Piñera está muy enfermo, y de eso da cuenta su discurso al momento de ser declarado el presidenciable de los partidos de la derecha, que sea dicho de paso, también esos, al igual que Piñera, demostraron estar muy enfermos, por la corrupción.
Piñera una vez más vuelca esa rabia, esa enfermedad, de pretender ser presidente de unos y no de otros, y busca el castigo para los otros y que estos sean sacrificados en la plaza pública. El culpable: el gobierno de la Nueva Mayoría.
Así, Piñera busca sanarse, no a través de la experimentación política individual y colectiva de la vivencia y experiencia, sino más bien, destruyendo a ese chivo expiatorio que ha tocado sus intereses. El presidenciable ha sacado a la plaza pública a ese responsable para ser hecho cenizas por quienes le proclaman, y por quienes le asocian con Pinochet.
Efectivamente, esos últimos están más enfermos, porque se toman de la palabra masiva para invocar el poder asesino que podría asumir Piñera, y que mediante el acto de proclamación le exigieron en las afueras del Museo de la Quinta Normal.
El sentido del mal de Piñera radica en seguir con la porfía de dar a sus seguidores más de lo mismo, lo que es sabido, darle más de lo que no fue hecho en su anterior gobierno. En aquel relato no hay nada nuevo que contar. El enfermo trata de entregar remedios a los enfermos que le proclamaban.
Ese fracaso que ya experimentó Piñera, y los suyos, sólo viene a testimoniar la ausencia que tienen del mundo real, del mundo que experimenta el trabajo.
Piñera está enfermo, pero no experimenta dolor, su enfermedad radica en la seriedad para hacerse cargo de su mundo, y en la frivolidad cuando pone distancia entre las carencias colectivas, y sus privilegios, los que por cierto son sólo suyos.
Las palabras de Piñera en la proclamación fueron y trataron de parecerlo ¡tan moralizantes! que sólo invocaban ausencia de vida.
Piñera mostró su enfermedad y que radica en la indiferencia radical que finalmente nos hace observar a un ser humano alejado de cualquier función social que le implique el desvío o la pérdida del norte individual, norte que busca finalmente para sus propias ganancias, y para nuevamente re-apropiarse de la confianza ciudadana que una vez creyó en un corazón sano que trató de salvar el medioambiente en la comuna de La Higuera, cuando en realidad, lo que buscaba era salvar sus propios bolsillos con la minera Dominga.
Por tanto, Piñera no tiene presencia soberana, porque el pueblo no le reconoce como tal, y esa es parte de la base de su enfermedad.
Él sabe que carece de legitimidad ciudadana, porque el pueblo no se la ha entregado, porque le conoce, sólo esos pocos que cuando gritaban Piñera, y que también invocaban al dictador, le reconocen como uno de los suyos. ¡Cuidado!
Ese grupo no tiene ideas comunes, y menos visiones de futuro, sino más bien, sólo esa catástrofe inscrita en su pasado, y que pretende volver una y otra vez para clavar a la gente el sufrimiento de siempre, porque es el pueblo el que siempre empuja a lo real, porque el pueblo es el único que vive en el mundo real, en el de la solidaridad cuando el frío arrecia.
Por Sergio Reyes
Periodista
Santiago de Chile, 31 de marzo 2017
Crónica Digital