CONFLICTOS MATRIMONIALES ¿SEGUIMOS O PARAMOS?

Dejar que reposen las emociones negativas, los exabruptos, los malos momentos. Tomar una determinación bajo un estado de molestia es peligrosamente desbastador.

Esta es una alerta para aquellas parejas que se aman, se siguen gustando, aunque se han dejado vencer por la rutina del día al día, la propia confianza que estropea a veces el interés por lo distinto o por experimentar, cuestiones que van amoldando a los matrimonios, a no subir la parada en asuntos comunes de pareja, sino a bajarla lentamente, como sin darse cuenta, hasta que un día uno de ellos reacciona, mira al otro y le dice: ¿Y qué es lo que nos está pasando? Estas parejas pueden vivificar su romance, están a tiempo.

Algo diferente pasa cuando en los dos, o uno de los miembros, el amor se pierde por hechos concretos –violencia, reacciones egoístas, etc—o simplemente se desvanece, como le ocurre a Elisa, cuyo matrimonio de 12 años, se ha enfriado como el hielo.

SIN SABER POR QUÉ

Hace algún tiempo, Elisa me escribe una extensa carta donde da detalles de su matrimonio. Ella misma no se explica como acabó en ese punto. Reconoce que nunca hubiera querido que algo así le sucediera. Pero los buenos propósitos por sí solos no son garantía de nada. Sin duda, para cualquier persona esto termina siendo una frustración.

Habla largamente Elisa de lo que han creado juntos ella y su esposo: dos hijos a los que adora, una casa bonita, recién reparada y decorada, una vida estable en lo económico. Se refiere a su compañero como un buen hombre, buen padre y trabajador. Al final de su carta, relata con amargura que se siente atrapada en un matrimonio sin amor.

A Elisa le causa gran dolor su realidad matrimonial. Piensa insistentemente al punto dramático que ha llegado, sin desearlo.

En casos así, sería mucho más práctico no dejarse abatir por el derrotismo ni por actitudes paralizantes; más bien es necesario hacer todo lo contrario: llenarse de coraje y actuar de manera positiva para revertir lo que está ocurriendo.

Todas las parejas afrontan dificultades y desencuentros, y este hecho no necesariamente significa que no se amen. Quedarse de brazos cruzados sí es la peor variante.

La infelicidad matrimonial es uno de los principales causantes de depresión, bajo rendimiento laboral y el fracaso en muchas actividades que se emprenden. La vida se empieza a ver bajo el lamento, se pierden bríos, energías, se cae en el negativismo, se aprecia el porvenir no como para echárselo en el bolsillo, sino árido, difícil y ensombrecido.

Sin embargo, el hecho de que haya problemas en el matrimonio no quiere decir que la situación ya no tenga remedio. Es importante afincarse a la idea de que se ha construido un nido, que va más allá de lo material, es decir, involucra a los hijos, familiares y amistades comunes; tristezas y alegrías compartidas, así como a momentos de satisfacciones y empeños.

Si se tiene esa visión realista del matrimonio –y no solo como un lugar idílico de besos y amores eternos—se podrán ver sus dificultades con una mejor perspectiva y claridad, y esforzarse por solucionarlas.

Las telenovelas han tendido una trampa a muchas mujeres. Quienes tienen esa visión rosada del matrimonio tienden a creer que la unión no se inmuta con los años en lo pasional. A veces sucede. Pero en muchas ocasiones, esos grandes ardores iniciales sufren como un proceso de mutación hacia otras maneras más sosegadas y serenas que tienen, como bueno y seguro, un vínculo mayor en lo emocional.

Por ese entramado que se teje en un matrimonio de muchos años, numerosas personas son del criterio que no obstante haya desaparecido la pasión en uno de los cónyuges, la unión puede salvarse. Es más, el amor puede restablecerse porque es un mito que no hay vuelta atrás sentimental. La vieja frase de “Donde hubo amor, cenizas quedan” demuestra que es posible recomenzar, siempre y cuando no haya una relación conflictiva o heridas profundas que hayan lastimado tanto que hicieron desaparecer todo vestigio amoroso.

Hasta dos personas con graves problemas maritales pueden mejorar su relación si los dos desean lograrlo y buscan ayuda especializada. Todo es posible siempre y cuando lo intentemos con sinceridad.

El quid del asunto estaría en responderse, a sí misma con honestidad: ¿Cuánto deseo tener una buena relación?”. ¿Estoy dispuesta a esforzarme por mejorar mi matrimonio? Resulta sorprendente lo que se puede lograr cuando ambos miembros de la pareja trabajan para revitalizar la unión.

A VECES LO ODIO, A VECES LO QUIERO…

Cuando se entra en contradicciones sentimentales, las cosas se complican. No tenemos claro un objetivo y esto hace que perdamos el rumbo con mucha frecuencia. Es la situación de Adelina Yolanda, una mujer al borde del ataque de nervios:

Sé de personas que piden consejos tratando que les digan lo que ellas quieren oír. Yo no busco eso, ni siquiera sé bien lo que quiero.

Vivo hace un año en casa de mi novio (38 años). Yo lo quiero mucho y creo que él a mí también, pero no imagina cuánto me duele que no me tenga en cuenta, que no converse conmigo, no me hable de su trabajo, de sus preocupaciones; que se moleste cuando le pregunto, él no dice nada pero es evidente que no le gusta.

A veces pienso que soy un objeto decorativo, una muñequita, y cuando trato de decirle que eso me hace sentir mal, simplemente me dice que está cansado, que dejemos el asunto para otro momento. Yo, por supuesto, no soy perfecta pero trato de ser afable con él. Sin embargo no sé qué otra cosa puedo hacer para que mejore esta situación. A veces tengo momentos sin fuerzas para seguir adelante. A veces lo odio, a veces lo quiero… Días que creo es maravilloso, días que creo es un pedante, rufián, medio demonio, medio ángel, orgulloso y soberbio.

Creo que estoy enloqueciendo, no puedo vivir con tantas emociones encontradas y tantos sentimientos opuestos.

Adelina Yolanda busca un compañero comprensivo, que exteriorice sus sentimientos y comparta con ella vienes y vaivenes de su vida toda.

Se siente una muñequita, un adorno, una porcelana. Ya las mujeres no quieren eso. Y por esta y otras razones crecen los conflictos y tensiones al interior de la pareja, pero no es malo que así suceda cuando andamos interesadas en defender nuestra valía, intereses y el lugar que merecemos.

Antes, cuando las mujeres eran un cero a la izquierda, los hombres imponían las pautas en la relación. El como, el donde y de qué manera se organizaría la vida familiar. Hasta el formato de hacer el amor. Y una no podía ni chistar. Si dabas con un buen compañero, comprensivo, cariñoso e interesado por tu placer, te salvabas, sino… una vida entera sin conocer la emoción del erotismo compartido. Las mujeres de entonces ¿qué hacían? Acostumbrarse, amoldarse, silenciarse, no pensar ni pensarse.

¿Por qué hoy se escuchan tantas quejas femeninas? Existen muchas razones que harían largo el comentario, por ello solo voy a puntualizar que la instrucción y la cultura transforman a las mujeres, quienes –como personas— buscan su espacio y un trato semejante. Esto hace que sus exigencias y expectativas de pareja sean altas. No se conforman ni aceptan un compañero que no cumpla ciertos requisitos. Y precisamente, ese es en muchos casos el principio de los dilemas.

¿Qué hacer? ¿Renunciar a todo lo alcanzado? Eso ya no es posible. Ni creo que ninguna de nosotras lo aceptaría. Parece ser que nuestra riqueza para triunfar en la relación de pareja tiene que estar sustentada en una gran cuota de mediación y aceptación.

¿NI UN SÍ, NI UN NO?

Tanto hombres como mujeres no estamos muy acostumbrados a admitir y respetar lo diferente. Hombres y mujeres intentamos que las cosas funcionen de acuerdo a nuestro código personal, a “mi modo particular porque es lo adecuado.”

En un matrimonio donde fluye la democracia y la igualdad, entre marido y mujer siempre existirán discusiones, puntos de vista diversos e incluso contrarios, sin embargo, el interés supremo de ambos debe encaminarse hacia la aprobación mutua, encontrar puntos de reconciliación, acuerdos, y respetar esos espacios.

Está llegando a su fin la época en que “entre mi marido y yo no hay un sí ni un no.” Frase muy extendida para significar la ausencia de tensiones maritales, basado en un acuerdo tácito donde en realidad lo que sucedía era que una callaba y el otro mandaba.

No eran relaciones de paridad, aunque nosotras mismas nos vanagloriáramos de esa ausencia de discusión, y habláramos con orgullo de ello. Así que discrepar en un marco de amor y comprensión, es sano, al igual que discutir, sacar la ira del pecho, cuidando por supuesto de las ofensas y la violencia. Tanto para unas como para otros, ayuda mucho a resolver desarmonías y no se amontonan los malestares. El matrimonio como que se higieniza de malos momentos.

PELEAS QUE RECONCILIAN

No son pocas las parejas que creen estar en crisis porque discuten mucho. Si no llegan a herirse o faltarse el respeto, la discusión de por sí, no daña la relación, al contrario, puede beneficiarla mucho.

Lamentablemente muchas parejas no saben discutir, su desavencia se convierte en gritos, malas palabras, ofensas, frases irónicas o humillaciones en el afán de imponer a toda costa un criterio. Incluso en algunas ocasiones se llega al golpe, los empujones y agresiones físicas.

Es siempre mejor reñir que andar aparentemente de acuerdo, tragarse las opiniones, llenar el “saquito de los rencores” que un buen día se rompe y sale a relucir cualquier cantidad de asuntos pendientes. Cuando marido y mujer están apáticos, no se interesan por encontrar puentes de unión y comunicación, entonces sí la cosa anda por muy mal camino. Las discusiones revelan un interés mutuo, lo mismo de convencer a la otra parte que dejar que te convenzan. Pero la manera de hacerlo es fundamental para la salud espiritual de la pareja.

Estar molesta, necesitada de hablar, y que la persona a quien amas, te de la razón –si la tienes, por supuesto—o te aclare la preocupación y sea cariñosa, comprensiva, resulta para cualquier mujer muy reconfortante, especialmente cuando esto de los “perdones” no se usa como treta, sino como una vía legítima de reconciliación.

Así que, insistimos, no hay que cogerle miedo a las disputas, si no llevan insultos, humillaciones ni violencia, y sirven de válvula para encontrar una solución o un acuerdo; estas peleas favorecen la salud de la unión. Asimismo, siempre está el poder mágico de la reconciliación.

REÑIR EN NEGATIVO

Las discusiones resultan muy dañinas si uno de los dos o los dos, comienzan a ofender, a lastimar el orgullo de su pareja, hacerle criticas negativas; se involucran a otras personas o se chantajean psicológicamente.

Cuando uno de los miembros de la pareja quiere imponer a toda costa su punto de vista, y es capaz de utilizar cualquier estratagema para lograrlo, pone al otro en gran desventaja y esto no es legal.

Por otra parte, la discusión no tiene ningún sentido si uno le exige al otro algo que no está dispuesto a dar; si se quiere imponer o dominar; si reacciona diciendo NO a todo, o por el contrario, dice que SÍ siempre para no discutir. Hay que aprender a identificar las señales de peligro, y una de ellas es cuando terminan con un largo silencio, se actúa con indiferencia ante lo que el otro dijo o acaba con su paciencia.

Según la psicóloga Irene Alonso, para decidir qué hacer con una relación en crisis hay que dejar de ver en el otro lo que queremos ver, y observar si su forma de mostrarse tal cual es, nos hace feliz, es decir, ver la realidad en lugar de las fantasías.

Existe una manera muy sencilla de valorar objetivamente a nuestra pareja y es hacer una lista de costo y beneficio. En la columna de costo, colocamos todo lo que no nos gusta de nuestro compañero, y en la de beneficio, lo que nos agrada. El tamaño de cada una de las columnas puede responder muchas interrogantes.

Muchos desencuentros y rupturas se pueden evitar poniendo atención y dedicando tiempo a nuestra pareja, especialmente buscar siempre la manera que fluya diáfano el intercambio, tanto verbal como afectivo. Cuando la comunicación forma parte del código de la pareja, y gracias a ella se comprenden, respetan; no se agreden ni se lanzan dobles mensajes contradictorios, pueden escucharse con sinceridad, es obvio que esto favorece una mejor relación y un mejor desempeño sexual de ambos. El amor matrimonial no debe caer en estancamientos o rutinas. Este siempre es el primer paso para tomar conciencia de que algo hay que hacer.

CONTESTE SINCERAMENTE…

Para quien está ante la disyuntiva de seguir o parar la relación, le recomiendo echar un vistazo a estas preguntas que formula la web Esmas.com:

¿La relación significa lo mismo para los dos? Puede ser que uno busque estabilidad y comprensión, y el otro sólo pasión y aventura.

¿Comparten intereses y objetivos? Además del amor, el común de las parejas se unen por afinidad de carácter o gustos. Si hay un fuerte vínculo en este sentido, todo no está echado a perder.

¿Estás dispuesta a hacer todo lo posible para resolver los problemas que te han hecho pensar en separarte de él?

¿Crees que si le pones fin a tu relación tendrás pocas posibilidades de establecer una nueva relación con otra persona? (Aclaro sobre esta interrogante que mucho se hacen las mujeres, que en su esencia no es más que un prejuicio y no debe pesar dentro de la toma de decisiones.

Recordemos que el país de “nunca jamás” no existe, solo en nuestra fantasía.)
¿El deterioro de tu relación se debe más a pequeños detalles en la convivencia que a razones de peso como la falta de amor o de pasión?

¿Los beneficios que obtienes si sigues con él, son mayores que las cosas negativas?

SI HALLAS ALGÚN PARECIDO…

Ante el amor casi todo el mundo se conmueve. Resulta tan palpable que cualquier observador sin grandes destrezas, puede darse cuenta cuando una persona está enamorada, ilusionada. Le cambia el rostro, se le iluminan los ojos, una sonrisa distinta asoma a su semblante… Es fácilmente identificable, incluso cuando por determinadas razones, la persona lo quiere ocultar. Así y todo, se le “sale el amor” y es bueno y lindo que los humanos tengamos este regalo de la vida.

No obstante esta verdad que cambia la existencia hasta de los más incautos, algunas personas se preocupan esencialmente de otras cosas, por ejemplo, de ganar dinero más que de ganar afectos. Hay mujeres que tienen manía de poseer una “casa de muñecas”, y en la medida que más se interesan por esto, más se alejan del eje que realmente proporciona felicidad, que es esencialmente:

1: realizarse como persona, en todos los sentidos posibles.

2: crear un espacio familiar de comunicación, alegría y deseos de estar juntos. (Tengo una amiga que compró un sofá blanco, y ahora nadie se puede sentar en él porque se ensucia; se rompió el encanto de sincronización familiar que había con el viejo sofá.)

3: Los bienes materiales proporcionan comodidad, pero la felicidad nunca se hallará entre las cosas, por muy útiles que resulten.

Quienes han llegado a esta conclusión y la tienen como guía, reconocen precisamente que una de las cuestiones más importantes en la vida es ocuparnos y preocuparnos por las personas que amamos; generalmente, estas acciones se revierten y, a su vez, también somos atendidas y queridas. Estas personas que cuidan mucho sus afectos, saben que el amor es el elixir de la vida.

Por Aloyma Ravelo. Periodista de la Revista Mujeres.

Santiago de Chile, 28 de marzo 2007
Crónica Digital/Revista Mujeres

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