A los habitantes de la calle o los sin techo se les ha definido internacionalmente como “toda persona que se halle pernoctando en lugares públicos o privados sin contar con infraestructura tal que pueda ser caracterizada como vivienda, aunque la misma sea precaria…”
Ahora que comenzamos a vivir los extremos fríos pre invernales, vemos con espanto la enorme cantidad de gente sin techo que habita nuestras calles congeladas, con techos humeantes de chimeneas que calefaccionan hogares sencillos y de los otros.
Se calcula que son más de cien millones que viven en tales condiciones en todo el mundo, diez mil en el país, mil en nuestra Región. Pero las estadísticas son difíciles de hacer en este segmento social, puesto que se trata de un sector flotante, muy variable y con relación directa a las edades de los protagonistas, a sus propios hábitos y a condiciones sociales y laborales.
En nuestra ciudad, nada más entrar el otoño, comienzan a llenarse los recintos que se habilitan para ayudar a solucionar el problema inmediato de esta gente.
¿A qué se debe este fenómeno?. Creo firmemente que es un defecto de nuestro sistema social. La soledad y el olvido son elementos que surgen en nuestra sociedad cuando desarrollamos formas de vida individualistas, competitivas al máximo, con un desaforado consumismo azotando nuestros hábitos y costumbres. Soledad y olvido producto de las desigualdades que se van desarrollando silenciosamente. Abismos diferenciales entre pobres y ricos. Mundos diferentes en un mismo espacio geográfico.
El Padre Hurtado habló de inclusión, de derechos humanos, de justicia social. Y su prédica envolviendo principios, se mantiene vigente. Muchos lo entienden como pruebas de generosidad y benevolencia, pero las obras de caridad no son la solución. Podrán ayudar a paliar los efectos, pero con eso no se logra reparar la injusticia de las desigualdades.
Soy un convencido que la solución pasa por el cambio de nuestra sociedad, con valores nuevos, más amplios, con generosidad profunda, con solidaridad consecuente, con igualdad de oportunidades, con una educación de calidad, con posibilidades de formación y de trabajo estable. En definitiva, la solución pasa por alcanzar condiciones de vida con dignidad.
¿Qué sacamos con dotarnos de más lugares de acogida si el origen del problema sigue presente? ¿Qué ganamos con los gestos benevolentes, si la indignidad de las condiciones se mantiene?
Los habitantes de la calle siguen ahí y tras ellos se sigue ocultando la enorme pobreza que todavía nos invade. Pobreza escondida bajo las alfombras de la indignidad, de la explotación feroz, de la insolidaridad que nos conmueve sólo a algunos.
Que el frío que nos afecta hoy, no congele situaciones tan dramáticas e injustas. Que nuestras autoridades hagan esfuerzos por recuperar sociedades. Y si no es así, que nuestro pueblo sea capaz de demandarlo.
Por Miguel Ángel San Martín
Diario Crónica Chillán, 17 de mayo 2013
Santiago de Chile, 18 de mayo 2013
Crónica Digital