Transcurridos más de dos años, desde que se entregó en un acto público realizado en el Archivo Nacional el legado personal sobre sindicalismo y derechos humanos de Clotario Blest Riffo, he querido compartir todas las vicisitudes que se padeció para presentar a la historiografía chilena tal preciado material.
En lo personal, el interés por conocer tal archivo provenía de persistentes voces como la de mi padre (antiguo sindicalista ferroviario) o de los anarcosindicalistas –cercanos a mi– que me embrujaron sobre lo que representaba para la historia social.
Por ello, al contactarme por primera vez con Clotario, en 1970, solo le solicité revisar tales documentos, petición que es obviamente rechazada al ser formulada por un absoluto desconocido. Pasará mucha agua bajo el puente para que recién un año después –ya investido de secretario por el propio Blest– pude por fin encontrarme con el archivo.
Sobre la cubierta de una gigantesca mesa –de dimensión similar a una mesa de pool– estaban distribuidos desordenadamente en múltiples rumas de hojas de papel la vasta documentación, en la que se paseaba desafiantemente sobre ella un regordete gato, predilecto de Clotario. Instintivamente estiré mi brazo derecho hacia el mamotreto, pero un vozarrón me paralogizó. “Saque la mano de ahí. No toque nada. Están ahí porque luego vienen los compañeros historiadores a examinar mi archivo”, exclamó. Por aquellos meses el sindicalista estaba escribiendo “El martirologio de la clase trabajadora chilena”, para la editorial estatal “Quimantú”, que iba a ser publicado en algún momento. ¡Esa es otra historia!
Largo tiempo el vínculo con esos papeles sólo se traducía semanalmente a contactos visuales, estando el resto de los días guardados en un enorme baúl, protegido por un candado, a un costado de su escritorio. Ulterior al abortado Golpe de Estado de junio de 973, conocido como “Tanquetazo”, una tarde muy preocupado Clotario dijo: “Esto está complicado e incierto, por lo que voy a cambiar de lugar mis papeles”. Rato después, me solicitaba mi cooperación en introducir las hojas de papel en bolsas azucareras y plásticas, para depositarlas en una semidestruida caldera para el agua caliente. En la oportunidad, expresó lo importante del legado histórico para él, pues allí estaba el verdadero desarrollo de la lucha social –más allá del sectarismo partidista–, ya que estaba convencido que ciertos grupos políticos tratarían de reescribir la historia social chilena, agregando: “Si me pasa algo, por favor, preserve como sea este archivo que Ud. tanto quiere. Es fundamental para las futuras generaciones”.
Desde ese momento, un sinuoso y doloroso camino unido a Clotario Blest marcará una parte temprana de mi existencia. Producido el primer allanamiento a su casa con un gran despliegue civil y uniformado en septiembre de 1973, si bien se robaron la abultada biblioteca, más innumerables objetos antiguos, pertenecientes a la familia Blest Gana, no localizaron el tesoro casi arqueológico.
A mediados del primer semestre de 1974, en un nuevo registro policial por parte de la DINA estuvo cerca de ser detectado nuestro escondite, por lo que determinó mudarlo a otro escondrijo. Fue seleccionado un techo de una habitación de la morada del sindicalista (de adobe y ladrillo), que era utilizada como palomera, por más de trescientas de estas aves. Dos años después, durante un fortísimo temporal de agua y lluvia, parte de ese cielorraso se derrumbó, quedando más de un centenar de hojas destruidas por el agua. Clotario ideó entonces ahuecar a la altura del piso la muralla de adobe de la sala en la que almacenábamos ropas y comestibles, enviados por la entonces comunidad europea para ser repartidos gratuitamente.
No obstante, estando bien ocultos de los sabuesos de inteligencia, nos enteramos un largo tiempo después, que una plaga de ratones tenía como albergue los empaquetados archivos, quedando más de una cincuentena de papeles demolidos por los roedores. “Sabe Ortiz, hágase cargo Ud. de los documentos. En mi casa ya no puedo tenerlos”, sentenció ese día un abatido Blest.
Desde ese momento, comenzó para mí un sufrido peregrinar en busca de un resguardo seguro. Mi primera parada fue en el local de ventas textiles de mis padres de calle San Diego, donde permaneció encubierto en un subterráneo entre fardos de lanas. El aumento de vigilancia a través de vehículos notoriamente de la CNI –frente al negocio– motivó un nuevo reparto del paquete de seis kilos. Una amiga sentimental, consiguió con su abuelo –dirigente de la Fundación CEMA Chile, el organismo femenino que presidía Lucia Hiriart de Pinochet– residente en una playa del litoral central, que acomodará en la sala de trastos viejos, esa bolsa de nylon amarrada con una pitilla de cáñamo, so pretexto ser material para su tesis de grado. Una ruptura con mi amiga, ocasionó la devolución airada de ese acervo histórico, que nuevamente me llevó a transportarlo al negocio de mis padres.
Por otro lado, en noviembre de 1989, Clotario Blest es acogido como huésped en la casa de reposo que funcionaba en la Recoleta Franciscana, tras sufrir una hospitalización.
Apenas nos vimos en ese lugar, Blest me reiteró lo dicho en la clínica: “Ortiz, mantenga el archivo. Que caiga en buenas manos. Recuerde que es la bitácora de los trabajadores”.
Desde aquel instructivo escuchado sin duda por algunos frailes enfermeros, mi vida transitó por trazos tensos, promovido por la Pastoral Obrera Católica (tutor del enfermo Blest) y asociados con un buen contingente de sindicalistas (semanas antes con excelentes relaciones). Comenzaron una virulenta campaña contra mi persona –ya fallecido Clotario– con la imputación, entre otras acusaciones, de comercializar aquellos documentos. Paralelamente, Mónica Echeverría me comunicó que escribiría una biografía del sindicalista, por lo cual requería del archivo. Durante tres años revisamos tal material, logrando publicar el libro “Antihistoria de un Luchador”.
A pesar de que arreciaron embestidas calumniosas, ahora sumadas al ámbito académico, resolví por salud mental ignorar los chismes y las descalificaciones. (“Deja que los perros ladren, señal que avanzamos”, diría el Quijote) y dedicarme a asesoramiento históricos a varias editoriales, a colaborar en diarios y revistas nacionales e internacionales, y lo principal, impartir cátedras de contracultura en numerosas universidades chilenas.
Creo que la fórmula “la distancia es el olvido”, fue el mejor aliado que en lo personal, permitió restablecer los estrechos vínculos con mi matriz básica: el sindicalismo.
Pronto estará al servicio de todo público el catálogo del Fondo Clotario Blest Riffo en el Archivo Nacional.
Por Oscar Ortiz. El autor es historiador y fue el principal colaborador de Clotario Blest.
Santiago, 18 de abril de 2024.
Crónica Digital.