Recuerdo que la luz entraba tenue por las ventanas del comedor del antiguo hotel de La Habana.
Los que allí almorzábamos, lo hacíamos con la cabeza gacha, todavía encorvados por el exilio que
estábamos recién asumiendo.
Mirábamos el plato, nos mirábamos nosotros…y todo sin vernos, sumidos en pensamientos de tristeza.
Pero un día entró ella, la Peggy, con dos niños colgando de sus brazos, rubitos como el sol brillante.
Y nos trajo luz.
Ella nos trajo la luz de su lección de vida reflejada en el rostro.
Con su sonrisa ancha y sincera, cautivadora y contagiante.
Como diciéndonos “Arriba ese ánimo, que el mañana es nuestro” .
Y nos envolvió con su positivismo, con su filosofía de vida y con su ingenio singular.
Nos devolvió la sonrisa y la razón de alzar la vista para buscar caminos para no olvidar y regresar.
No olvidar la Patria lejana y lo que nos hicieron.
Y regresar para seguir construyendo Patria grande.
A muchos años de aquello, hoy la recuerdo a ella con esa imagen de diosa sabia y envolvente.
Y no olvido su lección, de vida y de consecuencia.
Con un clavel en la mano y una rosa en el corazón, le musito en mi silencio…
¡Buen viaje, compañera!
Por Miguel San Martin
Santiago de Chile, 9 de julio 2015
Crónica Digital
No tengo palabras para Peggy, solo tengo mi dolor de exilio, solo puedo decirte de lo mas profundo de mi corazón. Gracias por tu consecuencia revolucionaria y tu fuerza para mantenerte siempre de pie hasta el final.
Todos los que te conocimos, en nuestro Santiago de Chile, de eso hace ya más de 40 años, no te decimos adiós, te decimos: Hasta la victoria siempre.