Cuando todavía no se había terminado de contar las víctimas y cuantificar los enormes daños dejado por el fuerte temporal, la mandataria anunció la víspera su primer cambio de gabinete, el más corto desde el denominado retorno a la democracia en 1990.
Aunque para algunos fue sorpresivo, sobre todo por el momento en que se produjo el anuncio, para otros era inevitable: literalmente llovió sobre lo mojado, pues en sus primeros cuatro meses en La Moneda, Bachelet no salía de un conflicto para entrar en otro.
Las masivas protestas estudiantiles, la huelga de hambre de mapuches presos, subida del precio de los combustibles y por derivación del transporte, incremento de la delincuencia, crisis con Argentina por el gas, fueron sólo algunos de los problemas.
A ello habría que sumar las descoordinaciones y discrepancias entre el gobierno, los congresistas y los partidos políticos de la coalición, que en más de una oportunidad obligó a la mandataria a llamar al orden y la disciplina en las filas del oficialismo.
Si bien muchos de los conflictos formaban parte del catálogo de problemas sociales acumulados por tres gobiernos anteriores, la mandataria y su gobierno tampoco mostraban mucha seguridad en cuanto a como iban para cumplir la agenda prometida durante su campaña.
Las principales definiciones, como las reformas electorales, de pensiones, de Educación, Seguridad Pública -entre otras-, las puso en manos de pomposas comisiones, nombradas al parecer sin un criterio claro en cuanto a objetivos y expectativas.
Salvo pasos alentadores, pero muy cortos, en el terreno social -aumento de las pensiones mínimas y atención médica gratuita para personas de la tercera edad- y algunos gestos en el área de derechos humanos, no ha podido anotarse muchos logros en lo que va de gobierno.
Cerca de 18 puntos había perdido ya Bachelet de respaldo popular en los dos últimos meses (de 62 por ciento en abril, cayó a 44,2 en junio), según encuestas de la consultora Adimark, en la última de la cual -dada a conocer hace justamente una semana- cayó 10,3 de un tirón.
A eso habría que agregarle las duras críticas y recriminaciones recibidas personalmente por familiares de los fallecidos – 22 según el último parte- a causa de las lluvias. Las quejas fueron por falta de previsión e insensibilidad de las autoridades y los políticos.
«Hay que esperar a que haya una tragedia para que aparezcan todos los políticos. Yo voté por usted, pero estoy defraudado de la política. Soy joven y en la próxima elección no votaré por la Concertación, se lo digo en su cara», le espetó un vecino a Bachelet.
El cambio de gabinete, anunciado al final de la tarde de ayer por el vocero Ricardo Lagos Weber, incluyó tres piezas claves: el ministro del Interior y segundo hombre del gobierno, Andrés Zaldívar; y los titulares de Educación, Martín Zilic, y Economía, Ingrid Antonijevic.
En sus puestos fueron nombrados Belisario Velasco (Interior), Yasna Provoste (Educación) y Alejandro Ferreiro (Economía), con lo que mantuvo en lo fundamental el equilibrio político dentro de la coalición gobernante y la paridad de sexo en el equipo ministerial.
Al tomar el viernes mismo juramento a los nuevos, Bachelet mencionó los logros obtenidos por los salientes durante su gestión y subrayó que, tras la instalación en el poder, el gobierno entra ahora en una nueva fase bajo la carta de navegación fijada el 21 de mayo pasado.
«Hemos culminado una primera etapa. Quiero agradecer la tarea cumplida por cada uno de ustedes. Sabíamos que era una tarea compleja y que requería de nuestros mejores esfuerzos. Trabajamos desde el primer día y hoy podemos exhibir orgullosos avances importantes» aseveró.
Subrayó que la tarea central es sacar adelante la agenda de transformaciones propuestas y «que nos permitirá tener al 2010 una democracia más participativa e inclusiva, un sistema de protección social consolidado y una nueva política de desarrollo en marcha».
Por: Angel Pino R. El autor es corresponsal de Prensa Latina en Chile.
Santiago de Chile, 16 de julio 2006
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