Los anuncios, en el marco de la llamada ‘hoja de ruta’ que hizo la Presidenta la semana pasada, han terminado por evidenciar (o desenmascarar) el camino asumido por el Gobierno y la coalición que lo sustenta. Si bien se ha dicho que se trata de una priorización y un reordenamiento de cronogramas, adjetivándolo como un ‘realismo sin renuncia’, lo cierto es que estamos en presencia de una operación económico-política, que logra situar el rumbo justamente en la línea del modelo que el pueblo mandó a corregir.
Hace un par de años, los más voluntariosos apostaban a que esta especie de refundación entre quienes gobernaron en cuatro períodos, más otros partidos y movimientos señalados más hacia la izquierda, era la gran oportunidad para realizar los cambios que nunca hubo voluntad de materializar. Nueva Mayoría le llamaron, y algunos incluso sentenciaron la muerte de la Concertación. En ese escenario, no pocos manifestamos que había al menos ingenuidad en eso, advirtiendo que al no poco andar de la nueva coalición, e incluso luego de haber ganado el Gobierno y la gran mayoría del Parlamento, ya se manifestaban señales que evidenciaban que la Concertación seguía operando en las sombras del poder.
La muestra más patente de lo anterior, fue cuando se cocinó, a vista y paciencia de todo el conglomerado oficialista, la reforma tributaria, que tramó justamente lo que hoy se lamenta y se excusa. Era insólito contemplar, aunque no sorprendente, que teniendo las mayorías suficientes para aprobar reformas, se transaban sin demora con la derecha y el empresariado.
Por algo es que el movimiento estudiantil retoma la fuerza que tuvo hace poco tiempo. Por algo es que los profesores han sostenido una movilización sólida y duradera. Y por algo también los cambios de gabinete y de estrategias no han provocado ningún cambio en el fondo de las reformas. Reformas, que como hemos señalado, no transforman el sentido de sociedad que hoy impera, pero que para muchos que confiaron significaba un avance y una esperanza cierta.
Lo más grave de todo esto, es que sin demoras ni vergüenza, se adscribe a un principio que está en las antípodas de cualquier atisbo de progresismo. Se pone al país y a sus ciudadanos a girar en torno a los indicadores de la economía, vulnerando y renunciando al principio central de la gestión de un gobierno con un mínimo de opción social, donde la economía debe estar siempre al servicio del hombre. Y peor aún, se utiliza la contingencia económica para acometer contra la esperanza de muchos que volvieron a creer e ilusamente votaron en la última elección presidencial.
Me pregunto si la ciudadanía logrará percibir que en esta jugada de la clase dirigente, no habrá presencia de una suerte de corrupción de la confianza. De un ejercicio de la representación soberana ideológicamente falsa. Ante el descubrimiento de prácticas delincuenciales como el hecho de pasar una boleta para desviar fondos empresariales a una campaña electoral, hemos visto la presurosa condena del Gobierno y los partidos. Pero, ¿no será parecido, del punto de vista de la confianza pública, que a medio camino un gobierno mayoritariamente respaldado en su origen, altere la prioridad programática supeditando las reformas prometidas al mentado crecimiento?. Seguramente ambas cosas revisten la misma gravedad, pero sin duda que la segunda tiene alcances perversos en las prácticas democráticas, que van mermando los cimientos mismos del ejercicio ciudadano.
Esta arremetida va justamente en la dirección de mantener el estado de situación, de amigarse con el mercado. Siempre se supo. Y así lo han expresado pública y serenamente emblemáticos dirigentes del oficialismo. Solo se esperó el mejor (o peor) momento. Ha habido situaciones más graves que ésta, en el país y en el exterior, y no se ha claudicado como se hace hoy.
Ha habido países, donde sufriendo estructurales problemas económicos, padeciendo el boicot de los poderosos, aún así nunca renunciaron a la educación y la salud gratuita, de calidad y garantizada. Pero esos ejemplos, al parecer, no son dignos de un aspirante al desarrollo.
Parafrasear a García Márquez en el título de la columna no es antojadizo en este tiempo. El realismo nos sitúa en diferentes caminos. Unos están en la ubicuidad, otros estamos en las convicciones. La perspectiva de la construcción colectiva está vigente, aunque no seamos capaces de sumar en la confianza horizontal. Es la hora de los movimientos ciudadanos y del poder social. Se hace urgente la alternativa amplia y popular, aunque nos cueste unos puntos del PIB….
Por Fernando Rgo. Soto P. bajolacruzdelsur2007@gmail.com
Administrador Público y Gestor Cultural
Santiago de Chile, 15 de julio 2015
Crónica Digital
Felicitaciones por tu reflexión de la vida social, política,económica cotidiana, la falta de confianza es que, no nos deja crecer, y el individualismo nos hace egoísta,
Estamos perdiendo la visión social, que teníamos aquellos que fuimos educados en el sistema público, donde estudiábamos hijos de obreros, abogados , políticos y otros, todos aprendíamos de todos y lo principal que eramos solidarios.
Hoy luchamos por defender una educación publica y de calidad, la cual llamamos, pero hoy que estaba esa transformación estructural de base y con todos los estamentos , ya se fue a pique, Ahora solo veo que se apagan incendios.Lamentable pero tengo la fe y la convicción de que debe venir ese cambio de sociedad a la cual aspiramos.