Por Rafael Calcines Armas Los numerosos actos por el 47 aniversario del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 fueron el colofón de la semana en Chile, donde Salvador Allende y la Unidad Popular estuvieron muy presentes. La luctuosa fecha fue recordada en esta ocasión en condiciones peculiares, por las restricciones impuestas por las medidas sanitarias en el país a consecuencia de la pandemia de Covid-19, que esta semana cierra en Chile con más de 430 mil infectados desde marzo y cerca de 12 mil fallecidos. Pero la crisis sanitaria no impidió a miles de chilenos conmemorar el día en que se interrumpió el singular proceso democrático de la Unidad Popular, encabezado por el presidente socialista Salvador Allende, que esa mañana se inmoló en el palacio de La Moneda, antes que ceder su mandato a las fuerzas golpistas. Desde temprano comenzaron los actos con la colocación de ofrendas florales en el monumento al presidente Salvador Allende frente al palacio de La Moneda y junto a la puerta de la calle Morandé por donde Allende acostumbraba acceder a sus oficinas en la casa de gobierno. Representantes de los partidos de oposición, así como de sindicatos y organizaciones sociales y de familiares de detenidos desaparecidos y de ejecutados políticos, acudieron a rendirle homenaje al presidente mártir. Igualmente, cientos de personas fueron en peregrinación hasta el memorial a las víctimas de la dictadura, en marcha que partió desde la plaza de Los Héroes portando en la cabecera un gran lienzo negro con la consigna «Yo no olvido, exijo justicia» y con muchos de los asistentes llevando fotos de los miles de asesinados durante el golpe y en años posteriores. En paralelo, desde La Moneda, el presidente Sebastián Piñera en un breve discurso admitió que el golpe de estado rompió con la democracia en el país e impuso un régimen militar por 17 años cuyas consecuencias -dijo- todavía hoy mantienen dividido a Chile. Pero mientras para muchos recordar es necesario para que no se vuelvan a repetir hechos semejantes, el mandatario llamó a olvidar los rencores «que tanto daño nos causaron en el pasado», y pensar en el futuro. En todos los actos los oradores reiteraron que este aniversario fue el primero tras el estallido social del 18 de octubre de 2019, y antecede en pocas semanas a un histórico plebiscito por una nueva Constitución. Consideraron como un hecho simbólico que las últimas palabras de Allende antes de morir, se hicieron realidad cuando millones de chilenos se tomaron las calles del país en la revuelta popular que se inicio en octubre de 2019, para exigir precisamente, muchas de las demandas que buscaba hacer realidad el programa de la Unidad Popular. Un aniversario no exento de protestas y choques con las fuerzas policiales, que estuvo precedido también, siete días antes, por las celebraciones con motivo de los 50 años de la victoria electoral de la Unidad Popular, cuyo profundo programa de cambios sociales y económicos que el golpe interrumpió, muchos hoy consideran que pudiera tener su […]

El 11 de septiembre de 1973 se instala la dictadura militar, dando comienzo a un proceso que afectará directamente a todos los pueblos originarios, profundizando problemas que a esas alturas eran estructurales, como la pobreza y el aislamiento. A esas problemáticas se sumarán la instalación del modelo neoliberal y la persecución estatal a lo largo de todo el país, no quedando afuera los territorios indígenas. El mundo mapuche verá un deterioro en sus condiciones de vida, produciendo diversos procesos de migración campo–ciudad, siendo el motivo de la aparición de una mayoría de población originaria de esta etnia en centros urbanos, graficado en las últimas ediciones censales. Según el censo realizado el año 2017 en la Región Metropolitana habita el 35% de la población total mapuche, doblando los números vistos en La Araucanía. La dictadura militar hizo mella en los sectores populares, mediante una persecución sistemática, la que incluyó torturas, desapariciones y muertes a todo aquel que mostrase contrario a las políticas oficialistas. Lógicamente, la Región de La Araucanía no quedaría ajena a circunstancias de este tipo. Ahora bien, se debe dejar claro que en estas zonas no existió un previo proceso de politización en la población, menos en las comunidades mapuche, por lo que la persecución a la etnia se debió a otras razones, más bien ligadas al lugar en que estas se ubicaban. El historiador mapuche Sergio Caniuqueo así lo señala, destacando que parte de la violencia en la región estaría vinculado al uso de la tierra. “Se tiene en imaginario, sobre todo por la narrativa de la izquierda, que llegaron los militares y reprimieron a todo el pueblo mapuche, lo cual no es tan así. Sí, hay un grupo importante de comunidades que fueron víctimas de la represión, el resto de las comunidades quedaron impactadas por la brutalidad de esa represión, pero tenemos que pensar en que muchas de estas personas ni siquiera eran militantes de partidos políticos, entonces fueron reprimidas porque estaban en una lucha contra la injusticia social que había provocado la entrada del Estado chileno y posteriormente la llegada de colonos, además de todo el problema que había provocado el tema de tierras, como la reducción de tierras. Entonces, luego de toda la lucha social que se dio en el siglo XX, en un punto parecía que iba a existir una solución, entonces llegan los militares y descabezan a ese sector que hacía de punta de lanza”. Sergio Caniuqueo Huircapán Profesor, Historiador y Doctorando en Ciencias Sociales Universidad de La Frontera Las motivaciones por parte del Estado para ocupar el territorio de la población mapuche tuvieron un origen económico. Era necesaria la intervención de estas tierras, además del sometimiento de la población dentro del mismo proceso, puesto que debía ser integrada dentro del proyecto de modernización nacional que pretendía llevar a cabo la dictadura, donde se incluía potenciar actividades económicas como la explotación agrícola y forestal en mano de agentes privados, siendo mayoritariamente empresas extranjeras. Esta cuestión colisionará con la cultura y cosmovisión mapuche, el […]

Por: Juan Andrés Lagos* El Siglo, uno de los pocos medios en la historia del periodismo  en Chile que no oculta ni simula su condición ideológica ni política, cumple ochenta años. Intensa y larga trayectoria del “cañón de largo alcance”, concepto recabarrenista y leninista que ha nutrido su práctica y acción agitativa y propagandística, aportando desde la trinchera popular y de clase a la construcción de la conciencia y el conocimiento social, la mayoría de las veces en disputa con una hegemonía totalitaria de los sistemas de medios oligárquicos, transnacionales y elitistas que inundan Chile. Quienes han reconstruido la historia de El Siglo, hablan de “épocas” del periódico, todas ellas vinculadas a períodos y ciclos de la lucha de clases en Chile, y en el mundo.  Y también asociadas a su condición de medio legal….permitido; y a su condición de medio ilegal, clandestino, perseguido y reprimido. No se trata de procesos lineales. No es que El Siglo haya sido legal a secas, y clandestino  e ilegal absolutamente. En rigor, han sido procesos de intensas luchas, de resistencias, de pervivencias, en donde la clave absoluta ha sido el papel de la militancia comunista (partido y juventud) que ha tomado en sus manos, como una tarea de primera línea, la batalla de su periódico, con un sentido de pertenencia intenso; apasionado; incluso exigente con los contenidos y formas del periódico. Esta es una primera cuestión esencial: En toda su historia, El Siglo ha sido parte sustantiva de una arquitectura de agitación y propaganda partidaria, en el sentido más completo del concepto, que por cierto ha tenido muy diversas características, pero que siempre ha existido. La rebelión popular en curso; las nuevas tecnologías; el incremento de las redes sociales; la hegemonía mediática de la oligarquía; las posibilidades crecientes de ensanchar sus espacios de conexión, deberían incrementar este factor primordial. En la difusión del periódico, así como en su construcción, reitero, el papel de la militancia ha sido, y es, clave. Ciertamente, en todas las “épocas” hubo particularidades; desafíos específicos y concretos; distintos; pero lo común fue, y ha sido, el papel del partido y la juventud. Fui parte del equipo de redacción de El Siglo en la clandestinidad, a comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado. Y luego, encargado de ese colectivo hasta fines de los ochenta. De las maneras más ingeniosas y creativas, ese equipo se reunía; tenía redes de colaboradores; llegaba a los sitios menos pensados para reportear. Muchas periodistas (porque la mayoría eran mujeres) que trabajaban en medios proclives a la dictadura y en medios opositores, “legales”, colaboraban con El Siglo entregando sus artículos, como aportando información que no podían publicar en sus propios medios. El Siglo se nutría de corresponsales populares, que cubrían todo el país, y también el exterior. Y toda la estructura partidaria también aportaba contenidos. En paralelo, los equipos que armaban El Siglo, y lo imprimían, trabajaban en condiciones clandestinas, secretas, para luego saltar a la red de distribución nacional, en la que […]

El triunfo de la Unidad Popular es un hecho histórico que representa un cambio de paradigma para América Latina y el Mundo. Salvador Allende fue el primer Presidente socialista y revolucionario que llegó al poder a través de las urnas. Si, revolucionario, porque a pesar de que la socialdemocracia chilena quiera esconder esa característica del Presidente Allende, es imposible. Allende fue un verdadero revolucionario y antimperialista. El proyecto de la Unidad Popular comprendió cambios estructurales en las matrices productivas del sistema. La nacionalización de los recursos naturales e industrias más importantes, antes en manos de transnacionales, representó un quiebre radical con los poderes de las grandes corporaciones extranjeras. Antimperialista, porque Salvador Allende desde temprano comprendió que serían esas corporaciones las verdaderas enemigas de los pueblos del mundo, como lo señaló en su discurso en la ONU: “Estamos frente a un verdadero conflicto frontal sobre las grandes corporaciones y los Estados. Estos aparecen interferidos en sus decisiones fundamentales, políticas, económicas y militares por organizaciones globales que no dependen de ningún estado y que en la suma de sus actividades no responden ni están fiscalizadas por ningún parlamento. Por ninguna institución representativa del interés colectivo. En una palabra, es toda la estructura política del mundo la que está siendo socavada. Las grandes empresas transnacionales no solo atentan contra los intereses genuinos de los países en desarrollo, sino que su acción avasalladora e incontrolada será también en los países industrializados donde se asientan”. Salvador Allende desde temprano supo reconocer en los procesos de emancipación de América Latina y el Mundo a sus aliados. En calidad de Senador viajó a Cuba y declaró su irrestricto respaldo a la Revolución Cubana. Cuando la Isla padecía un aislamiento casi completo asumió la Presidencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), organismo cuyo objetivo fue promover la integración e independencia de los países de nuestra región y del mundo que luchaban por su soberanía, como en Asia y África. La Unidad Popular es un proyecto inconcluso, pero jamás derrotado. La rebelión de octubre de 2019 hasta hoy en Chile, demuestra que esa semilla fértil de un proceso histórico interrumpido por la fuerza, está más viva que nunca. No es casual que una de las imágenes que más se levanta en las marchas sea la del Presidente Allende. Como lo advirtiera en su último discurso mientras resistía en la Moneda: “Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes Alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Hoy millones en las calles de Chile abren las Grandes Alamedas y exigen una Nueva Constitución que, de una vez por todas, ponga fin a la que nos impuso a sangre y fuego la Dictadura Cívico Militar. Una Carta Magna que integre las demandas históricas del Pueblo: avanzar hacia un Estado Plurinacional a través del reconocimiento de […]

Mi esposa viajó a Buenos Aires por cuatro días. Otro congreso. En mi condición de jubilado, abandoné esa práctica hace años. Al principio, estas reuniones internacionales resultan apasionantes. Después se transforman en rutinarias. Uno ya sabe qué va a decir cada viejito famoso y se ha acostumbrado a ver a los más jóvenes redescubriendo la pólvora con los ojos llenos de estrellas. Uno de los viejitos era un amigo húngaro (por fortuna, húngaros y chilenos compartimos un idéntico sentido del humor), y una vez lo acusé, en broma, de haber presentado el mismo paper en cada congreso desde 1968. Celebró mi ocurrencia con garabatos chilenos y carcajadas. Bueno, mi mujer en Baires y yo en Santiago con la gatita. Se llama Azaranzazu. Siempre me dicen que ese nombre no existe. Me resulta obvio que sí existe, y la prueba es la gatita. Muy consciente de pertenecer a una especie superior al ser humano (¡qué duda cabe de eso!) me hace el honor de acompañarme en el sofá, hecha un ovillo, mientras yo me sumerjo en alguna de mis actividades de jubilado. Leo, practico percusión con mi bombo legüero argentino, exploro los millones de rincones de Youtube. Veo y escucho una y otra vez canciones inmortales como “She’s a woman to me”, de Billy Joel, “Zamba y acuarela”, de Raly Barrionuevo, “Losing my religión”, de REM. A veces intento bailar algunos temas. Aún no me sale el “running man”, paso fundador del shuffle dance. Keep trying, old boy! (¡sigue intentándolo, viejo!) Me traslado al estudio, donde está el computador. Azaranzazu llega luego y se acuesta detrás de la pantalla. En ocasiones me dice “wekewek” o “gangñam”. Suenan como consejos. La sabiduría de la familia felidae, que lleva 25 millones de años sobre este planeta, debe ser masiva. Los humanos, contando unos cuantos monos, no llegamos a siete. Cuando quiere que la acompañe a comer, simplemente me dice “miau”. Befehl ist Befehl (una orden es una orden, decían los nazis). Leo mi correo, lo respondo, envío información a mi grupo Google y a menudo polemizo con viejos amigos. Uno de ellos hace un análisis del estallido social (lo llamo “el despertar de octubre”), pero ignora en su recuento a las feministas. Le digo que comete un error, que Lenin, a quien admira, no habría hecho. Le recuerdo que, en el tren alemán sellado que lo llevó desde Suiza de vuelta a Rusia en abril de 1917, llevaba no sólo a Nadezhda (Esperanza) Krúpskaia, sino también a Inessa Armand, ambas notables dirigentes. Armand fue la más explícitamente feminista de las dos y escribió mucho al respecto. Krúpskaia fue la creadora nada menos que de todo el sistema de educación y de la red de bibliotecas de la Unión Soviética. ¡Wow! No era miembro del Comité Central Bolchevique por ser la esposa de Lenin, sino por haber sido un alto cuadro del partido desde su fundación en 1903. Fue aprisionada, maltratada y enviada a Siberia. Acompañó a Lenin en su exilio y se enfrentó […]

La derecha y el pinochetismo, con su sostenida propaganda, durante décadas, han impuesto en la conciencia colectiva la convicción de que el presidente Allende se suicidó en La Moneda. Incluso sus partidarios dan crédito a esta patraña, cuya fuente fundamental se le atribuye al “testimonio” del recientemente fallecido Dr. Patricio Gijón, a quién El Mercurio, en muchas oportunidades, le dio amplia cobertura a sus dichos. Incluso la familia directa del presidente Allende se creyó el embuste de la dictadura y la derecha. En todo caso, qué se podía esperar de ellos, salvo de Tati, la única hija del presidente digna y consecuente. Y si se hubiese suicidado, lo que no ocurrió, ¿qué? ¿Qué importancia tendría? El valor y legado del presidente Allende está en su resistencia heroica ante los militares cobardes que ante un solo hombre, acompañado por un reducidísimo número de compañeros, opuso resistencia a aviones, tanques, artillería y regimientos con soldados armados hasta los dientes que atacaban el palacio de gobierno. Mientras todo esto ocurría, el genocida y miserable ladrón Pinochet estaba escondido en un recinto militar para escapar “por si el golpe de Estado fallaba”. Los únicos cobardes, en todo esto han sido los militares. Allende fue un valiente, un verdadero representante del pueblo que supo cumplir con el deber comprometido. El testimonio de Gijón no es creíble, por montones de razones, y así lo han demostrado estudios de médicos forenses serios. La derecha siempre ha impuesto su criterio a través de los medios de comunicación y comprando adherentes de los “bandos contrarios”, como, por ejemplo, lo hizo por medio de Paz Ciudadana, ¿o acaso no han visto las fotos de personeros de la Concertación sonriendo aduladoramente junto a Agustín Edwards E., el  vende patria y uno de los promotores del golpe de 1973. El pinochetismo y las mentiras de la derecha solo son merecedoras de una cosa: El patíbulo. En otras palabras, de la digna y legítima defensa propia que el derecho internacional acepta contra los delincuentes que llegan a asesinar, desaparecer y torturar. Santiago de Chile, 6 de septiembre 2020 Crónica Digital

Se han conmemorado los 50 años de la histórica victoria de Salvador Allende Gossens en las elecciones presidenciales celebradas el 4 de septiembre de 1970. La derecha ha intentado desde siempre empequeñecer el triunfo del candidato de la Unidad Popular, argumentando que en verdad fue el producto de una resolución del Parlamento, que por lo tanto no fue el resultado de una decisión del pueblo. Por cierto, ello no se ajusta a la realidad histórica. La aseveración de la derecha fue levantada desde el primer momento en que la Izquierda llegó al Gobierno, en coherencia con su decisión estratégica de promover un golpe de Estado desde que se conocieron los resultados de la elección presidencial, como lo ha mostrado la investigación del Senado de Estados Unidos, realizada en 1975, sobre acciones encubiertas de la CIA (Covert Action in Chile 1963–1973) y la abundante documentación que ha sido desclasificada en el país del norte. Esa afirmación fue una constante en la construcción discursiva de la derecha durante los mil días del Gobierno de la Unidad Popular y fue recogida en el “Libro Blanco del Cambio de Gobierno en Chile”, que fue publicado por la emergente dictadura en noviembre de 1973 con el propósito de justificar el golpe de Estado. El texto indica que “el Mandatario depuesto y su combinación de gobierno (…) no fueron jamás democráticos” en el sentido “de representar a la mayoría nacional”, en primer lugar, señalaba, porque “Salvador Allende y su régimen no gozaron de una mayoría absoluta”. Esta imputación fue curiosa en tiempos de la Unidad Popular porque, en los hechos, la derecha aceptó la legitimidad de origen del mandato de Allende, y tuvo que recomenzar en el período posterior de la asunción presidencial un camino para la creación de condiciones para un golpe de Estado, cuyo punto de partida más visible fue el paro de los camioneros en octubre de 1972. Ello se explica porque Salvador Allende asumió como Primer Mandatario en conformidad al modo en que la Constitución Política de 1925, entonces en vigencia, establecía para que la soberanía del pueblo resolviera en forma democrática la Presidencia de la República. En efecto, el Capítulo V de la Carta Fundamental, en sus Artículos 63 y 64 establecía que “el Presidente será elegido en votación directa por los ciudadanos con derecho a sufragio de toda la República, sesenta días antes de aquel en que deba cesar en el cargo el que esté en funciones”. Y detallaba: “Las dos ramas del Congreso, reunidas en sesión pública, cincuenta días después de la votación, con asistencia de la mayoría del total de sus miembros y bajo la dirección del Presidente del Senado, tomarán conocimiento del escrutinio general practicado por el Tribunal Calificador, y procederán a proclamar Presidente de la República al ciudadano que hubiera obtenido más de la mitad de los sufragios válidamente emitidos. Si del escrutinio no resultare esa mayoría, el Congreso Pleno elegirá entre los ciudadanos que hubieren obtenido las dos más altas mayorías relativas”… En otras palabras: […]

La factibilidad de concretar un proceso de emancipación económico–social, inconcluso por el obstruccionismo de las oligarquías locales de nuestras repúblicas latinoamericanas, encendió como un polvorín los espíritus jóvenes de la década de los veinte. Los ejemplos de la Revolución Mexicana y el Grito de Córdova por nuestras latitudes –sin olvidar la construcción de la arquitectura social del marxismo en la Rusia Soviética– fueron caminos a seguir. En nuestro continente, el pensamiento político del peruano y marxista José Carlos Mariátegui se alzará como el mentor intelectual del indoamericanismo, un socialismo enraizado en América Latina y no importado de la Unión Soviética, que abogaba por la Confederación de Naciones de Latinoamérica, desde el sur del río Bravo hasta Tierra del Fuego. Denunciaba como gran enemigo de este ideario al imperialismo norteamericano y sus aliados: las oligarquías nacionales. Las obras y publicaciones de Mariátegui fueron alimentos esenciales para esa muchachada que empezó a repensar que nuestra América era más indígena que europea. Clotario Blest, estudiante de filosofía de la Pontificia Universidad Católica y recién separado del Seminario, que buscaba con frenesí la implementación en el orden social de un ecléctico cristianismo primitivo, al encontrarse con ese Nacionalismo Continental, se adhirió con entusiasmo. En los variados círculos de estudios que formaba entre los asalariados –como fórmula de educación social– siempre enfatizaba la importancia de la unidad continental. Al inicio de los años treinta, la llegada a Chile de un selecto grupo de perseguidos políticos peruanos, adscritos al APRA (Acción Popular Revolucionaria Antiimperialista) –fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre– convulsionó intelectualmente al país. Su programa era: 1. Acción contra el Imperio Yanqui; 2. Por la Unidad de Latinoamérica; 3. Por la nacionalización de Tierras e Industrias; 4. Por la internalización del Canal de Panamá; y 5. Solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo. Se realizaron múltiples encuentros y charlas entre exiliados apristas y jóvenes chilenos que deseaban interiorizarse más sobre esos postulados. Blest, como empleado público no se perdió ninguna de esas reuniones, logrando en poco tiempo integrarse al Comité Aprista de Chile, donde entablará amistad con el periodista y literato Manuel Seoane. Uno de sus primeros actos solidarios internacionales de esta entidad fue apoyar la epopeya del guerrillero nicaragüense Cesar Augusto Sandino contra la invasión estadounidense y celebrar en un teatro capitalino la proclamación de la Unión Centroamericana, jurada por Sandino en Managua en agosto de 1933. Entre los oradores de esa noche estuvo Clotario Blest. Por esa época aparece el semanario “Ercilla” –todo un suceso periodístico en Sudamérica– donde su amigo Mario Seoane, asume como su director. Este le brindará, desde la revista, toda su cooperación para que Clotario pueda constituir la ANEF. A inicios de los años 40, Blest participa, con el Comité del APRA, en un evento público en apoyo a la nacionalización del petróleo en México, frente a las maniobras conspirativas estadounidenses. En los años ulteriores como presidente del sindicato de los empleados de Chile, siempre estará en la primera línea del Socialismo Continental. Por […]

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Hoy, cuatro de septiembre se cumplen 50 años del inolvidable triunfo electoral de la Unidad Popular que llevó a la presidencia de Chile al doctor Salvador Allende Gossens. Es necesario tener una mirada histórica- retrospectiva de cómo en esos tres años de gobierno Popular, no solo se respetaron los derechos ciudadanos, sino que Allende -sin ser católico- respetaba profundamente toda creencia religiosa como lo demostró tantas veces siendo Senador de la República y, además, cultivó una sincera amistad con el recordado cardenal Raúl Silva Henríquez, que por esos años 70’ era un  prominente Salesiano, Arzobispo de Santiago y mantenía una fluida comunicación directa con el Papa Paulo VI. Muchos historiadores y cronistas recuerdan que al otro día de producido el triunfo del doctor Allende, el presidente electo recibió en su residencia de calle Guardia Vieja a un grupo de sacerdotes y religiosas que trabajaban y vivían en sectores populares e incardinados en la arquidiócesis de Santiago. En ese cordial y original encuentro una religiosa le comentó al presidente electo que ellas esperaban que se mantuviera el “respeto hacia nosotras…las consagradas…”. A lo que Allende, en forma inmediata y sin titubeos respondió que; “siempre he respetado la fe católica y en mi Gobierno esto se mantendrá, eso se los garantizo”. También, durante el gobierno popular se produce un acontecimiento histórico; se organiza un grupo diverso que se denominó Cristianos por el Socialismo, como una forma efectiva de apoyar el programa del gobierno allendista. Llegan al país intelectuales, teólogos, religiosos, periodistas que querían conocer más de cerca esta inédita “opción” de cristianos que apoyaban resuelta y activamente a un gobierno que avanzaba hacia el socialismo en forma pacífica. Es decir, una especie de no violencia activa al servicio de la justicia social y al cambio profundo de las estructuras de opresión capitalista. Tal y como lo dijeron, en diversos momentos, los recordados sacerdotes; Gonzalo Arroyo, Esteban Gumucio, José Aldunate,  Mariano Puga, Pablo Richard y el Capellán de La Moneda en ese especial período histórico; P. Rafael Maroto. Por estas razones de opción de conciencia y otras no menos importantes, fueron miles los jóvenes y estudiantes católicos que se sintieron identificados con el proceso político-social impulsado por la Unidad Popular y por el genuino carisma del presidente Allende. La necesidad y el compromiso de producir profundos cambios en la sociedad chilena y optar, decididamente por los más pobres y excluidos, estaba en plena sintonía con la praxis y líneas de acción del Evangelio y, así, lo captaron esos miles de creyentes que se involucraron en esa nueva e inédita experiencia política- revolucionaria. Este compromiso militante con las causas justas y de bien común, en parte explica, por qué la dictadura militar descargó también su odio y represión brutal, desde el primer día del golpe de Estado, en contra de cristianos y cristianas no solo con presencia en la base popular, sino que esparcida pródigamente en el mundo universitario y profesional. Hoy, en el memorable cincuentenario del triunfo de Salvador Allende, el presidente heroico […]

A propósito del paro de camioneros, se ha traído a colación el papel que el gremio tuvo en el golpe de Estado y el presunto financiamiento que habrían recibido desde la CIA. “Existen muchos mitos en las cosas que se hablan, yo conozco la industria del transporte de carga por las carreteras de Chile desde 1968. Son mitos y dejémoslo ahí, en esa línea”, señaló el dirigente Sergio Pérez frente al emplazamiento que le formuló hace unos días la periodista Alejandra Matus en el programa “Mentiras Verdaderas”. En el momento del golpe de Estado, la Confederación Nacional de Dueños de Camiones se encontraba sosteniendo un paro nacional que había iniciado el 26 de julio de 1973, en una reproducción de la paralización que habían emprendido en octubre del año anterior, pero con una diferencia: en esta oportunidad era una pieza clave de una ofensiva final en contra del Gobierno de Salvador Allende, el objetivo era un golpe de Estado. Coincidencia: en la madrugada del 27 de julio, fue asesinado el Edecán Naval del Presidente, comandante Arturo Araya Peeters, a raíz de un disparo en su casa de Fidel Oteíza 1953, en la comuna de Providencia. El oficial de la Armada se había asomado a su balcón a encarar un “comando conjunto” de militantes armados del Frente Nacionalista Patria y Libertad, y de los estamentos juveniles de los Partidos Nacional y Democracia Radical, que salieron a las calles a provocar el caos, para contribuir al paro camionero. El entonces secretario general del Frente Nacionalista Patria y Libertad, Roberto Thieme, me contó el “origen secreto” de esa ofensiva final contra la Unidad Popular: “El 22 de julio de 1973, fui invitado a una reunión con un alto oficial de la Armada. En el más absoluto secreto y tomando todas las medidas de seguridad, hubo un encuentro en un departamento de Vitacura. Me comunicó que se iniciaría un nuevo paro nacional de los camioneros, digitado por la Marina, al que se sumarían luego otros gremios, para paralizar por completo el país y crear las condiciones para una acción militar”. La Armada les pidió que las Brigadas Operacionales de Fuerzas Especiales (BOFE) de Patria y Libertad se hicieran cargo de la misión de mantener cortadas las vías de ferrocarriles, carreteras y oleoductos, para así garantizar la paralización y sus objetivos fundamentales: interrumpir la cadena de abastecimiento y generar un estado general de desgobierno. Thieme detalló: “La Armada nos indicaría los puntos y proporcionaría el material logístico necesario. También indicaría los días en los que tendríamos que producir cortes de energía eléctrica, con el objeto de interrumpir las comunicaciones radiales y televisivas e impedir que el mensaje de la Unidad Popular pudiera llegar a la población”. Patria y Libertad desencadenó, en efecto, una ola de atentados a lo largo del país. El actual Canciller, Andrés Allamand, rememoró la situación en su libro de 1974 “No Virar Izquierda”, que cuenta –en forma novelada– sus experiencias como principal líder de los estudiantes secundarios de la Juventud del […]

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