Las dos almas de la izquierda



Luis Cifuentes Seves

Antes de hablar de las “almas de la izquierda”, convendría señalar qué entiendo por izquierda, y afortunadamente me he referido a este tema en detalle:

https://www.cronicadigital.cl/2020/07/28/la-izquierda-reflexiones-en-torno-al-articulo-de-jorge-arrate/

La definición más tradicional sostiene que es de izquierda quien cuestiona el dominio, abusos y corrupción de las ínfimas minorías que, históricamente y a nivel mundial, concentraron el poder económico, militar y comunicacional, impidiendo la participación de las grandes mayorías en los procesos de toma de decisiones trascendentes a nivel global, nacional, regional y local.

El contexto en que opera hoy la izquierda se caracteriza por un proceso de globalización dominado por los mega consorcios en alianza con las oligarquías locales, todo lo cual conduce a la desaparición del poder de los estados nacionales (ej. TTP11), al debilitamiento de las instituciones y al desvanecimiento de las certezas culturales del pasado (posmodernidad, Lyotard; modernidad líquida, Bauman).

En estas circunstancias se ha dicho que, si ayer «ser de izquierda» era cuestionar el dominio de los poderosos, hoy, en un mundo en que las certezas se derrumban, «ser de izquierda» significa cuestionarlo todo, incluidas las propias convicciones, las propias obsesiones, los propios tribalismos.

A lo largo del tiempo, la izquierda a nivel mundial se ha expresado en partidos, movimientos y asociaciones de diverso tipo y estimo que uno de sus más importantes puntos en común ha sido el carácter nacional e internacional de sus anclajes y objetivos, lo que podemos llamar sus dos “almas”.

Me permito proponer que la primera alma se sustenta sobre la historia y cultura nacionales, con todas sus peculiaridades (factuales o mitológicas), incluidas las arquetípicas, geográficas y étnicas. La segunda alma proviene de la creencia/convicción de que las metas esenciales de la izquierda son compartidas por otros pueblos en toda la extensión del planeta.

En el caso de Chile, el alma nacional de la izquierda, en particular de su partido más antiguo, el PC, surgió de la tradición personificada por Luis Emilio Recabarren y sus compañeros de lucha. En un artículo reciente (Ramis, 2022), esta ha sido caracterizada como la creación de:

“Un mundo asociativo, ‘paralelo’, autónomo, construido por los obreros y para los obreros: periódicos, clubes deportivos, asociaciones culturales y artísticas, escuelas, cajas de montepío y de asistencia sanitaria, las primeras mutuales de seguridad, colonias de veraneo, y más adelante radios, revistas, asociaciones de fomento productivo, artesanal, etc. Un entramado social que acompañaba desde la cuna hasta la tumba, basado en la autogestión (…)”.

La segunda alma ha encontrado expresión orgánica en las agrupaciones conocidas como “Internacionales”, desde la primera (Marx, Engels, Bakunin, 1864), la segunda (Bernstein, Kautsky, Hilferding, 1889), la tercera (Lenin, Stalin, Bujarin, 1919) hasta la cuarta (Trotski, 1938). Me he referido a estos temas en varios artículos en torno a Lenin, Trotski, Bujarin y la Komintern.

Los componentes nacional e internacional no siempre han coincidido, generando conflictos de variados grados de complejidad. En el caso de los partidos de la Segunda Internacional, la primera guerra mundial (1914-18) los hizo enfrentarse a la alternativa de apoyar a sus propios gobiernos nacionales o bien propiciar su derrota, aprovechando el conflicto para impulsar cambios revolucionarios.

La mayoría de los partidos socialdemócratas apoyó a sus gobiernos, mientras que en Rusia el partido bolchevique hizo lo opuesto; la revolución de octubre de 1917 llevó al colapso del zarismo y a la creación de un nuevo estado ruso.

El carácter internacional del cambio revolucionario fue enfatizado por Trotski, con su teoría de la “revolución permanente”, que consideraba imposible la construcción del socialismo y comunismo en un solo país.

Empero, sólo el Partido Bolchevique tuvo éxito, e intentos revolucionarios en otros países fracasaron. Estas revoluciones fallidas tuvieron lugar entre 1918 y 1924, tanto en Europa como en otros continentes (Alemania 1918-19; Holanda 1918; Finlandia 1918; Bélgica 1918; Hungría 1918-20 y otras).

Ante esta insoslayable y negativa situación internacional, surgió la teoría de la construcción del socialismo en un solo país (Lenin, Stalin, Bujarin), cuya puesta en práctica continuó durante el resto de las décadas de los 20 y los 30 con la consolidación de la Unión Soviética.

En 1941 la URSS debió enfrentar la invasión de la Alemania nazi. Esta gigantesca confrontación, tras enormes sacrificios y la destrucción de la mayor parte de las ciudades y pueblos soviéticos al oeste de los Urales, culminó en victoria con la toma de Berlín encabezada por el Mariscal Zhúkov en mayo de 1945.

A pesar de que otros países también se enfrentaron a Alemania contribuyendo a su derrota (y a la de sus aliados, Italia y Japón), el aporte soviético fue fundamental. La victoria en “la gran guerra patria” y la capacidad demostrada a posteriori en la reconstrucción del inmenso territorio, pareció dar respuesta definitiva a la polémica en torno a la construcción del socialismo en un solo país. Pero el coloso soviético tenía pies de barro y sólo existió por setenta años. Si la derrota de Hitler sirvió para justificar la existencia de la URSS, hubo profundas debilidades que explican su desaparición. Me he referido en detalle a este tema en:

https://www.cronicadigital.cl/2020/09/17/por-luis-cifuentes-seves-filo-con-la-sofia/

Pero, qué duda cabe, el movimiento comunista internacional apoyó acríticamente a la URSS y después, al campo socialista surgido de la segunda guerra. La razón era simple: en un mundo bipolar, esta alianza era la única que podía hacer frente, tanto militar como cultural y mediáticamente al imperialismo norteamericano y sus aliados. No había otro árbol al que arrimarse para los partidos y movimientos que, en todo el planeta, combatían por construir sociedades más justas e igualitarias.

En la Conferencia Internacional de Partidos Comunistas y Obreros que tuvo lugar en junio de 1969 en Moscú, Luis Corvalán, jefe del Partido Comunista de Chile, lo dijo con simple y osada elocuencia: “A uno puede o no gustarle el vodka y estar o no de acuerdo con una u otra opinión de los camaradas soviéticos. Pero no se puede desconocer el hecho de que la URSS es el baluarte de los pueblos y que el papel que ella y su partido han jugado y juegan en la historia es el más decisivo de todos”.

Esta cita llamó mucho la atención entre los asistentes, pero en la versión oficial publicada por los organizadores del congreso, la frase “y estar o no de acuerdo con una u otra opinión de los camaradas soviéticos” fue suprimida. El movimiento comunista internacional debía aplaudir a la URSS, no tocarla ni con el pétalo de un copihue.

Ha transcurrido medio siglo desde entonces y en el Chile actual viene manifestándose un grupo de maravillosas lideresas jóvenes desde la Jota y el PC. Ellas han acogido las grandes luchas del siglo XXI: contra el patriarcado, contra el neoliberalismo y sus nefastas consecuencias en la educación, la salud, la vivienda, las pensiones y su permanente agresión a la dignidad de las personas. Son  lideresas que valoran la diversidad, las disidencias sexuales, la plurinacionalidad, la pluriculturalidad, las reivindicaciones de los pueblos originarios, los esfuerzos por enfrentar el cambio climático y las crisis ambientales.

Comprenden que este conjunto de luchas supera a la tradición partidaria y que en estas causas participa una gran mayoría de independientes, cuya presencia genera nuevas formas de hacer política e incorpora también a los hombres. No por casualidad en Chile estamos a las puertas de la presidencia de Gabriel Boric, que en el camino derrotó a un candidato comunista y luego a uno de raigambre germano-fascista. Frente a ello, estamos expectantes del resultado que debe salir de la Convención Constitucional, donde los independientes tienen una importante presencia.

El alma nacional de este conjunto de jóvenes lideresas comunistas proviene, sin duda, de la tradición recabarrenista, de una honrosa historia con un fuerte componente femenino. Este parte por Teresa Flores, Julieta Campusano, Gladys Marín, cuya impronta posibilitó y estimuló el surgimiento de nuevos liderazgos tales como los de Carmen Hertz, Marisol Prado, Bárbara Figueroa, Jeannette Jara, Karol Cariola, Camila Vallejo, Irací Hassler y Bárbara Sepúlveda, entre muchas otras.

Por otra parte, el alma internacional de esta corriente femenina se fundamenta en las grandes luchas del siglo XXI, mencionadas más arriba, en mucho mayor medida que en el internacionalismo proletario del siglo pasado.

Sin embargo, el partido tiene un componente más antiguo, de dirigentes formados en los años 60-70, sobrevivientes de la dictadura terrorista cívico-militar encabezada por Pinochet. En ellos perviven las viejas fidelidades, luego me resulta claro que el PC de hoy tiene una sola alma nacional, pero exhibe dos almas internacionales que conversan con dificultad.

Un caso clarísimo es el de Corea del Norte. Manteniendo un discurso marxista-leninista desde sus cúpulas, se trata de una dictadura monárquica, hereditaria, que utiliza métodos criminales contra cualquier disidencia, y que ha controlado a su pueblo por el terror, descuidando sus necesidades más básicas.

Si se instaurara en Chile un régimen de este tipo, el PC juvenil lo combatiría con las armas en la mano, sin embargo sus dirigentes más antiguos aún creen necesario enviar a los jerarcas norcoreanos mensajes congratulatorios de tanto en tanto, dándolos a conocer a la prensa chilena, que hace todo un festín anti comunista de cada una de estas ocasiones.

Tal vez algunos piensen, con cierta razón, que estos problemas serán resueltos por el tiempo, pero no debemos olvidar que “una semana es un largo tiempo en política” (Harold Wilson) y decisiones claves de la ciudadanía pueden ser afectadas por posturas indefendibles.

Me alienta el hecho de que las nuevas lideresas no tienen pelos en la lengua, tanto así que alguna de ellas declaró públicamente que una debilidad de la campaña de Daniel Jadue en las primarias de Apruebo Dignidad, donde el edil recoletano fue derrotado por Boric, se debió a su excesiva masculinización. Para mayor abundamiento, la presencia de Emilia Ríos y de Macarena Ripamonti, entre otras, indican que no sólo en el PC se produce esta aurora femenina.

Hoy la izquierda es más compleja y polivalente que en el siglo pasado. Sigue teniendo dos almas, pero me parece que éstas deben nutrirse de caminos de futuro, blandiendo el conocimiento, la ternura y la imaginación, sin apoyarse sobre lo que ya no convoca, convence ni enaltece.

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Mis agradecimientos a la Dra. Gricelda Figueroa Irarrázabal y a la Dra. Walescka Pino-Ojeda por cruciales comentarios acerca del manuscrito.

Santiago de Chile, 16 de febrero 2022
Crónica Digital

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