Ella hará esa réplica donde afloran todos los lindos recuerdos de ese amor de juventud, pero también para dejar en claro lo absurdo, grotesco e inconsistente que es el argumento tedioso y repetitivo de Pancho para clausurar la relación, según éste de ficción y que además requiere ser reseteada.

Si bien es cierto que la trama es intensa, pero se consume rápido, lo importante es  lo que nos deja. La clausura del amor, es eso, una clausura. Pero de qué, de los años lúdicos y felices. Del sexo a cada rato, de los viajes, de los hijos. No hay dudas que esta obra escarba en esa intimidad del ser humano en pareja, esos 365 días del año donde esto no caduca, donde no hay recetas. Y nos hace reflexionar de ese dicho “mejor diablo conocido que por conocer”.

La Clausura del amor, no es solo  la ventilación de los trapitos al sol, es ver que el amor es hermoso y a la vez violento. Del sexo apasionado se puede pasar fácil al aburrimiento. Las palabras de ambos personajes salen de sus entrañas y se cuelan profundamente en el corazón del otro, para llegar a la triste realidad, esa que bordea el odio por el otro, el maltrato psicológico hacia el otro. En fin, la puesta en escena logra la atención de los asistentes, que de una u otra manera también quedan salpicado de este mar agitado de palabras y frases que a ratos violentan al ser humano.

 

Dirección: Alfredo Castro Teatro – La Memoria | Dramaturgia: Pascal Rambert | Basada en traducción de: Coto Adanez | Asistente de dirección: Víctor Valenzuela | Elenco: Daniela Lhorente y Francisco Melo | Diseño lumínico y escenografía digital: Delight Lab | Música: Miguel Miranda | Productora: Maritza Estrada | Coproducción: Fundación Teatro a Mil, Teatro La Memoria.

Santiago, 8 de Enero 2022

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La política chilena, en la Casa Grande

Dom Ene 9 , 2022
Por Omar Cid*  “Era don Leonidas uno de los curiosos tipos característicos de nuestra tierra chilena y de las viejas tradiciones que los han criado, mezcla de energía  y de astucia, de espíritu aventurero y disimulado, sin cultura intelectual”. (Luis Orrego Luco, Casa Grande, Pág.39)      Son tiempos de transformaciones. La experiencia de estar al interior del proceso, dificulta la capacidad de análisis. Por tanto, las claves de lectura cumplen la función de un faro, en medio del temporal. Hace 50 años, usar la imagen de una tormenta implicaba el augurio de un desastre. En el contexto de la catástrofe climática, cuya expresión más evidente es la sequía que, cruza nuestra “larga y angosta faja de tierra” donde miles de chilenas y chilenos esperan un camión aljibe con agua potable, la lluvia es una fuente de alegría, algo así como la canción de Juan Luís Guerra “ojalá que llueva café”. Leer y traducir los signos de los tiempos, se ha vuelto una labor cada vez más espinosa de ejecutar, para los discursos disciplinarios y sus aparatos burócratas y tecnocráticos. Era relativamente cómodo hacerlo, cuando se trataba de la “gobernanza” digitada desde Casa Piedra -o en algunas de las dependencias, de Sanhattan. Sin embargo, la política, de un tiempo a esta parte, experimenta un proceso de liberación de la cárcel procedimental, cuya llave maestra, se ocultaba en el templo erigido a los dioses: “crecimiento”, “ganancia” y “privatización”. Liberada de su condición de esclava, por la propia ciudadanía hastiada de asistir a procesiones  electorales, cuyo único objetivo era ratificar su condición de materia dispuesta al sacrificio. Esa “gente”, la destinada a la democracia del consumo, la que no habla de corrido y compra libros en la feria. Esa,  decide impugnar, negar, romper lo establecido. Para ello, era necesario transformarse en pueblo, ya no en simples consumidores, ni feligresía a la espera de ser convocada al templo. Por esa sensación de abuso insoportable,  resuelve liberar el fuego de La Política en pleno. Ese espíritu, es el que representa el proceso de rebelión, donde el plebiscito y los resultados de La Convención electa, pueden asimilarse como parte de una historia común. La ola de transformaciones, trajo consigo reflujos, contradicciones propias del proceso en curso, donde las fuerzas de cambio, tienden a rozar y chocar con los ímpetus conservadores. Así, se pueden entender, los resultados de la elección parlamentaria y de la primera vuelta presidencial que, volvió a instalar el fantasma de un pasado dictatorial. En buenas cuentas, la derecha chilena y su astucia atávica, es un factor necesario a tener muy presente, en particular para un gobierno tan cargado de esperanzas como el de Gabriel Boric. El horror de la élite conservadora entonces, no es casual, su incapacidad de reacción fuera de los aires restauradores en el mejor de los casos, autoritarios y genocidas, en otros, deja al desnudo su imposibilidad de entender el mundo que les toca vivir. En ese escenario, opera la rabia, la venganza, amparada en discursos maniqueos al estilo de: […]

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