Esta es una carta dirigida a ustedes, fanáticos de los llamados ‘equipos chicos’. Ustedes, quienes sintieron la necesidad de abanderarse en este deporte tan hermoso, no tomaron una decisión fácil. Ser hincha de un elenco ‘minúsculo’ en comparación a los ‘grandes’, trae todo tipo de limitaciones: se convive muchas veces con la amargura y la desazón, hay que mamarse esa pena contenida cuando esperaron toda la semana para que su club juegue y caiga otra vez, deben darse cuenta que dar vuelta la página no es tan fácil y están obligados a sufrir cuantas veces sea necesario.
Cuando les preguntan por qué escogieron enamorarse del equipo que les sobresalta el corazón cada fin de semana, siempre está ese mensaje escondido acusando locura o una nimia obsesión. Y precisamente es eso, una enfermedad mucho más grande que ponerse del lado poderoso y ganador. Al principio de temporada, jamás se imaginan de una forma tan concreta la posibilidad de disputar un cupo a un campeonato internacional, ascender de división o simplemente ganar un título. Es un lujo que la vida no les ha permitido darles.
Si su pasión recae en un club ‘de provincia’, probablemente hay una conexión de un sentido de pertenencia con la ciudad, una rebeldía contra un centralismo exacerbado, basado en la audiencia y el marketing. Independiente de cómo se volvieron hinchas, parecieran existir más elementos remitentes al arrepentimiento que a la perseverancia. Y ejemplos de proezas son pocos. Tan pocos que sienten una empatía con ese ‘par’, pero a la vez una profunda envidia y la ilusión de poder alcanzar una hazaña así algún día.
Ganarle a un equipo ‘grande’ marca la temporada. Son triunfos contados con los dedos de las manos, son alegrías que duran semanas y son recuerdos imborrables para toda la vida. Y ese sabor es dado no sólo por la humildad o por las limitantes propias, sino por la arrogancia y el desprecio ajeno. Siempre han sido mirados en menos, avasallados en la previa, analizados como un rival de turno. Si hay información de lo ocurrido con el club el fin de semana, da la impresión que es por cumplir o por algún efecto en la campaña de los ‘grandes’, de los comunicacionalmente importantes.
Les da rabia saber la poca cantidad de recursos económicos para aspirar a algo mejor, les enoja los errores arbitrales que pasan colados sólo por ser elencos ‘menores’, como si por ese aspecto no hubiese dignidad, no hubiese seres humanos detrás, como si no existiera la pasión y el sentimiento. A ustedes, quienes les cuesta mucho más juntar el dinero para viajar y acompañar a los representantes de su escudo, les agradezco.
Cuando los visitan rivales con más jerarquía -histórica, monetaria y política-, a los dirigentes no se les esboza ni un atisbo de vergüenza en el rostro por vender las entradas del 90% del estadio. Se sienten pasados a llevar, su voz termina acallándose frente a la injusta resignación. Saben de la imposibilidad de hacerle frente a los grandes cargos del fútbol nacional, están envueltos en un mundo dominado por el más fuerte y una actualizada “ley de la selva”.
A ustedes, que los tratan miserablemente por el hecho de amar el fútbol -y quererlo aún más por ser fanático de un ‘chico’-, les esperan años de refuerzos inútiles y promesas vacías. Realmente el “ustedes” es un “nosotros”. Entiendo todo lo que cuesta y lo poco que dura la felicidad. Si la victoria es efímera, la ilusión no lo es. Esa ilusión de dar la vuelta y campeonar al menos una vez, es probablemente una de las pocas cosas que nos pueden quitar, y cuando ese día llegue, ni siquiera vivir va a ser lo mismo.
El fútbol sobrepasa lo deportivo, inunda lo cultural y se casa con lo emocional. El club es tu mejor compañero, tu amor completo, tu hermano de otra madre. Siéntanse orgullosos y rómpanse la garganta gritando goles, así optan a ser escuchados de una vez por todas por los altaneros y soberbios.
Por Por Vicente Vásquez Feres
Santiago de Chile, 2 de mayo 2017
Crónica Digital