Faltan treinta segundos para las seis de la tarde, caminamos presurosos para llegar al punto de encuentro, que es la esquina de la Alameda con San Antonio. Llegamos y en el lugar se escuchan las primeras palmas, enérgicas como platillos de un orfeón, luego se escucha el primer: “Y va a caer” de la tarde. Es la señal para disparar al cielo el cargamento de cartas que portamos entre el pellejo de la delgadez de los veinte años y la pretina del pantalón.
Estas cartas con sus imperiosos mensajes de libertad, vuelan con la suave brisa del viento que producen los micros que pasan febrilmente por la Alameda con destino al poniente de la ciudad. Palmoteamos las manos y gritamos: “¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!
Gritamos cuatro o cinco veces y antes de que estas maravillosas cartas besaran el suelo de la vereda de la calle San Antonio, ya estábamos cruzando la calle Estado con largos pero controlados pasos. Juan Emilio, me dice: “Tranquilo no corras, los pacos persiguen a los que corren”. Nos hacemos invisibles a los ojos de los palitroques verdes que corren detrás de todo lo que se mueve demasiado rápido. Táctica y estrategia, como decía Don Mario; la táctica es no caer en las manos de los represores y la Estrategia es ser invisibles.
Cuando las pequeñas cartas reposaban en las manos de sus destinatarios, salimos del edificio Santiago Centro, donde mirábamos pantalones Bellota en una vitrina.
De vuelta en la Alameda, con la estrategia de la invisibilidad, vemos a compañeros arrastrados por mastodontes verdes que con total falta de humanidad los lanzan al interior de los carros policiales, para luego llevarlos con destino a la Primera Comisaria de Santiago -la cual, gracias al cielo, nunca llegamos a conocer. Otras como la veinticinco, que quedaba en la Plaza de Maipú, sí la conocimos-.
Cuántos compañeros, en los que confiábamos nuestras propias vidas, conocimos en estos cientos de meetines, en las distintas esquinas de Santiago y por supuesto en nuestro querido Maipú, en la esquina de la calle Victoria con Blanco Encalada. Cada noche de protesta movilizando a la gente, allegando pertrechos, palos, neumáticos, colchones viejos y cualquier elemento combustible que encontráramos por las calles, servían para el objetivo planteado. ¡Todos éramos uno!, tanto sea en el Centro de Santiago como en La Bandera, en La Victoria o en Cuatro Álamos, en Portales con el Olimpo.
Juanito, dónde están esos compañeros con los que organizábamos peñas, huelgas de hambre, ollas comunes, centros juveniles y comunitarios. Que eran lindas y coloridas las fachadas de nuestra LUCHA contra la maldita dictadura.
Juan Emilio, ¿DÓNDE ESTAN ESOS AMIGOS DE ANTES?
“Cuando camino por las calles de Santiago no veo el rostro feliz de los televisores, en San Antonio y la Alameda”.
Por Miguel González Jara
Crónica Digital, 17 de Mayo 2016