Los Niños Primero era una frase que George W. Bush repetía en el ámbito doméstico. Sin embargo no vaciló en invadir Irak en 2003 siendo los niños las primeras víctimas, las de siempre, en fin de cuentas, y causando un caos del cual la región del oriente medio no se libra hasta hoy.
Hay una demagogia perniciosa en eso de Los Niños Primero enunciado por políticos y jefes de estado en particular. En este sentido con la Convención de los Derechos del Niño se produce un contrasentido: la excesiva politización obstruye más que facilita a proteger el interés del niño.
La cifra que expone el Hogar de Cristo en Chile, de que se necesitan casi 2 millones de pesos al mes para atender óptimamente a un niño en el sistema del SENAME, bordea otro tipo de demagogia: aquella de que con el gasto adecuado supuestamente se soluciona el problema.
Esa demagogia del político y del trabajador social, se tropieza con el panorama técnico y cultural que debe enfrentar esa Convención, instrumento genial en principio, aunque con un recorrido lleno de dificultades. Nadie esperaba que fuera a ser fácil.
El nacimiento de la crisis que se destapa en el Servicio Nacional de Menores (SENAME) en Chile, proviene de la década de 1990. Tiene una arista internacional vinculada al modelo económico instaurado en la década de 1980, que propende a tensionar en forma permanente el gasto social fiscal por el mecanismo del ajuste que impacta regresivamente al gasto (o inversión) en infancia y en niñez.
En 1992, MIDEPLAN, hoy Ministerio de Desarrollo Social, informaba que el gasto público en niños hasta los 18 años, representaba el 14 % del total del gasto público; una cifra alta que no se mantuvo. Los datos duros del gasto público en este grupo etario, mientras se multiplican los programas de protección social, cada vez más son más difíciles de obtener. En todo caso no han superado el 2.5 y 3% del PIB desde décadas, lo que ubica a Chile en el cuadro medio. (BID.2016).
La crisis del SENAME y sus elementos centrales, en el fondo es una falla no corregida en las políticas sociales. Desde esta perspectiva, la falla Menor proviene del SENAME mismo y su gestión, que no es diferente a la de muchos países de escasos recursos.
En el intenso y desvirtuado debate político, la búsqueda de culpables individuales sobrepasa el diagnóstico de las causas sistémicas. Es una falla de estado advertida en un trabajo – entre otros- de UNICEF-Santiago para el SENAME de agosto 1995: Informe de conocimiento de los Centros de Tránsito y Diagnóstico Ambulatorios(CTDS) de Osorno, Valdivia, Los Ángeles, Chillán, Copiapó, La Serena y Antofagasta. (UNICEF-Santiago. 1995).
El documento señala la fragilidad conceptual en las políticas sociales producto de la constante presión del sector económico para limitar el gasto en infancia. En la revisión, se constató: Primero, en Chile había un déficit conceptual y práctico para alcanzar en tiempo prudente una política pública integral enfocada en la infancia. Segundo, el aspecto ético. En la cultura administrativa, existía una brecha considerable en materias éticas entre política económica y política social. “El aspecto ético distaba mucho de ser compartido por estas dos instancias”, dice el informe.
La crisis del SENAME en Chile es la punta del Iceberg de un problema más global. El problema reside en UNICEF y su crisis existencial con los países de ingreso medio como Chile, que generan expectativas de país desarrollado y que aún no resuelven problemas elementales del subdesarrollo y del sustrato cultural que conlleva. Hay una falla en el UNICEF global que por la urgencia, no es proclive a indagar más profundamente desde la perspectiva del niño, el determinante cultural que afecta el desarrollo.
Las naciones en una era de inseguridad no aceptan que se les inmiscuyan en sus intersticios más privados, como son sus actitudes y prácticas, menos en detectar el conocimiento de la población. Las agencias internacionales recogen el guante y hacen oídos sordos a problemas palpables que hoy explotan como la crisis del SENAME.
Desde su diseño a mediados de la década de los años 80, en medio de la implantación de ajuste económico que desbanda el estado de bienestar, la Convención fue pensada como el instrumento que mejor podía representar el supremo interés del niño en políticas públicas. El supuesto del UNICEF que lideró el proceso, consistía en que a partir de introducir una cultura de derechos, los niños y las niñas tendrían esa centralidad que no tuvieron.
Exceso de expectativas en los procesos legislativos y culturales de los países más vulnerables, y diagnósticos equivocados respecto al desarrollo social, obligaron a que gradualmente el UNICEF, por la merma significativa en la recaudación de recursos, se concentrara en las áreas más cualitativas de protección social desde un enfoque de derechos del niño.
Con el tiempo, la estrategia no tendría efectos multiplicadores que resultaran en un impacto significativo en la cultura de políticas sociales de los países. Los informes anuales del UNICEF global desde 1995, cada vez más apuntaban a redefinir el carácter de la asistencia del organismo por las dificultades en tener datos precisos sobre el gasto social público en infancia y adolescencia en los países.
Se revelaban divergencias conceptuales para abordar la protección social desde el enfoque de derechos del niño por la mecanización de su uso en un contexto de países y sus regiones con alta disparidad cultural y económica. El propio concepto de protección social al niño y al adolescente, es un armado conceptual fragmentado para insertar el enfoque de derechos. En la práctica impedía revelar con fluidez la existencia de áreas invisibles que afectan al niño.
El tema actual de la crisis del SENAME es una falla en el desarrollo de la política social en Chile. En 1992, con el apoyo de UNICEF, el gobierno de Chile gestó un Plan Nacional de Acción en Favor de los Niños, que se lanzó nacionalmente en abril de 1993. La actual crisis, entre otras causas más directas, también proviene de las insuficiencias para implementar ese plan consagrado como política de estado.
Considerando este auspicioso inicio, el UNICEF también contribuyó a su gradual discontinuidad y finalmente desmantelamiento. Prevaleció escepticismo y ambigüedad respecto a las reales capacidades del estado chileno de llevarlo adelante.
Los cuestionamientos del papel de UNICEF y su asistencia a un estado que evolucionaba hacia un país de ingreso medio, contribuyeron para que la asistencia de UNICEF en Chile se redujera al enfoque de derechos, estrategia que como vemos por los resultados en el SENAME, resultó equivocada.
UNICEF abandonó al SENAME a la suerte de sus propios devaneos y el proceso de descomposición. Hizo el diagnóstico equivocado al desnaturalizar la relevancia conceptual del SENAME como un verdadero foco o depositario, de las virtudes y las fallas de las políticas sociales que intentan poner a la infancia en su centro.
(*)Oficial de Planificación del UNICEF-Chile, 1993-1998.
Por Francisco Coloane
Santiago de Chile, 20 de julio 2017
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