Es un Brasil sacado de la Utopía de Tomás Moro: habrá altos niveles de crecimiento, inclusión social, redistribución de la riqueza, reforma agraria completa, superación de la violencia endémica, revolución educativa, y por ahí siguen.
Este panorama es un puro embuste y no tiene nada que ver con el Brasil real, carente de toda ética, con un pueblo cada vez más cansado de promesas no cumplidas, rehén de una clase política atrasada e irremediablemente drogada de corrupción.
¿Cómo salir de esta situación permanente de crisis? No lo sé, pero desconfío. Lo que sí sé es la seria advertencia de nuestro economista-humanista, Celso Furtado, en su libro «Brasil: la construcción interrumpida» (1992): «El tiempo histórico se acelera y la cuenta de ese tiempo va en contra nuestra.
Se trata de saber si tenemos futuro como nación que cuenta en la construcción del devenir humano, o si prevalecerán las fuerzas que se empeñan en interrumpir nuestro proceso histórico de formación de un Estado-nación».
Desde el momento en que la economía colonizó la política y la sometió a su lógica de acumulación a cualquier costo social y ambiental, creando una profunda discrepancia entre la racionalidad de los mercados y el interés social, se interrumpió la construcción de un país con futuro para su pueblo. Dentro del cuadro actual de la política y de la forma como está organizado el Estado, dando centralidad al Banco Central y a las agencias reguladoras que tienen permanentemente maniatadas las manos del ejecutivo, no hay salida para Brasil. Quien tiene el poder real es el sistema financiero y sus órganos de actuación.
El discurso del presidente es un discurso vacío. Lo que verdaderamente cuenta y todos esperan atentos, son las decisiones del Banco Central y del COPOM. Pasa lo mismo en Estados Unidos. Bush puede decir todas las tonterías que dice, generalmente, en un inglés muy malo, y no cuenta mucho.
Pero cuando habla el presidente del FED la nación y el mundo se paran: él es quien decide los destinos de la economía, las tasas de interés, el aumento o disminución de la deuda externa de todos los países.
Si eso es verdad, no deberíamos elegir un presidente, sino un presidente del Banco Central. ¿No es él quien realmente decide? O, si no, obligar al candidato a la presidencia a decir, durante su campaña, quién va a ocupar el cargo de presidente del Banco Central. Así el voto popular contaría y sabríamos, más o menos, los rumbos del país.
¿Qué nos falta para salir de la crisis? Celso Furtado nos da una sugerencia en el libro antes citado: «nos falta la experiencia de pruebas cruciales como las que conocieron otros pueblos cuya supervivencia llegó a estar amenazada». ¿Cuál sería nuestra prueba crucial? Tomemos el ejemplo de nuestro país vecino, Argentina.
Su Presidente Kirchner no dijo al sistema financiero mundial y al Presidente Bush: «no voy a pagar la deuda» (eso sería negar el sistema en su esencia lo que lo situaría en contra del mundo), sino que inteligentemente dijo: «Voy a pagar la deuda, pero por cada dólar, pago sólo diez centavos». Y se mantuvo en su palabra. Y todos, aunque a regañadientes, tuvieron que aceptar. Él se enfrentó a la prueba crucial y la pasó. Hoy Argentina crece tres veces más que Brasil.
¿Por qué nuestro futuro presidente no afronta esa misma prueba crucial frente a los rentistas nacionales? Liberaría fondos para un crecimiento real del pueblo. Esa sería la verdadera política que colocaría la economía al servicio del bien común.
Por: Leonardo Boff (Koinonía)
Santiago de Chile, 27 de septiembre 2006
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